Insólito ritual de verano holandés: abandonar a los chicos en el bosque en medio de la noche
AUSTERLITZ, Holanda.- Apenas pasadas las 10 de la noche, el auto se detuvo en el borde del bosque. La puerta trasera se abrió y bajaron tres chicos: dos varoncitos rubios de 12 y 15 años, y una nena de 12 con el pelo atado en colitas y una mochila cubierta de emojis. A continuación, y sin asomar la cabeza, el conductor del auto puso primera y se alejó a toda velocidad, haciendo sonar el ripio debajo de las llantas.
Eran figuras diminutas al pie del bosque, a kilómetros del campamento de verano al que asistían, y con un primitivo GPS cómo única guía para orientarse en la dirección correcta. Ya era de noche. Y estaban solos.
Cuando los ojos se acostumbraron a la oscuridad, miraron hacia el bosque: ¿el sendero era ese? "Podría ser", dijo Thomas, de 12 años, líder del grupo. Y entonces, como si no hubiera otra cosa que hacer, se sumergieron entre los árboles.
La tradición de escultismo holandesa conocida como "soltar" consiste en dejar a grupos de chicos, en general preadolescentes, en medio del bosque para que encuentren su camino de regreso al campamento base. Se supone que es un desafío, y los chicos suelen deambular por el bosque hasta las 3 o 4 de la madrugada.
En algunas variantes de ese desafío, inspirado vagamente en ejercicios militares, los adultos siguen el rastro de los grupos de chicos, pero se rehúsan a orientarlos, aunque a veces les dejan mensajes crípticos como pistas para el camino. Para dificultar aún más la tarea, los coordinadores a veces incluso vendan los ojos de los chicos hasta el lugar donde los "sueltan", o dan vueltas con el auto para desorientarlos.
Otras veces se esconden entre la maleza e imitan el ruido de los jabalíes y otros animales salvajes. Y si todo esto le parece una locura, es porque no es holandés.
La infancia de los holandeses, es justo aclararlo, es bastante particular y distinta. A los chicos se les enseña a no depender tanto de los adultos, y a los adultos se les enseña a dejar que los chicos resuelvan sus propios problemas. Esas "sueltas" de niños destilan esos principios llevados al extremo, sobre la base de que incluso cuando un chico está cansado, hambriento y desorientado, encuentra una satisfacción compensatoria en estar a cargo de sí mismo.
Y por cierto que los holandeses adultos atesoran de manera entrañable el recuerdo de esas experiencias. Rik Oudega, líder scout de 22 años, recuerda que una vez lo paró la policía cuando llevaba a un grupo de niños para "soltarlos". Iba a contramano, y sintió que la tierra se abría bajo sus pies, "porque estaba haciendo algo contra la ley".
Los oficiales de policía le indicaron que se estacionara en la banquina y le pidieron que bajara la ventanilla. Miraron el asiento trasero y vieron a cuatro niños con los ojos vendados, que según señala Oudega, "en realidad tampoco está permitido".
Oudega trató de mantener la calma. "Voy a soltarlos", le dijo a los agentes, y cruzó los dedos. "Ellos se miraron, se sonrieron y me dijeron: Qué tenga un buen día, ¡y trate de cumplir las normas!"
Los chicos soltados en Austerlitz, no lejos de Utrecht, tomaron el sendero y se adentraron en el bosque, donde la tierra arenosa desprendía el fuerte aroma de las agujas de los pinos. El suelo del bosque estaba tapizado de parques de musgo negro. La medialuna reinaba en el cielo.
Durante unos minutos, escucharon el ruido de los autos que pasaban por el camino, pero después nada: silencio. El bosque se espesaba, cercándolos.
Esa noche era la primera vez para Stijn Jongewaard, un niño de 11 años y protuberantes orejas que dice haber aprendido inglés jugando a Minecraft en su consola y con la serie "Hawái 5-0". En casa, pasa la mayor parte de su tiempo libre frente a su consola de juegos, y esa es una de las principales razones que tuvieron sus padres para enviarlo al campamento de verano. Nunca antes había quedado perdido en medio del bosque.
Su madre Tamara dice que ya era hora de que Stijn aceptara mayores responsabilidades, y que "soltarlo" era un paso en esa dirección.
"Stijn tiene 11", dice Tamara. "O sea que ya se está cerrando la ventana temporal durante la que podemos enseñarle algo. Ya está entrando en la adolescencia, y entonces tendrá que tomar sus propias decisiones."
