¿Eliminar al coronavirus? Australia y Nueva Zelanda buscan guiar hacia un objetivo extraordinario
SÍDNEY.- A miles de kilómetros de las belicosas conferencias de prensa del presidente Donald Trump desde la Casa Blanca, el mandatario conservador de Australia y la líder progresista de Nueva Zelanda están timoneando con mano firme sus países hacia una rápida contención del brote del nuevo coronavirus .
En comparación con los cientos de nuevos infectados por día que registraban durante marzo, ahora ambos países reportan apenas un puñado de casos diarios y podrían converger hacia un logro extraordinario: erradicar completamente el virus.
Alcancen o no ese objetivo de "cero casos", lo ya logrado por Australia y Nueva Zelanda es una enorme fuente de esperanza. El primer ministro australiano, Scott Morrison, un cristiano conservador, y la primera ministra neocelandesa, Jacinda Ardern, han tenido éxito con una especie de democracia en retroceso: el partidismo retrocede, los expertos llevan la batuta, y la coordinación sin alharaca importa más que enfervorizar a las bases.
"Se diferencia claramente de Estados Unidos", dice el doctor Peter Collignon, médico y profesor de microbiología de la Universidad Nacional de Australia, que trabajó para la Organización Mundial de la Salud (OMS). "Acá, este no es momento de hacer política, sino para mirar los datos y hacer lo que sea más razonable."
La soñada perspectiva de cierta normalidad, con el virus derrotado, bares llenos de gente y los chicos de vuelta en las aulas es casi imposible de imaginar en gran parte de Estados Unidos, donde la falta de testeos y la tardía respuesta de Trump ante la pandemia terminaron con una explosión de contagios y de muertes.
Y puede terminar siendo un espejismo o una victoria con fecha de vencimiento en Australia y Nueva Zelanda. La erradicación implica reducir los contagios a cero en una zona geográfica determinada con medidas de control permanentes para impedir un rebrote, y eso puede implicar extender la prohibición de viajar. Otros lugares que parecían haber puesto a raya el virus, como China, Hong Kong y Singapur, han tenido rebrotes, en general casos de contagiados llegados del exterior.
Sin embargo, si hay dos países que podrían adjudicarse una clara aunque no sellada victoria –que sirva como ejemplo de poner la eficiencia por encima de los egos y que haga que la gente recupere algo de confianza en el sistema democrático– tal vez sean esos dos países insulares escasamente poblados con una larga historia de pragmatismo y la avidez de reconocimiento de los que siempre quedan relegados.
Australia reportó su primer caso el 25 de enero y Nueva Zelanda, el 28 de febrero. Pero comparados con Trump y los líderes de Europa, Morrison y Ardern respondieron con mayor celeridad y advertencias más tajantes.
Morrison prohibió los arribos desde China el 1 de febrero (un día antes que Estados Unidos) y catalogó el brote como pandemia el 27 de febrero (dos semanas antes que la OMS), al tiempo que conformaba un gabinete nacional con mandatarios provinciales para aumentar la capacidad hospitalaria y ponerse al frente de la respuesta del Estado.
En Nueva Zelanda, donde el gobierno está más centralizado, Ardernimplementó un sistema de alerta temprana que llevó a un cierre total de actividades menos de un mes después de la aparición del primer caso en su país. "Vamos a pelear con medidas tempranas y duras", dijo la premier.
En ambos países, la opinión pública primero se resistió y después aceptó, en parte porque la información que bajaba de los diferentes estamentos de gobierno apuntaba básicamente en un mismo sentido.
Medios para la comunicación
Interpretando cada uno a su manera el rol de "comunicador en jefe", Morrison prefiere un medio conservador como la radio, mientras que Ardern suele optar por Facebook Live. Pero ambos han recibido elogios de los científicos y expertos médicos por saber escuchar y adaptarse ante las evidencias.
"Es lo que pasa cuando los políticos no interfieren", dice Ian Mackay, un inmunólogo de la Universidad de Queensland que participó de la planificación de la repuesta ante la pandemia. "Es una mezcla de cosas, pero todo se reduce a saber aceptar el consejo de los expertos."
Los resultados son innegables: Australia y Nueva Zelanda aplastaron la curva. Australia, un país de 25 millones de habitantes que iba camino a tener 153.000 casos para Pascua, registró un total de 6670 infectados y 78 muertes. Tiene una tasa de crecimiento diario menor al 1% y un número de testeos per cápita de los más altos del mundo.
En Nueva Zelanda, tras el auge de casos en marzo, la tasa de crecimiento actual es inferior al 1%, con 1456 casos confirmados y 17 muertes. En un país de 5 millones de habitantes, hay apenas 361 casos activos.
Con esas cifras, ambos países están más cerca de Taiwán y Corea del Sur, que por el momento tienen controlada la propagación del virus, que de Estados Unidos y Europa, incluida Alemania, considerada un caso exitoso.
Y todo empezó con los científicos. En Australia, no bien China difundió el código genético del coronavirus, a principios de enero, los patólogos de los laboratorios de salud pública empezaron a debatir sus planes de testeo. En cada región y territorio, los funcionarios de salud pública se adelantaron a los políticos.
El gobierno entonces abrió la canilla presupuestaria para aliviar el bolsillo de los trabajadores y aumentar la capacidad del sistema de salud pública. Cuando los enfermos empezaron a aumentar, muchos hospitales contrataron turnos suplementarios de médicos y laboratoristas.
El espíritu de colaboración marcó el tono del esfuerzo. Muchas de las fuerzas de tareas nacionales y regionales que se pusieron en movimiento gracias a la temprana reacción de Morrison siguen trabajando en contacto permanente, e incorporaron a otros académicos que empezaron a elaborar modelos de propagación del virus. Todos esos hallazgos eran canalizados a las autoridades nacionales para la toma de decisiones en base a datos concretos.
El flamante gabinete nacional ha logrado un sorprendente nivel de consenso en un país con un sistema federal muy amplio donde suelen cundir las desavenencias entre los gobernadores regionales.
A fines de marzo, por ejemplo, Morrison anunció un acuerdo para endurecer fuertemente las restricciones, con una prohibición de todos los viajes internacionales y un pedido de quedarse en casa a todos los australianos que no realizaran tareas esenciales. A pesar de algunas divergencias, sobre todo relacionadas con las escuelas, los líderes regionales de ambos partidos mayoritarios expresaron su apoyo y no han flaqueado en la aplicación de las medidas, incluso después de la disminución de casos.
En Nueva Zelanda, los expertos en salud pública impulsaron medidas aún más extremas. El doctor Michael Baker, médico y profesor de la Universidad de Otago en Wellington, se convirtió en una voz prominente que no pertenece al gobierno y que alentó la eliminación total del virus, y no solo su contención.
Baker alegó que Nueva Zelanda, una isla donde el número de casos es limitado, debería tratar al virus más como al sarampión que como a una gripe: algo que hay que hacer desaparecer, con pocas excepciones.
En Australia, los funcionarios hablan de erradicación solo en privado, y como un posible efecto colateral de una estrategia que siguen describiendo como "contención". El doctor Brendan Murphy, máximo funcionario médico del gobierno de Australia, dijo ante un comité parlamentario de Nueva Zelanda que la erradicación del virus sería "el Nirvana" de los escenarios posibles, un logro muy difícil de mantener sin una prohibición indefinida de los viajes internacionales o 14 días de cuarentena obligatoria para cualquier recién llegado, al menos hasta que se descubra una vacuna.
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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