Indonesia, el largo camino de los ancestros
Ne Selpi, a sus 80 años, carga un plato con arroz y un jarrito con café, sube trabajosamente los ocho escalones que la llevan al interior del Tongkonan, la casa tradicional que precede al resto de construcciones en el recinto familiar. Al llegar junto a su hermana, se persigna y con voz suave dice: Norma ¡despierta! Aquí tienes tu desayuno. A continuación, se inclina para depositar la comida al costado de un ataúd.Esta escena que podría ser de una película, se produce en un pueblo en Tana Toraja, en la región montañosa central de la isla de Sulawesi, en Indonesia, donde muchas familias mantienen a sus seres queridos en sus casas durante semanas, meses o incluso años después de su fallecimiento.Hasta la celebración del funeral, al difunto se le tratará como "to makula"- persona enferma, a quien se le hablará y se le alimentará simbólicamente.
Dinero y clases sociales
La celebración de los funerales se pueden retrasar tanto tiempo como el requerido hasta ahorrar el dinero para honrar a la persona de una forma que demuestre el estatus social de la familia. El costo de este ritual puede ascender a miles de euros. Por ejemplo: Cuantos más búfalos y cuanto más grande el funeral, más se muestra la capacidad económica o nivel social de la familia. Un búfalo negro puede costar 2400 euros pero si se quiere tener un búfalo albino su precio puede oscilar entre los 13000 y los 45000 euros.A este costo, hay que agregar los varios cerdos, el arroz, el personal que cocina y que actúan como camareros y las construcciones provisorias para alojar a los invitados al funeral. Una fortuna. Si tenemos en cuenta que el salario mínimo en el país es 250 Euros.
Sacrificios
Se mueve entre las cabezas de otros que yacen sin vida. El encargado de la matanza, eleva el brazo y tira con fuerza de la soga unida al aro en la nariz. Con un movimiento hábil, el cuchillo ocasiona un tajo profundo en el cuello del búfalo, en este caso un albino. Su primera reacción es soltarse. Mientras el matarife mantiene tensa la cuerda y el cuchillo en el aire.Va desangrándose, pero su vigor le hace intentar soltarse. Quiere correr, pero se tambalea. Vuelve sobre sus pasos, como si estuviese ebrio. Sus pezuñas pisan su propia sangre. Trata de respirar, pero el aire no llega a sus pulmones, que escapa por el agujero en la tráquea. Cae sobre el barro. Su cabeza se eleva al cielo. Pero cae, por última vez, sobre un charco de sangre. Su cuerpo se pone rígido. Muere.La gente celebra, grita, se ríe, disfruta del espectáculo. Lo graban.Terminado el sacrificio, se genera silencio.
Procesión y descanso final
Ingreso al lugar del funeral donde se escucha a un pastor protestante dirigir el servicio en honor al fallecido. Terminada la ceremonia, y luego de almorzar, un grupo de familiares baja el ataúd desde el Lakian, la construcción donde el cuerpo ha sido alojado y desde donde ha presidido el funeral.Se le atan dos largas cañas de bambú y comienza la procesión hasta el lugar de sepultura. En el camino, los que cargan el ataúd irán cantando, lo jalearán de un lado a otro, se tiraran agua y barro cuando pasen por un campo de arroz, un ambiente festivo que se parece más a un carnaval que a un funeral. Contrasta con los llantos de algunas de las mujeres que acompañan.Finalmente, el cuerpo del difunto es introducido en el nicho en la roca. Llega al fin, en algunos casos después de años de haber fallecido, al lugar de descanso junto a sus ancestros.
Fotos y texto de Walter Astrada
Edición fotográfica de Dante Cosenza
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