Normas voluntarias: punto final para el experimento pandémico de Suecia
ESTOCOLMO.- El experimento pandémico de Suecia llegó a su fin. Después del auge de contagios del mes pasado, con el consecuente aumento de hospitalizaciones y muertos, el gobierno sueco abandonó definitivamente su intento, único entre las naciones de Occidente, de controlar la pandemia con medidas de complimiento voluntario.
Ahora, como el resto de los europeos, los suecos ingresan en un invierno con restricciones, que van desde la prohibición de reuniones numerosas hasta límites a la venta de alcohol y cierre de las escuelas secundarias, todas medidas destinadas a impedir que colapse el sistema de salud por un aluvión de pacientes y a poner freno al índice de muertos per cápita de Suecia, que ya es uno de los más altos del mundo.
El severo apriete de tuercas arrancó el mes pasado, poniendo punto final al abordaje de "manos levantadas" que convirtió a este país escandinavo en un ejemplo dentro del caldeado debate global entre opositores y defensores de las cuarentenas obligatorias.
El modelo sueco llegó a tener admiradores en lugares tal alejados como Estados Unidos, desde donde lo ensalzaban por sus beneficios para la economía y su respeto por las libertades fundamentales. Sus detractores decían que era apostar con vidas humanas, especialmente de los más vulnerables. Con su cambio de estrategia, el gobierno de Suecia ahora parece inclinarse por quienes defienden al menos algunas restricciones compulsivas.
En marzo, cuando el virus arrasaba Europa, Suecia se cortó sola del resto del continente y optó por no imponer el uso de barbijo y dejar abiertos varios conocidos canales de transmisión viral, como los bares y las discotecas, dejando toda precaución a discreción de los ciudadanos.
De hecho, hasta el mes pasado los suecos disfrutaban de masivos eventos deportivos y culturales, y las autoridades sanitarias insistían en que las medidas voluntarias serían suficientes para evitar que el país tuviera un rebrote de contagios como el que ya barría Europa.
Semanas más tarde, con un total de muertes relacionadas al Covid de casi 700 por millón de habitantes, los contagios en exponencial crecimiento y las guardias de los hospitales al borde del colapso, el gobierno tuvo que girar sobre sus talones.
Visiblemente emocionado, el primer ministro Stefan Löfven se dirigió al país por televisión el 22 de noviembre para anunciar la cancelación de todo encuentro no esencial y prohibir de plano las reuniones de más de 8 personas, lo que provocó el obvio cierre de los cines y otros lugares de entretenimiento. A partir del lunes, también cierran las escuelas secundarias.
"Las autoridades eligieron una estrategia totalmente distinta al resto de Europa, y como consecuencia de esa elección, el país sufrió mucho en la primera oleada", dice Piotr Nowak, un médico que atiende pacientes con Covid en el Hospital de la Universidad Karolinska, en Estocolmo. "No entendemos cómo pudieron fallar en la predicción de la segunda ola."
La semana pasada, Suecia superó los 7000 muertos por Covid desde que empezó la pandemia. En comparación, sus países vecinos y de similar tamaño, Dinamarca, Noruega y Finlandia, han registrado 878, 415 y 354 muertes respectivamente. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, los vecinos de Suecia cerraron sus fronteras con ese país.
"No es por decir que Suecia haya sido la oveja negra, pero sí ha sido una oveja diferente", dice Vivikka Richt, vocera del Ministerio de Salud de Finlandia.
El doctor Nowak dice que los profesionales de la salud nunca compartieron el optimismo del ministerio de salud sueco sobre la así llamada "inmunidad de rebaño", y recalca que los médicos advirtieron repetidamente que para controlar el virus no alcanzaba con recomendaciones de cumplimiento voluntario.
Otra de las razones por las que Suecia insistió con su modelo tanto tiempo y a pesar de las señales de alarma es la enorme autoridad e independencia que la legislación sueca le otorga al ministerio de salud y otros organismos del Estado.
La cara pública de la estrategia de Suecia frente a la pandemia fue Anders Tegnell, máximo epidemiólogo del país.
