Incertidumbre en Alemania: el país que es sinónimo de estabilidad vive una de sus crisis políticas más graves en el peor momento posible
Luego que el canciller Scholz echó a su ministro de Finanzas, se rompió la coalición de gobierno y enfrenta probables elecciones anticipadas en marzo próximo; el cambio de mando en EE.UU. replantea los desafíos futuros
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PARÍS.- Célebre por su vigor y su estabilidad, Alemania entró esta semana en una crisis política mayor, después que el canciller Olaf Scholz echó a su ministro de Finanzas, el liberal Christian Lindner, provocando así el estallido de la coalición tripartita y probables elecciones anticipadas para marzo próximo.
El terremoto no podía producirse en peor momento para la primera economía de Europa, víctima de una grave crisis industrial y al borde de la recesión, que se inquieta por las repercusiones que podría tener para su comercio y su seguridad el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.
La famosa coalición “semáforo”, que reúne social-demócratas (SPD), liberales (FDP) y ecologistas estalló en pleno vuelo el miércoles 6 de noviembre por la noche, incapaz de hallar un compromiso sobre el presupuesto 2025. En un gesto poco habitual de autoridad, el canciller Scholz despidió a su ministro de Finanzas, acusándolo de “rechazar todo compromiso” y de haberlo “decepcionado numerosas veces”. Esas palabras, de una rara violencia en Alemania, oficializan lo que la prensa relata desde hace meses: una relación casi tóxica entre los liberales y el resto del gobierno.
“El ministro de Finanzas no muestra ninguna voluntad de poner en práctica nuestro plan económico en beneficio del país (…). No puedo seguir imponiendo semejante comportamiento a Alemania”, declaró Scholz, mostrando su cólera y acusando a Lindner de “egoísmo”.
“Con demasiada frecuencia bloqueó en forma inapropiada las leyes y dio muestras de una táctica mezquina y partidista”, agregó.
Con sequedad, Lindner replicó: “Olaf Scholz demostró que no tiene la fuerza de permitir que nuestro país se renueve”. Tras su despido, todos los ministros liberales dejaron el gobierno.
Por un momento, la elección de Donald Trump -que podría amenazar la estabilidad transatlántica- dejó pensar en vano que los ecologistas, el SPD y el FDP adoptarían un reflejo de unión frente a la adversidad. Durante su primer mandato, el millonario norteamericano había atacado varias veces a Alemania, acusándola de no consagrar suficientes fondos para la OTAN. Resultado, el futuro presidente llegará al poder en momentos en que Alemania atraviesa una de las crisis políticas más graves de su historia.
“No es un buen día ni para Alemania ni para Europa. Pero continuaremos asumiendo nuestras responsabilidades”, al menos en el corto plazo, prometió el vicecanciller ecologista Robert Habeck, también ministro de Economía y del Clima.
Es muy raro que las coaliciones de poder se derrumben en Alemania. El precedente más importante se produjo en 1982, según el mismo escenario. Entonces, el partido liberal, liderado por el ministro de Economía Otto Graf Lambsdorff, también había provocado la ruptura, obligando al canciller social-demócrata Helmut Schmidt a dejar su cargo, sucedido poco después por el demócrata-cristiano Helmut Kohl.
Sin embargo, todo había comenzado muy bien en diciembre de 2021. Autoproclamada “coalición del progreso”, la unión tripartita deseaba poner a Alemania en camino hacia la total transformación ecológica, invertir en infraestructuras, aunque reforzando al mismo tiempo el Estado social. Pero eso fue antes de la invasión de Ucrania, que se produjo apenas tres meses después de llegar al poder.
“Comenzamos nuestro trabajo con entusiasmo, pero debido a la invasión de Ucrania, nunca pudimos concentrarnos en nuestras prioridades”, reconoce la diputada ecologista Irene Mihalic.
De un día para otro, Scholz tuvo que dar prioridad a Ucrania, modernizar la Bundeswehr (fuerzas armadas) y administrar en un tiempo récord las consecuencias del cese de las importaciones de gas ruso. Se agregaron las batallas de egos y auténticos errores políticos, como la ley sobre la calefacción propuesta por los ecologistas, que penalizaba a los propietarios en nombre de la defensa del clima y afectó durablemente la popularidad del gobierno.
Pero la razón principal del estallido de la coalición fueron las divergencias en torno al presupuesto del año próximo. Una grieta que no hizo más que profundizarse entre, por un lado los liberales, defensores de un extremo rigor presupuestario, y por el otro los social-demócratas del canciller y los ecologistas, deseosos de abrir la billetera y subvencionar la reactivación de la economía.
La publicación la semana pasada, por el ministro de Finanzas, de un documento de 18 páginas proponiendo reformas para reactivar la economía fue la gota que hizo rebasar el vaso. Calificado por los medios de “carta de divorcio”, el texto defiende una reducción de las ayudas sociales y de los impuestos.
Lindner también reclamaba el fin de un “impuesto de solidaridad” instaurado en 1991, inicialmente para financiar el costo de la reunificación alemana, y el abandono de los objetivos climáticos fijados por la coalición, mucho más ambiciosos que los fijados por la Unión Europea. El líder liberal calificó el periodo actual de “otoño de las decisiones”, dejando entender que su partido podría dejar el gobierno si no conseguía lo que pedía.
“Lindner quiso imponer una nueva línea imposible de seguir para sus socios”, confirma Jean-Dominique Giuliani, presidente de la Fundación Robert-Schuman.
En todo caso, muchos alemanes recibieron con beneplácito la caída del gobierno, en momentos en que la popularidad de Scholz cae en picada: apenas 19% de sus conciudadanos lo apoyan, según sondeos recientes.
Hubo algarabía también en la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD), para quienes el derrumbe del gobierno es “una liberación”.
Pero en este país particularmente adepto a la estabilidad, el periodo de incertidumbre que se abre, asusta. El canciller desea seguir gobernando con los ecologistas en un gobierno minoritario y tratar de hacer aprobar algunas leyes antes de fin de año, en particular sobre la reactivación económica y el derecho de asilo. Para eso, solo planea para enero la cuestión de la confianza al Parlamento, que debería pronunciarse entonces sobre unas elecciones anticipadas en marzo.
Una idea que no es para nada del gusto de la oposición demócrata-cristiana (CDU/CSU) que quiere elecciones inmediatas, con el argumento de que es necesario responder lo antes posible a los desafíos que plantea, para Alemania y para Europa, el retorno de Trump al poder. También hay una razón política: el partido de la excanciller Angela Merkel cuenta hoy con 32% de intenciones de voto, contra 16% para los social-demócratas y 11% para los Verdes.
El calendario electoral también moviliza las organizaciones profesionales, que presionan al canciller.
“Alemania necesita decisiones rápidas y condiciones claras, que solo pueden ser creadas por elecciones inmediatas”, declaró Marija Kolak, presidenta de la Federación de Bancos Mutualistas.
La cuestión será dirimida por del Bundestag (parlamento). Según la decisión de Scholz, el 15 de enero sus miembros deberán decidir si aceptan esas elecciones anticipadas que, en ese caso, se realizarían en marzo y no en septiembre de 2025 como preveía el calendario.
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