Israel profundiza su ofensiva y Hamas amenaza con ejecutar a un rehén por cada nuevo ataque
Se intensificaba una venganza a sangre y fuego contra el culpable de todo: el grupo islamista palestino
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JERUSALEN.- Dos días después de la mayor afrenta que jamás nadie pensó que alguien pudiera llegar a lanzar sobre Israel, una humillación y una falla inexplicable de inteligencia que dejó más de 900 israelíes muertos, más de 150 secuestrados, 2150 heridos y abrió nuevos y preocupantes escenarios para todo Medio Oriente y el resto del mundo, se intensificaba una venganza a sangre y fuego contra el culpable de todo: el grupo islamista palestino Hamas.
Israel impuso, en efecto, el “asedio completo” de esa franja de tierra del sur del país que este grupo controla desde 2007. “Estamos imponiendo un asedio total a Gaza (que quedará) sin electricidad, ni comida, ni agua, ni gas, todo cerrado”, dijo el ministro de Defensa, Yoav Gallant. “Estamos combatiendo contra animales y actuamos en consecuencia”, agregó.
הוריתי להטיל מצור מוחלט על עזה.
— יואב גלנט - Yoav Gallant (@yoavgallant) October 9, 2023
אנחנו נלחמים בחיות אדם, ונוהגים בהתאם. pic.twitter.com/FhDizBKOSX
“Lo que Hamas vivirá será difícil y terrible (...) vamos a cambiar Medio Oriente”, le hizo eco el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que le pidió a la población, evidentemente aterrada y traumatizada por lo vivido en los últimos días, prepararse para una guerra “larga y difícil”.
Más allá del bloqueo total a Gaza, en el tercer día de la ofensiva sin precedente de este grupo islamista, seguían los bombardeos de represalia israelí sobre la franja, donde se contabilizaban 687 muertos, según las autoridades locales.
Pese a los bombardeos incesantes desde el aire, el ejército israelí, que anunció que controlaba esas localidades del sur del país que fueron escenario de la sorpresiva irrupción de brigadas islamistas, admitieron que todavía “podría haber terroristas en la zona”, según un vocero militar. Justamente por esto, decenas de miles de soldados israelíes –se habla de 300.000 reservistas– estaban siendo desplegados cerca de la Franja de Gaza. Allí, según el ejército, fueron bombardeadas 500 posiciones de Hamas y de la Jihad Islámica. Aunque el gran temor es que en estos ataques puedan perder la vida ese centenar de ciudadanos secuestrados por Hamas, otro hecho sin precedente en la historia del país.
Al respecto, Hamas descartó este lunes negociar un canje de prisioneros, al menos por el momento. En el famoso Shin Bet, servicio secreto israelí, trataban de exprimir sus fuentes para tratar de entender dónde están los rehenes. Según el movimiento islamista, cuatro “prisioneros” capturados habrían muerto en los bombardeos. Además, un vocero militar de Hamas dijo que el grupo matará a un rehén civil cada vez que Israel ataque a civiles en Gaza.
“Cada ataque contra nuestro pueblo sin previo aviso será respondido con la ejecución de uno de los rehenes civiles”, dijeron en un comunicado las Brigadas Ezzeldin al-Qassam, el brazo armado de Hamás. “El enemigo no entiende el lenguaje de la humanidad y la ética, así que nos dirigiremos a ellos en el lenguaje que entienden”, agregaron.
Israel bombardea Gaza como respuesta a una ofensiva sin precedentes del grupo islamista palestino lanzada el sábado que ha dejado cientos de muertos en ambos bandos.
Fiel reflejo de que el conflicto amenaza con extenderse peligrosamente, como si se tratara de un reguero de pólvora, Israel debió también repeler una incursión desde Líbano. Sus tropas hicieron saber que, apoyadas por helicópteros, habían matado a varios infiltrados armados que entraron al país desde el vecino del norte.
En este marco, en Jerusalén, la ciudad santa para las tres religiones monoteístas más importantes –Cristianismo, Judaísmo e Islam–, reinaba un clima nunca antes visto. Con escuelas cerradas hasta nuevo aviso, como en el resto del país, casi no había tránsito. O un tránsito mínimo, como suele suceder el sábado, cuando es shabat, que en la ciudad “santa” se respeta mucho más que en la laica Tel Aviv. Y el silencio, un silencio parecido al que precede a las tormentas fue roto al menos dos veces –al mediodía local y a las cinco de la tarde–, por el ulular de las sirenas que advierten que hay bajar a los refugios, seguido luego por estruendos secos: el ruido del sistema antidefensa Cúpula de Hierro.
“Ahora empieza la guerra de Hezbollah”, comentaba el dueño de una casa de cambio abierta en la parte oriental de Jerusalén, la parte mayoritariamente árabe, aludiendo a la fuerza chiita pro-iraní presente en Líbano que se ha vuelto la gran incógnita del momento. Aunque Hamas fue el ejecutor de la irrupción sin precedente del sábado, muchos creen que sin el entrenamiento y la tecnología de Hezbollah y de Irán, el grupo islamista de Gaza jamás habría podido lograr semejante proeza.
