Iván Duque deja el poder con un legado de rechazos y varios fracasos
La presidencia del mandatario conservador cierra con un balance desfavorable por la relativa desconexión con el descontento de la gente desde el comienzo de su gobierno
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“Si yo pudiera presentarme, sería reelecto”. El comentario lo hizo el presidente colombiano, Iván Duque, semanas antes de la primera vuelta de mayo pasado. Pero los números sugieren lo contrario. Con un alto nivel de rechazo en la población, de haberse presentado, Duque difícilmente hubiera repetido el triunfo del ballottage de 2018.
Para los votantes colombianos, Duque ya es historia, una de esas historias sin final feliz, que más vale olvidar de una vez para enfocarse en otras promesas e ilusiones. Millones de ciudadanos quieren dejar atrás a un presidente con el que terminaron distanciados. De hecho, el desacuerdo se produjo de inmediato, no mucho después de haber accedido a la presidencia: no se entendían desde antes de la pandemia, cuya aparición en 2020 tensó todavía más la relación entre pueblo y presidente y formó un triángulo de sospecha y desaliento.
¿Pero qué pasó con Iván Duque, el joven dirigente conservador que entró en la Casa de Nariño de la mano del exmandatario Álvaro Uribe, su padrino político y figura dominante de la vida colombiana desde la vuelta del siglo? Dicho sea de paso, algunos analistas señalan que el final de Duque es también el final de veinte años de uribismo, con él al mando o cualquiera de sus delfines designados.
“El gobierno de Duque deja bastantes sinsabores, sobre todo en los temas sociales. Hay mucha molestia social y creo que tanto las protestas del 2019 como las del 2021, agravadas por la pandemia, se pueden entender con la desilusión con las políticas públicas”, dijo a LA NACION la politóloga Silvana Amaya, analista senior de la consultora Control Risks en Bogotá.
Durante una entrevista con este medio, siendo candidato, Duque prometió a principios de 2018 trabajar por una “paz sostenible”. Eran las primeras etapas de los Acuerdos de Paz firmados por su antecesor, Juan Manuel Santos, a fines de 2016 con los mandos de la guerrilla de las FARC, piedra de toque de la desmovilización de los rebeldes luego de seis décadas de conflicto armado. Pero la violencia continúa.
La economía con reglas claras “que genere la expansión de la clase media y reduzca la pobreza”, su segunda promesa, y la propuesta de un país con mayor equidad, “donde los más vulnerables tengan acceso a las oportunidades que necesitan para crecer como personas”, también quedaron en deuda. Las dos consignas chocaron con las estadísticas de un país que se consolidó como el más desigual de la región.
Duque, el “aprendiz”
Además de los datos internacionales que ratifican ese triste escalafón, un informe presentado esta semana por cerca de 500 organizaciones sociales, por ejemplo, sostiene que el gobierno de Duque deja un deplorable saldo de “hambre, guerra y retroceso en derechos humanos”.
El informe es concluyente desde el título: “Hambre y guerra: el legado del aprendiz”. La mención al “aprendiz” rebaja todavía más a Duque, a quien le atribuyen “la crisis humanitaria más grande desde que se firmó el Acuerdo de Paz con las FARC, en noviembre de 2016, derivada de un crecimiento de la violencia, con la reactivación del conflicto armado y la expansión paramilitar y la pobreza”.
Las protestas de fines de 2019 se vinculan con el rosario de estallidos en varios países en esos meses de rabia con los gobiernos de turno. Bolivia, Ecuador y Chile también vivieron días de bronca ciudadana y zozobra del poder. Luego vino el coronavirus, que silenció con su estela de muerte y los debidos confinamientos y restricciones el furor de las calles, pero aumentó la insatisfacción.
Si algo faltaba, Duque, con las arcas agotadas como tantos gobiernos por los efectos de la pandemia, quiso resolver el déficit con una reforma impositiva… que vaciaba todavía más los bolsillos de la exigida población colombiana. Pero el pretendido manotazo regresivo encendió de nuevo las calles.
“La reforma tributaria que se planteó fue mucho más perjudicial para la clase media, especialmente, y no para las empresas o las grandes riquezas, ni buscaba acabar con las exenciones de impuestos”, dijo Amaya. “Y eso es lo que muchos le criticaban, porque Duque era un poco ajeno a dónde realmente se podía mejorar las condiciones, y a dónde se podía disminuir ese déficit fiscal”, agregó.
Además, existe consenso entre observadores y organizaciones de derechos humanos sobre la desmedida actuación de las fuerzas de seguridad en el marco de las protestas. La brutalidad de los uniformados, según las investigaciones sobre el asunto, fue mucho más allá de la mera contención de los sectores más violentos y minoritarios, como alegaba el gobierno.
“Duque no fue capaz realmente de entablar un diálogo con las organizaciones que estaban encabezando estos movimientos y respondió con una política de represión muy, muy dura, que tuvo un balance desastroso en términos de derechos humanos, sobre todo en la segunda ola de movilización social”, dijo a LA NACION el politólogo Yann Basset, profesor de la Universidad del Rosario.
Detrás de las causas concretas de las dos grandes olas de protestas, dijo Basset, se encontraba “la insatisfacción mucho más general de la población urbana, de la juventud en particular, después de una década y media de crecimiento fuerte en Colombia, y de desarrollo de una clase media que aspirada ya a muchas otras cosas, a mejores servicios públicos, más acceso a la educación, a mejores empleos. Eran reivindicaciones de la gente a las que el gobierno no supo realmente responder”.
El aumento simultáneo de la violencia, la pobreza y la desigualdad, debido a la sinergia de errores y decisiones propias y la devastadora coyuntura pandémica, tuvo al menos cierta compensación con determinados aciertos.
En el haber del gobierno de Duque se destacan la buena campaña de vacunación contra el Covid, las políticas emprendidas de transición energética, y la gestión de la crisis migratoria de Venezuela, brindando ayuda a la población que cruzaba la frontera como parias con nada a cuestas más que sus penas.
Esa bienvenida a las multitudes se dio en el marco de una confrontación política con el régimen de Nicolás Maduro, un vecino desleal, incómodo y provocador que no solo venía expulsando a su propio pueblo por el fracaso del sistema que conduce, sino que ha sido santuario de bandas armadas colombianas. Lidiar con el chavismo: lo que menos necesitaba Iván Duque en su complejo gobierno.
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