Javier Milei, presidente: su peligrosa apuesta de “hacer grande de nuevo a la Argentina”
Los paralelismos con Trump arrecian desde que el líder libertario arrancó su meteórico ascenso hasta convertirse en mandatario electo
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WASHINGTON.- No bien Javier Milei emergió como el claro ganador de las elecciones presidenciales de la Argentina, le llegaron felicitaciones y elogios desde un rincón muy bien iluminado: “Estoy muy orgulloso de usted”, posteó el expresidente Donald Trump en la plataforma Truth Social, su propia red social. “¡Usted dará vuelta su país y hará verdaderamente Grande de Nuevo a la Argentina!”.
Los paralelismos con Trump arrecian desde que Milei arrancó su meteórico ascenso. El ahora presidente electo se autodenomina “anarcocapitalista”, tiene una visión libertaria para revivir a un país sumido en la disfuncionalidad económica desde hace años, y es un outsider sin antecedentes políticos, con un peinado llamativo y una celebridad construida en gran medida con sus exabruptos en el prime time televisivo. Desprecia al establishment arraigado -Trump quería “drenar el pantano” y Milei busca defenestrar a la “casta” de las elites políticas- y promete una guerra política y cultural total contra los enemigos de izquierda.
Y también hubo gestos de solidaridad explícitos: Milei apoyó las teorías conspirativas de fraude esgrimidas por Trump en las elecciones de 2020, y sus seguidores usan la bandera Gadsden amarilla, muy popular en la ultraderecha norteamericana. Y tal como ocurrió con la victoria de Trump sobre Hillary Clinton en 2016, el contendiente derrotado, el actual ministro de Economía, Sergio Massa, también era visto por la mayoría como la encarnación desangelada de un oficialismo exangüe, un agente del sistema político cuyo oportunismo y sus cambiantes alianzas en el escenario político argentino le ganaron el apodo peyorativo de “panqueque”, por sus volteretas en el camino hacia el liderazgo.
La insurgencia de Milei desde los márgenes de la ultraderecha también dependió del aval de una centroderecha más tradicional, pero fundamentalmente se vio fogoneada por el profundo descontento de los argentinos con el esclerosado estatus quo, específicamente de una generación de votantes jóvenes que no conocen otra cosa que años de déficit fiscal endémicos y endeudamiento público, y que ya no tienen paciencia para las promesas y vaticinios del establishment.
“Por segunda vez en su historia, la Argentina ha atravesado 10 años sin crecimiento económico”, escribió un colega periodista. “Durante esa década, la pobreza se disparó del 28% a más del 40%. Y ahora, por primera vez en la historia, hasta los trabajadores formales de la Argentina están debajo de la línea de pobreza. La inflación galopa al 150% anual, el pesó se derrumbó, los precios aumentan casi todas las semanas, y los argentinos se ven obligados a andar con fajos de billetes hasta para pagar en la verdulería”.
Las soluciones que propone Milei son drásticas. Quiere “dolarizar” una economía que está perdida en una maraña de diferentes tipos de cambio y un uso generalizado del mercado paralelo del dólar. También quiere reducir a rajatabla el gasto público, desmantelar una serie de ministerios -incluido el de la Mujer, Género y Diversidad-, embarcarse en una ola de privatizaciones de empresas nacionales y cerrar el Banco Central.
Para algunos analistas, esa “terapia de shock” es necesaria para controlar un Estado hipertrofiado y trazar un nuevo rumbo para un país que está en crisis permanente desde hace mucho tiempo. Para otros expertos, es la receta del desastre. Una declaración firmada por más de 100 destacados economistas señala que las propuestas de dolarización y austeridad de Milei “pasan por alto las complejidades de las economías modernas, ignoran las lecciones de las crisis históricas, y abren la puerta a acentuar desigualdades que ya son graves”.
Sin embargo, la realidad más inmediata con la que se enfrentará Milei será su poco margen para implementar sus drásticos planes de reforma. En diciembre, cuando asuma la presidencia, lo hará solo con un pequeño grupo de aliados directos en el Congreso, y ni un solo gobernador de las 23 provincias de la Argentina es de su partido. En su discurso de victoria, Milei dijo que “no habrá lugar para el gradualismo” en su agenda, pero en los hechos dependerá de un establishment de centroderecha que tal vez no apruebe su idea de pasar la motosierra.
Debilidad
“Milei asumirá como el presidente más débil de la historia de la Argentina, a pesar de su clara victoria en la segunda vuelta”, le dijo el consultor y analista político argentino Sergio Berensztein al Financial Times. “La primera cuestión de gobernabilidad será el sistema de alianzas y pactos que tendrá que construir”.
Y si su agenda de reformas se topan con obstáculos, algunos temen que vuelva a fogonear la política del odio. La furia de Milei contra el “marxismo cultural” seguramente marcará el tono de su gobierno, como ocurrió con el expresidente brasileño Jair Bolsonaro, espíritu ideológico afín y partidario explícito de Milei.
El presidente electo se presentó como un redentor de la grandeza argentina, evocando que a principios del siglo XX el país era uno de los más ricos del mundo, y denostó gran parte de las décadas posteriores -especialmente los años dominados por el poderoso movimiento populista-estatista del peronismo- como una larga época de engaños y fracaso.
Más preocupante aún es que Milei parece abrazar la apología de la dictadura militar que gobernó la Argentina entre 1976 y 1983, responsable de una espantosa represión estatal en la que desaparecieron y asesinaron a hasta 30.000 personas, principalmente militantes políticos de izquierda. También desprecia el legado de Raúl Alfonsín, el primer presidente de la democracia recuperada después de ese período de dictadura, cuya rostro Milei dijo una vez que usa como bolsa de boxeo.
Victoria Villarruel, la compañera de fórmula de Milei, es una abogada que hizo campaña defendiendo el historial de la dictadura militar y que quiere poner fin a los juicios contra el personal militar involucrado en la guerra sucia y suspender el programa estatal de pensiones que se implementó para apoyar a las familias de sus víctimas. La victoria de Milei, en cierto sentido, es una reafirmación de esa idea revisionista.
“Hasta hace poco era tóxico para los políticos en la Argentina negar el pasado dictatorial”, dice el historiador argentino Federico Finchelstein. Pero el momento actual muestra que “en lo concerniente a la dictadura y al pasado, la cultura política argentina se ha degradado significativamente”, agrega Finchelstein, y señala la animadversión que en ese sentido también se evidencia entre los partidarios de Trump y Bolsonaro. “Y eso no puede ser bueno para el futuro de la democracia”.
“Tanto en Estados Unidos como en Brasil, ese ‘revival’ también condujo a intentos de golpe de Estado”, apunta el historiador.
Steven Levitsky, un destacado politólogo de la Universidad de Harvard, dijo recientemente que el principal éxito democrático de la Argentina ha sido “forjar un amplio consenso social contra la intervención militar y en defensa de los derechos humanos”, y agregó: “Me preocupa que ese gran logro ahora esté bajo amenaza”.
Es el sentimiento del que se hacen eco algunos en las calles de Buenos Aires. “En los 207 años de historia argentina, la democracia no ha sido la norma”, tuiteó el veterano periodista Uki Goñi. “La norma ha sido el conflicto, el caos económico, las traiciones entre caudillos. Los últimos 40 años han sido la excepción, basada en un frágil consenso sobre el horror de 1976-1983. El pegamento de ese consenso ya no está”.
Traducción de Jaime Arrambide
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