¿Y la gran pregunta es, intervendrá Hezbollah desde el norte?
Desolación en Jerusalén
En la normalmente bulliciosa Puerta de Damasco, una de las ocho de la fascinante Ciudad Vieja de Jerusalén, a las cuatro de la tarde impacta el silencio. Sólo se ven militares israelíes armados hasta los dientes, que piden documentos a todo el que intentara entrar, y algunos gatos. Adentro, en sus callejuelas normalmente repletas de turistas, vendedores, puestos de especias con aromas típicamente orientales, su bazar cubierto, sus piedras blancas milenarias, la desolación es absoluta.
“Desde el sábado la policía deja entrar a a la Ciudad Vieja solamente a sus residentes, nadie más y es un desastre, todos los negocios, salvo algunos, están cerrados porque no hay nadie. Nunca vi a la Ciudad Vieja así, ni siquiera en la Segunda Intifada, en 2000 o cuando tuvo lugar la pandemia”, dice a LA NACION Ala Zorba, dueño de una tienda que da sobre la famosa Via Dolorosa –parte del recorrido de las peregrinaciones cristianas hacia el Santo Sepulcro–, en la parte en la que justo hay un acceso a la Explanada de la Mezquita de Al Aqsa, el lugar más venerado por los musulmanes después de la Meca y Media.
Para Alá, ahí está justamente el motivo del por qué de la sorpresiva incursión de Hamas, que lo dejó tan incrédulo que la compara con una película de Hollywood en la que sucede un insospechado asalto nada menos que a la Casa Blanca. “Hamas había avisado que, si los israelíes ocupaban la Explanada, iba a haber problemas”, denuncia, al agregar que la policía no sólo no deja entrar desde hace meses a los menores de cincuenta años a este lugar sagrado, para orar, sino que además, hostiga, con patadas, manotazos y palos, a los palestinos.
“¿No lo vieron? Hace poco pasó una patrulla que le puso un fusil en la cara a una mujer sólo porque iba con el velo islámico”, acusa.
“Acá también, como en Gaza o en Cisjordania, si la gente es provocada, está lista para estallar como un volcán”, suma otro hombre llamado Ian, cirujano infantil, que también reside en la Ciudad Vieja. Para él, lo que hizo Hamas el sábado 7 de octubre –fecha que quedará en la memoria colectiva tanto de palestinos como israelíes como una jornada histórica, de revancha para unos, de la peor humillación y derrota, para otros–, “es lo mismo que hicieron los israelíes con nosotros en los últimos 70 años”. “Igual espero que todo esto termine pronto, la gente está muy asustada”, concede.
En el Muro de lo Lamentos, sitio sagrado para los judíos, que queda pegado a la mezquita de Al Aqsa, sólo hay decenas de personas, no las masas de los tiempos “normales”. Y reina un clima de alerta. “Tengan cuidado, hay un refugio, si suenan las sirenas no duden en bajar”, nos dice, intentando ser gentil, uno de los soldados a cargo de uno de los aparatos detectores de metales que hay que sortear.
Ante el muro, como siempre, se ven muchos religiosos ortodoxos vestidos de traje negro y camisa blanca, con sus tradicionales sombreros y rizos al lado de la cara, con rostros impasibles, como si nada hubiera pasado. Rezan frente al muro moviendo mecánicamente la cabeza, con la Torah en mano.
Los turistas se cuentan con los dedos de una mano, pero se identifican enseguida por las selfies.
“Llegamos a Israel el sábado a las dos de la mañana, nos fuimos al hotel, en Tel Aviv, y a las pocas horas comenzaron los cohetes, las sirenas, no sabíamos de qué se trataba”, cuentan a LA NACION, sin ocultar su horror, dos turistas chilenos, Katerin Sánchez, enfermera, y su pareja, Daniel Ordenas, administrativo, que viajaron con un grupo organizado para recorrer Medio Oriente, pero que cayeron en el peor momento de las últimas décadas. “Enseguida cambiaron los planes, nos sacaron de Tel Aviv, que no pudimos ver y nos llevaron a Nazareth. Acortamos la estadía y mañana nos vamos a Jordania y después a Egipto. Da mucho miedo todo esto, pero no quisimos repatriar en los vuelos humanitarios que puso a disposición Chile”, explican, resignados.
Ariel, uno de los guardianes del Muro de los Lamentos, también religioso ortodoxo de barba y kipá, al comentar los sucesos que trastornaron a esta Tierra que quizás nadie se atrevería llamar Santa ahora, después de toda la barbarie de los últimos días, asegura que “el único judío bueno es el que murió”. “Todos dicen que nosotros los judíos somos los malos con los palestinos, la prensa mundial nos odia, pero la verdad es que fuimos buenos, los soportamos todos estos años, cuando podríamos haberlos aplastado y borrado del mapa mucho antes del 7 de octubre”, asegura.
Hay nubarrones negros en el cielo, parece que está por llover. Se oyen a lo lejos unos truenos. Pero no es la tormenta. Son cazas de combate o aviones de reconocimiento, nadie lo sabe.
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