Jersey, la increíble isla que tiene en vilo a Europa
Es una dependencia británica que no forma parte del Reino Unido, que hoy vive un conflicto con Francia por las restricciones impuestas a pescadores
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Dos veces al día, la isla se duplica en tamaño. La apabullante diferencia entre la marea alta y baja la convierte en un verdadero fenómeno mundial, uno de los únicos lugares en el mundo donde el paisaje adquiere un aspecto casi lunar de un minuto para otro. Un espectáculo inolvidable, que también puede mutar en una trampa mortal para cualquier turista desprevenido.
Con apenas 118 kilómetros cuadrados (14 de largo y 8 de ancho) y 100.000 habitantes, la isla de Jersey, en el canal de la Mancha, célebre por sus características vacas lecheras y kilómetros de interminables playas, se puede rodear por completo en auto en apenas... una hora.
Difícil creer que este diminuto paraíso pueda estar hoy en el epicentro de lo que amenaza con convertirse en el primer gran conflicto de la Europa post Brexit.
Dos buques de patrulla fueron enviados ayer por Gran Bretaña a las costas de Jersey, o la Bailía de Jersey, según su nombre oficial, como “advertencia” a Francia en medio de una disputa por derechos de pesca en la zona. Decenas de pesqueros franceses intentaban bloquear y desde esta madrugada el puerto de Saint Helier, la capital de la isla, para dejarla sin suministros, en una escalada que por pintoresca no deja de ser inquietante.
La “guerra del canal de la Mancha”, como ha sido denominada, casi en broma, tiene otros componentes tan novelescos como la historia de Jersey: enfurecida por las restricciones que la isla impuso a sus pescadores, Francia llegó a amenazar con dejarla a oscuras. Sucede que el 95% del suministro de electricidad de Jersey llega vía submarina desde Francia, cuyas costas están a apenas 22 kilómetros. No faltan incluso los que hablan, casi con ironía, de un “Falklands moment” para el primer ministro británico Boris Johnson en momentos en que los británicos van a las urnas.
Un mundo aparte
Para cualquier recién llegado, Jersey puede parecer más una porción de Francia que de Gran Bretaña: aunque la mayoría de las construcciones son de estilo inglés, buena parte de las pintorescas calles, las kilométricas playas o las innumerables iglesias tienen nombre francés. Y, cuando el clima lo permite, desde las torres del imponente castillo de Mont Orgueill se puede incluso alcanzar a ver los turistas tomando al sol en las playas francesas.
Las costas de Gran Bretaña quedan más lejos, a 87 kilómetros. En muchos aspectos, la isla es un verdadero mundo aparte: aunque el idioma principal es inglés y se conduce, como en el Reino Unido, de la mano izquierda, las cosas se hacen, como se dice allí, “a la manera Jersey”, con sus rituales y tradiciones. Muchos de los habitantes mayores incluso siguen hablando un particular dialecto local llamado Jerriais, una vieja forma de francés que aún hoy se enseña en algunas primarias. Su estatus también es casi único: es una dependencia de la corona británica, pero con una gran autonomía, sus propias leyes, gobierno, parlamento y un particular modelo fiscal. Tiene incluso su moneda propia, que convive y resiste junto con la libra esterlina o el euro.
Aunque depende de la corona desde 1066, Jersey técnicamente no forma parte del Reino Unido (ni de la Unión Europa, en su momento). Gran Bretaña es responsable de su política exterior, un extraño status que en muchos aspectos la deja en un limbo.
Su dependencia del turismo hizo que la pandemia la impactara de lleno, pero hace unos años tenía uno de los ingresos per cápita más altos del mundo, y sigue siendo un verdadero imán para millonarios: los precios de las viviendas solo pueden ser comparados con los de los mejores barrios de Londres. Ningún otro lugar tiene tantos autos por cabeza como Jersey, donde el desempleo ronda un envidiable menos de 2%.
Ayer, la ministra marítima de Francia, Annick Girardin, advirtió que su país está dispuesto a tomar “represalias” por la demora de Jersey en emitir licencias a los franceses bajo los términos del acuerdo comercial que rige la relación después del Brexit.
Ecos de la Segunda Guerra
Aunque desconcertados por este conflicto impensado, los habitantes de Jersey no se amedrentan. No son ajenos a las privaciones y sufrimientos. Jersey y sus vecinas menores, Guernsey, Alderney, Sark y Herm, tienen el dudoso privilegio de haber sido los únicos territorios ocupados por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
La célebre película La sociedad literaria y del pastel de cáscara de papa de Guernsey, de Netflix, cuenta una de las innumerables historias desconocidas de la ocupación nazi entre 1940 y 1945 y las consecuencias que tuvo para toda una generación en estas islas, que Adolf Hitler quiso convertir en verdaderas fortalezas inexpugnables. Solo en Jersey, desplegó decenas de posiciones de infantería y más de 50 puestos de resistencia, para impedir que los aliados invadieran el continente europeo desde Gran Bretaña. Y mientras que en la Europa ocupada había un soldado alemán cada 100 civiles, en Jersey había uno cada cuatro. Los mayores aún suelen recordar cómo se los obligaba a cantar canciones en alemán o incluso sincronizar sus relojes con la hora de Berlín.
Toda la costa de la isla está salpicada por gigantescas fortalezas de hormigón, puestos de observación, refugios, trincheras y túneles y emplazamientos de metralletas, construidas por prisioneros de guerra, un verdadero símbolo de esos dramáticos años de ocupación nazi que Jersey ha convertido en museos o atracciones turísticas. Heridas que la isla conserva casi con el orgullo del sobreviviente.
Las escenas impensadas que se viven en estas horas en las mismas aguas que surcaron los submarinos nazis han vuelto a colocar a Jersey en el centro de las miradas en Europa. Pero más que un conflicto que -seguramente- se resolverá en unas pocas horas o días, la escalada es apenas una muestra más de cómo lo que se acordó en papel durante las tortuosas negociaciones por el Brexit aún tiene que pasar la prueba de la realidad.
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