Israel está perdiendo su principal activo: la aceptación internacional
En la guerra contra Hamas en Gaza, el país está poniendo en riesgo las décadas de diplomacia que invirtió para lograr que el mundo reconozca el derecho del pueblo judío a la autodeterminación y la autodefensa en su territorio histórico
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AMÁN, Jordania.- Pasé los últimos días viajando de Nueva Delhi a Dubái y Amán, capital de Jordania, y tengo un mensaje urgente para el presidente Joe Biden y para el pueblo de Israel: he sido testigo de la vertiginosa erosión de la imagen de Israel entre países amigos, un nivel de aceptación y legitimidad construidas laboriosamente a lo largo de décadas. Y si Biden no tiene más cuidado, la imagen de Estados Unidos se irá a los caños junto con la de Israel.
Me parece que ni los israelíes ni el gobierno de Biden entienden la magnitud de la furia que se está cocinando alrededor del mundo, fogoneada por las redes sociales y las imágenes de la televisión, por la muerte de tantos miles de civiles palestinos, en especial niños, con armas suministradas por Estados Unidos a Israel para su guerra en la Franja de Gaza. Hamas tiene que responder por haber desatado esta tragedia humana, pero en este momento Israel y Estados Unidos son vistos como los motores de los eventos actuales y en el reparto de culpas se llevan la peor parte.
Que esa bronca esté desbordando en el mundo árabe sería una obviedad, pero lo escuché también repetidamente en mis conversaciones en la India durante la semana pasada, y de la boca de amigos, grandes empresarios, funcionarios y periodistas, jóvenes y viejos por igual. Y eso es muy revelador porque el gobierno hinduista del primer ministro Narendra Modi es la única superpotencia del sur global que ha apoyado a Israel y que ha culpado sistemáticamente a Hamas por haber provocado la masiva represalia israelí y por la muerte de un estimado de 30.000 personas, en su mayoría civiles, según datos de los funcionarios de salud de Gaza.
La muerte de tantos civiles en una guerra relativamente corta sería problemática en cualquier contexto. Pero cuando esos civiles mueren en una invasión de represalia lanzada por un gobierno como el de Israel, que no plantea ningún horizonte político para después de la guerra -y cuando el primer ministro de ese gobierno, Benjamin Netanyahu, finalmente presenta un plan para el día después que básicamente le dice al mundo que Israel ahora tiene la intención de ocupar indefinidamente tanto Cisjordania como Gaza- no sorprende que los amigos de Israel se alejen y el equipo de Biden comience a parecer caído en desgracia.
Como me dijo Shektar Gupta, el veterano editor del diario indio The Print: “En la India hay un profundo amor y admiración por Israel, pero una guerra sin fin dañará ese respeto. Más allá del shock y del estupor iniciales, la guerra de Netanyahu está dañando el principal activo de Israel: la extendida creencia en la invencibilidad de sus ejércitos, la infalibilidad de sus servicios de inteligencia y la justeza de su misión”.
Cada día surgen nuevos reclamos para que a Israel se le prohíba participar en competencias o eventos académicos, artísticos y deportivos internacionales. Es cierto que señalar a Israel como único objeto de censura –mientras se ignoran los excesos de Irán, Rusia, Siria y China, por no mencionar a Hamas– es una hipocresía. Pero el actual gobierno israelí se los deja servido en bandeja. Muchos de los países amigos de Israel ahora simplemente rezan por un alto el fuego, para no tener que responderles a sus ciudadanos o votantes -especialmente a sus jóvenes- cómo son tan indiferentes ante el creciente número de víctimas civiles en Gaza.
Muchos gobiernos árabes que en privado quieren ver la destrucción de Hamas y que entienden que es una fuerza perversa y destructiva, están siendo presionados por las calles y hasta por las elites para que tomen distancia públicamente de un Israel que no está dispuesto a considerar ningún horizonte político que implique la independencia palestina, sin importar cuál sea la frontera.
