Jair Bolsonaro y Lula, dos líderes poderosos obligados a sostener el caudal de apoyos recibidos
Gran parte del respaldo a ambos líderes provino de votantes que rechazaron al candidato contrario
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RÍO DE JANEIRO.- No será fácil, a juzgar por las primeras reacciones del único presidente brasileño que no consiguió la reelección, a pesar de haber sido el que más abusó de sus prerrogativas al mando del Ejecutivo para vencer en la contienda. Lula tiene que confirmar su discurso de presidente electo, magistralmente montado como si marcase su asunción a un cargo que recién ocupará en enero, de que su tercer gobierno será más amplio, que excederá al Partido de los Trabajadores (PT) y será un gobierno de unidad nacional, de un amplio frente democrático.
La distancia entre la retórica y la realidad se verá más adelante, cuando elija a su gabinete. El nuevo gobierno debería ser representativo de la pluralidad de apoyos que obtuvo Lula, sin los cuales Bolsonaro posiblemente hubiera ganado. Lula representa mucho más que al PT: es un líder importante con una visión de futuro no sectaria, que hizo posible esta amplia coalición democrática a su alrededor.
Ni Lula ni Bolsonaro son dueños de los millones de votos que sacó cada uno. La exsenadora Simone Tebet me dijo que trabajó más en la campaña de Lula que en la suya propia, y Lula está demostrando que reconoce la importancia de esos esfuerzos: era la democracia la que estaba en juego, no un cargo.
La relevancia que Lula le dio el domingo a su vicepresidente, Geraldo Alckmin, fue impresionante. Lo mencionaba todo el tiempo, le hacía gestos con la mano, se esmeraba en no ocultarlo, en decirle a su pueblo, que había recibido con frialdad al ex “tucano”: este es el hombre que me ayudó y será importante en este gobierno de redemocratización. Buena parte del PT quería que Lula fuera más a la izquierda y criticó la candidatura de Alckmin, pero Lula tenía razón.
Sus primeros movimientos estuvieron imbuidos de ese espíritu: Lula sabe que su gobierno sólo saldrá adelante si amplía el apoyo partidario. El silencio de Bolsonaro no significaba que tramaba algo, a pesar del asedio de los camioneros. La demora en hablar demuestra su personalidad autoritaria, su disgusto antidemocrático hacia los más elementales ritos de civilidad.
Lo que hizo durante la campaña fue vergonzoso, usando y abusando del poder económico y político de la presidencia. Los allanamientos de la Policía Federal de Carreteras (PRF) fueron de lo más bajo que se haya visto recientemente en la política. Es el regreso de aquellos viejos coroneles que llevaban a los votantes en camiones e impedían la llegada de los votantes opositores.
En esa postura histérica de fingir que “acá no pasó nada”, Bolsonaro está completamente aislado. Todavía le quedan dos meses en la presidencia, con un país convulsionado y en una situación, cuanto menos, delicada. Cualquier líder político normal y equilibrado se entristecería al ser derrotado por tan poco, pero estaría feliz por la espectacular elección que hizo y se prepararía para encabezar la oposición. Pero debe saber que gran parte de ese electorado no es suyo, sino anti-PT. Así como Lula debe saber que gran parte de su electorado es antibolsonarista, no del PT.
Eso obliga a los dos grandes líderes populares a tener un proyecto, una estrategia, para mantener a sus seguidores o aumentar ese caudal de apoyo. Bolsonaro no tiene ni disposición mental ni organización partidaria para esa tarea. Tengo la impresión de que su papel en el futuro gobierno será mucho menor de lo imaginado.
Seguramente apelará mucho a las redes sociales para mantenerse a la cabeza, pero no es un Trump, que tiene al Partido Republicano en sus manos. Surgirán líderes civilizados de derecha y de centro que se pondrán a la cabeza de este electorado no radicalizado. Uno de ellos será Tarcísio de Freitas: todo gobernador del estado de San Pablo es un potencial candidato a la presidencia. El de Minas, Romeu Zema, será otro, al que se sumará seguramente Eduardo Leite, reelegido en Río Grande do Sul.
Habrá mucha gente haciendo política de derecha sin extremos. Y Bolsonaro mantendrá este núcleo radicalizado del electorado que él mismo desató, representantes de una fuerza importante, pero minoritaria.
Merval Pereira
O Globo/GDA
Traducción de Jaime Arrambide
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