Jair Bolsonaro quiere que Brasil sea un edén turístico, pero no para de insultar a todos
SALVADOR, Brasil (The Washington Post).– Sentado detrás del mostrador de su negocio lleno de chucherías para turistas, Clovis Dias de Oliveira miraba Facebook en su celular y sacudía la cabeza con gesto de desaprobación: más malas noticias.
El reciente enfrentamiento de dos bandas rivales. Un hombre abatido. Detenciones. Los últimos hechos de violencia no se habían desatado en una favela lejana, sino ahí mismo, en el corazón del renombrado casco histórico de esta ciudad colonial de Salvador de Bahía.
Las autoridades venían diciendo que con sus espectaculares platas, su arquitectura colonial y su singular cultura de influencia africana, Salvador podía ser la respuesta a uno de los históricos enigmas de Brasil: cómo atraer a los turistas. Pero a sus 36 años, Oliveira nunca estuvo demasiado convencido. "Ni yo me siento seguro acá", dice con exasperación. "He visto con mis propios ojos cómo les roban a muchos turistas. Y los que vienen no vuelven más".
El país más grande de América Latina llegó a un punto crítico de su larga y tormentosa relación con el turismo. Mientras que existe un boom del turismo en muchos de los destinos más atractivos del mundo, también aprovechado por países como México y República Dominicana, en 2018 Brasil recibió apenas 6,6 millones de visitantes extranjeros, menos que la teocracia de Irán, menos que la Ucrania desgarrada por la guerra, y menos incluso que el Museo del Louvre de París.
De todos modos esa cifra fue más alta, muy levemente, que el año anterior. Ahora, el gobierno brasileño quiere potenciar esos números y desarrollar a pleno el potencial turístico de un país que puede jactarse de tener miles de kilómetros de playas, la selva amazónica, cadenas montañosas y un pueblo famoso por su calidez y amabilidad. Las autoridades brasileñas se propusieron duplicar el número de turistas para 2022.
De lograrlo, también duplicarían el ingreso de los dólares que el país tanto necesita. Sumido en el estancamiento económico y con altas tasas de desempleo, en 2018 Brasil recibió apenas 6000 millones de dólares del turismo. En comparación, según datos de la Organización Mundial de Turismo de las Naciones Unidas, Estados Unidos recibió 210.000 millones de dólares y la diminuta Portugal más de 18.000 millones.
El gobierno ya eliminó el requerimiento de visa para ciudadanos de Estados Unidos, Canadá, Australia, Japón, China y Qatar. También lanzó una campaña de relaciones públicas a nivel mundial llamada "Brasil por Brasil", y están empapelando las ciudades de Estados Unidos y Europa con publicidades que son ambiguas y al mismo tiempo extrañamente seductoras: "Conozca un nuevo Brasil, moderno y productivo". Además, el presidente Jair Bolsonaro suele hablar del turismo, para despotricar, por ejemplo contra las protecciones ambientales que en su opinión inhiben el crecimiento del turismo, y hablando con nostalgia de la creación de los equivalentes brasileños de Cancún y Cozumel.
"La situación de nuestro turismo es frustrante, considerando que somos los primeros del mundo en bellezas naturales" dijo Bolsonaro el año pasado. "Queremos preservar el medio ambiente, pero cualquier otro país que tuviera nuestras maravillas naturales estaría facturando miles de millones de dólares en turismo. Y a nosotros no nos dejan".
Pero para que el gobierno de Bolsonaro alcance sus elevadas aspiraciones en materia turística, tal vez primero tenga que pasar la prueba de cambiar de rumbo.
Queremos preservar el medio ambiente, pero cualquier otro país que tuviera nuestras maravillas naturales estaría facturando miles de millones de dólares en turismo
En 2019, el número de visitantes extranjeros en Brasil cayó un 5%, en medio de una seguidilla de malas noticias y de críticas internacionales. Primero, los incendios forestales en la Amazonia. Después un devastador derrame de petróleo. También un número récord de casos de gatillo fácil en la policía de Río de Janeiro. Y como hilo conductor, un presidente que goza de la provocación política, que dice que prefiere un hijo muerto a uno gay, que pide que los delincuentes sean ajusticiados "como cucarachas" y que insulta por su apariencia a la esposa del presidente francés, Emmanuel Macron.
"Bolsonaro no es precisamente un incentivo", dice Thomas Kohnstamm, autor de una guía Lonely Planet para Brasil y de un libro de memorias sobre esa experiencia. "Brasil atrae sobre todo a viajeros independientes y alternativos, del tipo más progresista. Así que mucho no ayuda que el cartel de campaña de Bolsonaro sea un arma y que él diga que prefiere a un hijo muerto que a un hijo gay".
Pero no hay una razón única que explique por qué el turismo esquiva a Brasil. En Turquía, por ejemplo, un país donde también gobierna un presidente con tendencias autoritarias, la cantidad de turistas extranjeros creció de 31 millones a 46 millones en la última década. Y México, otro país carcomido por la violencia, recibió en 2018 más de 41 millones de visitantes, el doble que en 2010.
Brasil atrae sobre todo a viajeros independientes y alternativos, del tipo más progresista. Así que mucho no ayuda que el cartel de campaña de Bolsonaro sea un arma y que él diga que prefiere a un hijo muerto que a un hijo gay
La diferencia es que Brasil, enclavado entre los Andes y el Atlántico, está a miles de kilómetros de Estados Unidos y aún más lejos de Europa y Asia, o sea que sigue siendo un destino remoto, y no solo desde el punto de vista geográfico. Se habla portugués, tiene una cultura singular y propia, y para colmo, los vuelos hasta allí son costosos.
El desafío es especialmente difícil en la ciudad costera de Salvador de Bahía. Fundada por los portugueses como primera capital de Brasil, hoy Salvador es un laboratorio de experimentación turística para Brasil.
Las autoridades de la ciudad acaban de terminar el plan de cinco años de renovación del casco histórico, el Pelourinho, una de las franjas de arquitectura colonial más grandes del continente. En 2019, el diario The New York Times la incluyó entre los 52 lugares del mundo a descubrir, y según el aeropuerto local, durante los primeros seis meses de 2019 la cantidad de visitantes extranjeros se incrementó en un 25%.
"Salvador esta lista para los turistas", dijo el director de turismo de la ciudad, Claudio Melo de Oliveira. Pero Salvador es una de las ciudades más violentas de un país violento. "Si estuviese sola, no me sentiría nada segura", dice una turista alemana de 28, que prefiere no dar su nombre. "Somos un blanco fácil, se nota mucho que somos turistas".
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