O como lo expresó Netanyahu en el plan para “el día después” que esbozó el viernes pasado: Israel mantendrá el control de la seguridad sobre Gaza, el territorio será desmilitarizado, la frontera sur de la franja con Egipto será sellada a cal y canto en coordinación con El Cairo, la agencia de las Naciones Unidas que proporciona servicios primarios de salud y educación a los refugiados palestinos será disuelta, y la educación y la administración de la franja serán reformuladas por completo.
La administración civil y la vigilancia policial diaria estarán a cargo “de elementos locales con experiencia administrativa y de gestión.” Nada dijo de quién pagará todo eso ni de cómo piensan reclutar a palestinos locales que acepten perpetuar el control de Israel.
Porque Netanyahu hasta se niega a intentar fomentar una nueva relación con los palestinos que no pertenecen a Hamas, ya que hacerlo pondría en riesgo su cargo de primer ministro, que depende del respaldo de partidos supremacistas judíos de extrema derecha que nunca estarán dispuestos a ceder ni un centímetro de Cisjordania. Por difícil que sea de creer, Netanyahu está dispuesto a sacrificar la legitimidad internacional que Israel se ganó con tanto esfuerzo para satisfacer sus necesidades políticas personales. Y no dudará en arrastrar a Biden consigo.
Pero en realidad lo que se está desperdiciando es una oportunidad única de llevar a Hamas a su mínima expresión y definitivamente, no sólo como ejército, sino también como movimiento político, porque Netanyahu se niega a alentar cualquier perspectiva, por muy a largo plazo que sea, de avanzar hacia la “solución de dos Estados”.
Todavía muy traumatizados por el ataque masivo del 7 de octubre, me parece que los israelíes no llegan a ver que hacer al menos el esfuerzo de avanzar de a poco hacia un Estado palestino liderado por una renovada Autoridad Nacional Palestina (ANP) y condicionado a la desmilitarización y al logro de ciertos objetivos de gobernanza institucional no es un regalo para los palestinos o una recompensa para Hamas.
De hecho, es todo lo contrario: es lo más egoísta que los israelíes podrían hacer por sí mismos y en función de sus propios intereses, porque hoy Israel está perdiendo en tres frentes a la vez.
Relato
Para empezar, está perdiendo a nivel global con su relato de estar librando una guerra justa. No tiene ningún plan para retirarse alguna vez de Gaza, o sea que tarde o temprano se hundirá en las arenas movedizas de una ocupación permanente que seguramente complicará las relaciones con todos sus aliados y amigos árabes en todo el mundo. Y también está perdiendo a nivel regional frente a Irán y sus milicias delegadas antiisraelíes en el Líbano, Siria, Irak y Yemen, que presionan a Israel desde las fronteras norte, sur y este.
Pero existe una solución que lo ayudaría en los tres frentes: un gobierno israelí dispuesto a iniciar el proceso de construcción de dos Estados-nación para dos pueblos, con una ANP que esté verdaderamente preparada y dispuesta a transformarse. Con eso cambiaría completamente el relato, porque les daría cobertura a los aliados árabes de Tel Aviv para que se asocien con Israel en la reconstrucción de Gaza y cimentaría la alianza regional que Israel necesita para enfrentar a Irán y sus milicias delegadas.
Como no lo pueden ver, los israelíes están poniendo en riesgo las décadas de diplomacia que invirtió para lograr que el mundo reconozca el derecho del pueblo judío a la autodeterminación y la autodefensa en su territorio histórico. Al mismo tiempo, están aliviando de su responsabilidad a los palestinos, privándolos de la oportunidad de reconocer dos Estados-nación para dos pueblos distintos y de construir sus instituciones y de hacer las concesiones necesarias para que eso suceda. Además, y vuelvo a repetirlo, también está arrastrando al gobierno de Biden a una posición cada vez más insostenible.
Y mientras tanto, el que celebra es Irán.
Traducción de Jaime Arrambide
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