Invasión de hipopótamos: el legado más salvaje de Pablo Escobar en Colombia
BOGOTÁ.- Fue difícil encontrar al hipopótamo, un enorme macho irascible con la pésima reputación de asolar a los productores rurales de la zona. Durante tres largos meses, los científicos lo rastrearon por territorio colombiano, acechándolo junto a los lagos, arrastrándose cuerpo a tierra entre los arbustos, acampando en las inmediaciones de las granjas donde solía vérselo.
Pero mucho peor fue tener que castrarlo, una tarea prácticamente hercúlea. Para poder acercarse sin peligro al mastodonte, tuvieron que inyectarle un potente tranquilizante para elefantes, y hasta con el animal inmovilizado en tierra, costó mucho encontrarle las partes.
"Fue una cosa horrible", recuerda David Echeverri López investigador de la agencia regional de medio ambiente Cornare, que encabezó las tareas de esterilización en 2013. "Qué hacer con un hipopótamo no es una pregunta que uno pueda googlear en internet."
Para empezar, es una criatura que viene del otro lado del océano, de las sabanas y bosques del África Subsahariana. Pero en la década de 1980, el capo narco Pablo Escobar contrabandeó cuatro hipopótamos para tenerlos en su campo privado. Y esos hipopótamos originales se reprodujeron libremente y hoy hay decenas de ejemplares salvajes deambulando por los humedales del norte de Bogotá, la especie invasiva de mayor porte que hay en el planeta.
Para los vecinos, los hipopótamos son como mascotas no oficiales. Pero para los científicos representan una seria amenaza ecológica, ya que compiten con la fauna nativa y contaminan los cauces de agua. Cada tanto, además, se les da por atacar a los humanos.
Ahora, un nuevo estudio advierte que para 2040 la invasión de hipopótamos alcanzará los 1500 ejemplares. Llegado ese punto, el impacto ambiental será irreversible y el número de ejemplares ya será imposible de controlar. Hay que hacer algo, y pronto.
Un problema de dos toneladas
Eran solo cuatro hipopótamos, ¿qué tanto problema podían traer? Ese fue el razonamiento de los funcionarios colombianos encargados de desmantelar la impresionante hacienda de Escobar después de su muerte, en 1993. Y como los animales eran sumamente agresivos y del tamaño y peso aproximados de un cuatro puertas, los funcionarios preferían no molestarlos y evitaban acercarse. Mientras los otros animales exóticos del capo narco fueron enviados a distintos zoológicos, los hipopótamos -tres hembras y un macho- se quedaron deambulando en el lugar.
Fue un error fatal.
En su hábitat natural, los hipopótamos pasan toda la estación seca amuchados y sumergidos en cauces de agua que quedan reducidos a charcas barrosas por efecto de la evaporación. Allí son presa fácil de las enfermedades y sus depredadores naturales, además de los arrebatos de violencia entre ellos mismos.
Pero Colombia es tropical, "el paraíso de los hipopótamos", dice Echeverri. Abundantes lluvias, montones de comida, y ningún carnívoro de porte suficiente para representar una verdadera amenaza. Los hipopótamos pasan cinco horas del día pastando y el resto del tiempo tumbados en las refrescantes aguas del río Magdalena y sus lagos circundantes.
Pero así como la mayoría de las comunidades africanas miran a los hipopótamos con justificada desconfianza -anualmente, los hipopótamos se cobran más vidas humanas que cualquier otro gran mamífero-, los colombianos parecen fascinados. Las casas de souvenires del cercano Puerto Triunfo venden llaveros y remeras con imagen de hipopótamos, y quienes visitan el parque de diversiones construido en el que fuera uno de los palacios de placer de Pablo Escobar pueden recorrer el lago donde actualmente viven varias docenas de ejemplares. Cada tanto, aparece uno de ellos deambulando lo más campante por el centro del poblado cercano.
"El hipopótamo es la mascota local", le dijo ya en 2018 una vecina, Claudia Patricia Camacho, al programa Noticias Caracol. "Puede decirse que hoy andan por la calle como si fuera de ellos."
Pero la convivencia interespecies no suele ser amigable. En 2009, tras las denuncias de que tres hipopótamos fugados de Hacienda Nápoles estaban aterrorizando a los agricultores de la zona, la agencia ambiental de Colombia envió un equipo de soldados a cazarlos.