Esta semana, Tegnell se negó a responder la requisitoria periodística, pero en conversaciones anteriores con The Wall Street Journal y otros medios ya había dicho que las cuarentenas son innecesarias e insostenibles. El organismo a su cargo siguió desalentando el uso de barbijo, mientras los Centros Europeos para el Control y Prevención de las Enfermedades, un organismo de la Unión Europea que tiene su sede central a pocos pasos de la oficina de Tegnell en Estocolmo, recomiendan fuertemente su uso.
En los últimos meses, Tegnell había predicho que Suecia iría desarrollando gradualmente la inmunidad de rebaño gracias a esa "exposición controlada", que las vacunas tardarían en llegar y que los índices de mortalidad en Occidente terminarían convergiendo.
Por el contrario, la semana pasada fue autorizada la primera vacuna en Gran Bretaña, la tasa de mortalidad de Suecia sigue muy por encima de la de sus vecinos, y Tegnell tuvo que reconocer, a fines de noviembre, que el nuevo brote de contagios dejaba claro que "no hay signos" de inmunidad de rebaño en el país.
Por otro lado, los supuestos beneficios económicos que pronosticaban los adalides de esa estrategia de "dejar hacer" nunca llegaron. En la primera mitad del año, el PBI de Suecia se desplomó un 8,5%, y se prevé que para principios de 2021 el desempleo habrá superado el 10%, según el banco central sueco y varios institutos de análisis económico.
Los restaurantes, hoteles y comercios minoristas enfrentan una ola de cierres. A diferencia del resto de Europa, donde los gobiernos combinaron restricciones con generosos incentivos económicos, las autoridades suecas apoyaron poco a las empresas, ya que no les habían impuesto ningún cierre.
"Esto es peor que un cierre con cuarentena: como no nos obligaron a cerrar, no nos dieron casi ninguna ayuda, pero al mismo tiempo le dicen a la gente que evite los restaurantes", dice Jonas Hamlund, que tuvo que cerrar uno de sus dos restaurantes en la ciudad costera de Sundsvall, y despedir a 30 empleados. "Fue un año catastrófico para todos en el negocio."
El miedo al virus y los consejos del gobierno para evitar interacciones sociales han tenido impacto en la demanda interna, dañando la confianza de los inversores y las empresas, dice Lars Calmfors, economista y miembro de la Real Academia de las Ciencias de Suecia.
"A los países con restricciones obligatorias les fue mejor que a nosotros", agrega Calmfors.
Anna Lallerstedt dirige una cadena de tres restaurantes populares fundada por sus padres en Estocolmo en la década de 1980. El mes pasado cerró dos de ellos, y así se perdieron casi 100 puestos de trabajo. Lallerstedt dice que teme que el único restaurante que le queda, que ahora emplea a poco más de 10 personas, también esté en riesgo, debido a que se espera que el actual auge de contagios alcance su pico en Navidad, fecha que tradicionalmente genera buenos ingresos.
"Tal vez tendríamos que haber empezado a usar barbijo antes", dice Lallerstedt.
La intervención del primer ministro Löfven implicó una especia de degradación de Tegnell, que de hecho ya ha cedido el control operativo contra la pandemia. Pero algunos científicos dicen que el fallido experimento sueco ha debilitado la confianza de la población en las autoridades y en los expertos científicos, en un país con larga tradición de respeto por ambos.
Una encuesta de Ipsos de noviembre revela que el 82% de los consultados están preocupados por la sobrecarga de los hospitales, mientras que el 44% dice que las medidas de las autoridades fueron insuficientes, frente al 31% de octubre. Tegnell, sin embargo, sigue siendo popular, y la mayoría de los suecos aún lo apoya.
"En Estocolmo los contagios se dispararon y la situación es muy, muy grave en este momento", dice Björn Eriksson, Director de Salud y Hospitales de la región de Estocolmo, la zona más poblada del país.
Eriksson señala que los profesionales de la salud de la capital enfrentan la sobrecarga de pacientes y que la pandemia está exigiendo demasiado a un sistema de salud que solo podría aliviarse con restricciones más drásticas.
"Nos creemos muy racionales y pragmáticos", dijo Calmfors, el economista, pero agrega que después, a pesar de la creciente evidencia de fracaso, las autoridades insistieron con lo mismo durante meses. "Ya no reconozco a mi país."
The Wall Street Journal
Traducción de Jaime Arrambide
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