Jihadistas, beduinos y traficantes hacen del Sinaí un polvorín
Su posición estratégica y el abandono por parte de Egipto la vuelven una zona inestable
PARÍS.- Vasta región desértica de 60.000 kilómetros cuadrados, situada entre el Mediterráneo y el mar Rojo, el Sinaí es una zona particularmente estratégica y sensible. Una región cada vez más inestable debido a la presencia de jihadistas que se sometieron a la autoridad de Estado Islámico (EI) y a tribus hostiles al poder de El Cairo. Fue precisamente allí donde se estrelló el sábado el Airbus A321 de la empresa rusa Metrojet con 224 personas a bordo.
En su extremo norte, el Sinaí constituye la frontera entre Egipto, Israel y la Franja de Gaza. Ese inmenso desierto rico en petróleo, hierro y manganeso -que aguza todas las codicias- está mayoritariamente poblado por beduinos originarios de la península arábiga. Sus costas sobre el mar Rojo cobijan célebres estaciones balnearias. Entre ellas, la más conocida es Sharm el-Sheikh. Ubicada en el extremo sur, se encuentra muy lejos del bastión de EI, en la provincia del Sinaí-Norte.
Desde hace décadas, es precisamente su posición estratégica la que influye en la suerte de la región. Luego de tres sangrientos conflictos, Israel y Egipto firmaron finalmente un acuerdo de paz en 1979, mediante el cual la península fue restituida a los egipcios.
Pero el control del Sinaí por El Cairo no lo transformó en una región egipcia como cualquier otra. La zona más pobre del país padece desde entonces el abandono de los poderes públicos. Las poblaciones beduinas locales se estiman tratadas como ciudadanos de segunda categoría y denuncian al Estado de privarlos de los derechos más elementales: ausencia de escuelas, rutas o electricidad son las quejas más frecuentes.
La población civil, es verdad, está constantemente sometida a las operaciones relámpago del ejército egipcio, a ofensivas aéreas indiscriminadas y restricciones para franquear los numerosos puestos de control desplegados en las rutas del Sinaí. La ciudad de Rafah fue incluso destruida parcialmente para establecer una zona-tapón entre la frontera y la Franja de Gaza.
Para numerosos expertos, el rencor fue la puerta de entrada que permitió a la nebulosa Al-Qaeda implantarse en la región a fines de los años 2000 y más recientemente, a EI.
"Esa política empuja cada día a más jóvenes en los brazos de EI", indica Shérif Mohie Eddin, investigador en contraterrorismo en la organización Iniciativa Egipcia para los Derechos Individuales.
Egipto siempre tuvo serias dificultades para controlar su frontera norte. Su ejército y su policía son con frecuencia blanco de sangrientos ataques. En 2000, la segunda intifada y, más aún, la llegada al poder de Hamas en la Franja de Gaza, en 2007, multiplicaron todo tipo de tráfico, en particular de armas, a través de una red infinita de túneles fronterizos.
"Las diferencias son imperceptibles entre traficantes, jihadistas y movimientos islamistas que exigen la independencia de la península. En todo caso, todos tienen un objetivo común: expulsar a las autoridades del territorio mediante la violencia", precisa el especialista francés Gilles Kepel.
Entre 2004 y 2006, una ola de atentados contra las principales estaciones balnearias del Sinaí -Sharm el-Sheikh, Taba y Dahab- provocaron numerosas víctimas. Desde 2011, la región resultó aún más desestabilizada por la revolución egipcia y sus consecuencias políticas. Pero los ataques se multiplicaron durante el verano de 2013, después de la destitución del presidente islamista Mohammed Morsi por parte del ejército.
La mayoría de esos atentados fueron reivindicados por la organización Provincia del Sinaí, rama local del EI. Originalmente denominado Ansar Beit al-Maqdess, el grupo cambió de nombre para marcar su sometimiento al movimiento dirigido por el autoproclamado califa Abu Bakr al-Baghdadi.
Hasta hoy, los combates del grupo Provincia del Sinaí se concentraron en el nordeste de la península, particularmente en el triángulo formado por Al-Arish, Rafah y Sheik Zouweid. El avión de Metrojet se estrelló en el centro de esa región, lejos del epicentro de la insurrección. Ese hecho, según los especialistas, descartó desde un primer momento la posibilidad de que un misil tierra-aire lo haya derribado. Las investigaciones en curso parecen demostrar que, en efecto, habría sido un artefacto explosivo colocado dentro del aparato el que causó la tragedia aérea.
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