Tras caminar durante una media hora, el grupo se salió del sendero y se aventuró entre los árboles. A continuación, se detuvieron a conferenciar durante unos minutos, y volvieron sobre sus pasos. A pocos metros del sendero, un inmenso cuerpo saltó de entre los arbustos, y los chicos se sobresaltaron. Era un ciervo.
"Soltadas" que terminaron mal
Quien lea habitualmente los diarios holandeses también encontrará evidencias de "soltadas" que terminan mal. En 2012, un medio alemán informó que cinco niños holandeses en una "suelta" en Alemania habían llamado a la policía para solicitar una "extracción" del estrecho espacio en el que habían quedado atascados, entre una pared de roca y un ducto de ventilación.
"Una aventura peligrosa", tituló el diario alemán. Los medios holandeses se mofaron de tanto alboroto y calificaron la historia de "drama un poco romantizado". Un segundo artículo sobre el tema decía que "la suelta suele ser la parte más excitante y esperada del campamento de verano".
En 2017 apareció otro informe sobre unos líderes scouts que habían soltado a 25 chicos en un bosque de Bélgica y que después de tomarse unas cuantas cervezas se habían quedado dormidos, dejando a los chicos vagando por la espesura hasta mucho tiempo después del horario previsto para pasarlos a buscar. Los chicos finalmente golpearon a la puerta de alguien y consiguieron que los llevaran en auto. "Los padres no quedaron contentos con el incidente", informaba el diario en cuestión.
La tradición es una parte tan normal de la infancia en Holanda que muchos holandeses se sorprenden cuando les pregunta, ya que suponen que es una práctica común en todos los países. Pero Pia de Jong, una novelista que crió a sus hijos en Nueva Jersey, dice que esa práctica es reflejo de un rasgo muy particular de la filosofía parental holandesa.
"Es como soltar los hijos al mundo", dice de Jong. "Imaginen que están perdidos y no tienen idea de hacia dónde ir. Podrían ser 10 horas, la noche entera, quién sabe. Es tarde, la cosa se hace larga, y la gente empieza a tener miedo. "De Jong hace una pausa y reflexiona. "En realidad, pienso que no es algo demasiado lindo para hacerle a un chico", dice finalmente.
En 2011 y 2014, chicos que participaban de la experiencia fueron fatalmente atropellados por autos mientras caminaban por el costado de la ruta. Desde entonces, la práctica está mucho más regulada.
Para empezar, los chicos ahora llevan un celular en caso de emergencia, y la asociación de scouts exigen que los participantes lleven puestos chalecos de alta visibilidad. También distribuye una larga lista de recomendaciones, sobre todo referidas a la seguridad vehicular. "Empujar los límites es divertido", dice una de las recomendaciones. "Pero eso también tiene sus límites."
Una lección de vida
Es la 1 de la madrugada y ya van más de tres horas que Stijn y sus compañeros están caminando. Avanzan en hilera por el costado de una calle pavimentada, demasiado exhaustos para cruzar palabra. Así pasa una media hora, y otra media hora más, sin la menor señal de que se acerquen al campamento base. Stijn mira fijo hacia adelante, como un zombi.
"Mis padres están durmiendo", dice. "Mi hermana también. Y yo tengo la cabeza y los pies cansados."
Los tres están cansados, pero también decididos a llegar a término. Uno de ellos pidió que los recogieran en un punto intermedio, y eso pareció envalentonar aún más al resto. En ese punto intermedio, los chicos recibieron agua y una merienda, pero a cambio les sacaron el GPS, y a partir de allí guiarse por sus instintos. Pero nadie se quejó, ya que no había nadie con quién quejarse. "Yo sigo", dice Sitjn. "No se bien por qué, pero sigo."
Cuando se chocaron con el campamento base ya eran casi las 2 de la mañana. Los esperaba el fogón encendido y unos panes con salchichas. Las lechuzas habían salido a cazar, y sus graznidos podían escucharse en la techumbre de los árboles.
Los chicos engulleron las salchichas, se quedaron mirando fijamente el fuego unos minutos, y luego reptaron de cansancio hasta sus carpas. A eso de las 11 de la mañana siguiente, cuando asomó su cara somnolienta, Stijn ya se sentía un veterano.
Ya no extrañaba su consola de juegos. Y dijo que le gustaría que algún día sus hijos pasen por la misma experiencia. "Te enseña a seguir caminando, a seguir adelante por difícil que sea lo que te toca vivir", dice Stijn. "Y eso es algo que nunca había tenido que hacer."
Traducción de Jaime Arrambide
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