Pero de inmediato se filtró una foto de uno de los soldados posando junto al cuerpo muerto de uno de los animales adultos, llamado Pepe. Los activistas de los derechos animales denunciaron la matanza: "Podrían haberlos capturado y puestos a resguardo hasta encontrar un refugio definitivo", le dijo entonces a la prensa Marcela Ramírez, miembro de la Red de Protección Animal.
Un juez emitió la orden de suspender la cacería de la pareja de Pepe y de su prole, y a partir de entonces, cazar hipopótamos en Colombia es un delito. Fue en ese momento que Echeverri decidió lanzar su campaña de esterilización.
Tras los primeros y extenuantes esfuerzos de rastrear a los animales sueltos por el campo, el equipo intentó acorralar a uno. Amontonaron zanahorias y frutas en el centro de un redil de madera y esperaron a que algún hipopótamo con hambre se metiera solo.
"Lo del corral no anduvo", dice Echeverri. "Cuando se vio encerrado, saltó, aplastó el vallado de madera y se escapó entre los árboles."
Y agrega: "No sabía que podían saltar."
Aunque los hipopótamos machos tienen lo que los científicos llaman "testículos espacialmente dinámicos", es decir que sus genitales son retráctiles y pueden esconderse en una abertura llamada canal inguinal, los órganos reproductores de las hembras son aún más difíciles de encontrar. "No entendíamos la anatomía femenina", dijo Echeverri. "Lo intentamos varias veces y nunca lo logramos".
Al final encontró la respuesta: olvidarse de las hembras, y atrapar a un ejemplar macho en un corral de paredes altas. Pero el proceso sigue siendo peligroso, costoso y lento, sobre todo para una oficina de bajo presupuesto como la de Echeverri, que apenas logra castrar un hipopótamo al año, cuando los científicos estiman que la población de ejemplares crece un 10% al año.
Un estudio de los lagos habitados por hipopótamos en Colombia realizado en 2020 reveló que los nutrientes en las heces de los animales estaban ocasionando un explosivo crecimiento de bacterias y algas. A su vez, esto redujo el nivel de oxígeno del agua, haciéndola tóxica para los peces.
"Notamos que los niveles de oxígeno estaban alcanzando un nivel tan bajo que era esperable que los peces empezaran a hincharse", dice Jonathan Shurin, ecologista de la Universidad de California en San Diego, que ha trabajado con Echeverri en la evaluación del impacto ambiental de los hipopótamos. Existe una real preocupación de que eso afecte la industria pesquera de la región.
"La única estrategia eficiente para hacer frente a la invasión es la extracción de 30 hipopótamos por año, comenzando inmediatamente", dice Nataly Castelblanco-Martínez, ecologista colombiana que trabaja en la Universidad de Quintana Roo, en México.
Zoológicos
Pero no hay donde ponerlos. Hace años que Puerto Triunfo busca infructuosamente zoológicos dispuestos a llevarse los hipopótamos. Ninguna nación africana pondría en riesgo su propia población de hipopótamos con la reintroducción de docenas de animales de origen misterioso y comportamiento desconocido.
Así que los científicos dicen que Colombia debe considerar un sacrificio masivo.
"A nadie le gusta la idea de dispararle a un hipopótamo. A mí tampoco", dice Castelblanco-Martínez. "Pero es la única estrategia que puede funcionar".
La ecologista señala que estas cosas ocurren cuando la sociedad no actúa para resolver un problema hasta que se vuelve tan acuciante que es imposible ignorarlo. La reubicación podría haber sido factible hace 30 años, cuando los hipopótamos eran cuatro. Y la castración podría haber funcionado si las autoridades hubieran volcado suficientes recursos desde el principio. Ahora, la única opción que queda es la más dolorosa.
Echeverri no está tan seguro de que matar a los hipopótamos sea el único camino para seguir. "Se han convertido en animales emblemáticos para toda una comunidad", dijo. "No es posible sacárselos de encima así nomás."
Pero Echeverri concuerda en que se acaba el tiempo y hay que actuar.
"Los años pasan, la solución no llega, y lo único que cambia es la cantidad de hipopótamos", dice.
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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