Incendios, inundaciones y mortales olas de calor: señales de alarma de un planeta al borde del abismo
Para los científicos no hay duda alguna de que esta cacofonía de alertas es causada por el cambio climático; las emisiones de gases de efecto invernadero han elevado la temperatura promedio de la Tierra en unos 1,2°C en comparación con los niveles pre industriales
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WASHINGTON.- Hoy la Tierra es más calurosa que en miles de años, y es como si todas las alarmas del planeta estuvieran sonando al mismo tiempo.
Las advertencias reverberan en las anegadas montañas de Vermont, Estados Unidos, donde en dos días cayó más lluvia que en dos meses, y en la India y Japón, donde el diluvio provocó devastadoras inundaciones.
También suenan en las abrasadoras calles de España, China, y en los estados norteamericanos de Texas, Florida, y hasta en Phoenix y todo el sudoeste de Estados Unidos, donde se espera una asfixiante ola de calor para los próximos días.
Las alarmas también llegan desde los océanos, donde el nivel de las temperaturas ya es considerado “más que extremo”, y desde los bosques de Canadá, donde siguen activos incendios forestales de una magnitud nunca vista que emiten peligrosas nubes de humo que cubren Estados Unidos.
Para los científicos no hay duda alguna de que esta cacofonía de alertas es causada por el cambio climático, ni de que vayan a sonar cada vez más fuerte mientras el planeta se siga recalentando. Las investigaciones muestran que las emisiones de gases de efecto invernadero, particularmente por la combustión de hidrocarburos, han elevado la temperatura promedio de la Tierra en unos 1,2°C en comparación con los niveles previos a la Revolución Industrial. A menos que la humanidad modifique drásticamente los medios de transporte, la generación de electricidad y la producción de alimentos, la temperatura global va camino a aumentar más de 3°C en comparación con la era preindustrial, según el Panel Intergubernamental del Cambio Climático de Naciones Unidas. De ser así, los desastres actuales serían nimios frente a la catástrofe que se desataría.
La única pregunta, dicen los científicos, es qué tan atronadoras tienen que ser alarmas para que la gente finalmente se despabile.
“Esta no es la nueva normalidad”, dice Friederike Otto, climatóloga del Imperial College de Londres. “No sabemos cuál es la nueva normalidad, que recién llegará cuando hayamos dejado de quemar combustibles fósiles, y no estamos ni cerca de lograrlo”.
Según Otto, la llegada del verano al hemisferio norte y el regreso del patrón climático de El Niño, que tiende a elevar la temperatura global, suman tensión climática a esta temporada de eventos extremos simultáneos. Pero estos fenómenos naturales se dan con el cambio climático de origen humano como telón de fondo, que profundiza y empeora sus efectos como nunca antes: lo que antes hubiera sido una típica tormenta estival, hoy causa catastróficos anegamientos, y lo que sería un cálido día de verano se convierte en una mortal ola de calor.
De hecho, el 4 de julio de este año fue el más caluroso del que se tengan registros, y la temperatura promedio global de ese día fue de 17°C, tal vez la más alta registrada en los últimos 125.000 años de historia del planeta.
Otto es codirectora de la World Weather Attribution, una red mundial de científicos que realizan análisis en tiempo real para determinar los efectos del cambio climático en la aparición de eventos de clima extremo. Desde 2015, el grupo ha identificado decenas de olas de calor, huracanes, sequías e inundaciones que fueron más probables o más intensas debido al calentamiento por causas humanas. De hecho, varios de esos eventos, como la ola de calor de 2021 que se cobró la vida de más de 1000 norteamericano de la región del Noroeste del Pacífico, habrían sido “virtualmente imposibles” en un mundo no afectado por las emisiones de gases de efecto invernadero.
A esta altura, apuntan los investigadores, la conexión entre el cambio climático y los desastres meteorológicos son sobradamente claros. Cuando la temperatura global promedio es más alta, las olas de calor alcanzan valores inéditos, como ocurrió en las recientes olas de calor que se registraron en Asia, el sur de Europa y África del Norte, según el relevamiento de la red World Weather Attribution.
Cuando las temperaturas se disparan por encima de los 40°C, o cuando suman condiciones de extrema humedad, al cuerpo humano le cuesta mantenerse fresco a través de la transpiración. Y los más expuestos y vulnerables son los niños y los ancianos, así como quienes trabajan al aire libre o tienen enfermedades prexistentes.
Son precisamente las condiciones climáticas que esta semana enfrentarán más de 100 millones de personas del sur de los Estados Unidos, y los climatólogos como Jennifer Francis temen que la escalada de calor se cobre su precio en vidas humanas.
“Se están registrando temperaturas incompatibles con la vida humana”, apunta Francis, jefa científica del Centro de Investigación Climática Woodwell. “Ciertos lugares se están volviendo inhabitables”.
“Ojalá la gente se dé cuenta de lo que está pasando”, sigue Francis. “Todos los días hay un nuevo récord de temperatura en algún lugar del mundo, y todo está relacionado con el hecho de que estamos calentando el planeta”.
Y cuanto más caliente está el aire, más agua puede contener, y la atmósfera se convierte en una esponja que absorbe la humedad de la vegetación y el suelo. Eso exacerba las sequías y prepara el escenario para incendios forestales como los que arrasan Canadá desde hace unos meses. Durante este fin de semana, las temperaturas en los Territorios del Noroeste canadiense se acercaron a los 38°C, alimentando los focos de incendio que ya estaban fuera de control.
La contracara de este fenómeno es igualmente nefasta: una atmósfera más cálida y húmeda también aumenta la cantidad de lluvia que puede caer durante una tormenta. En Vermont y Nueva York, en apenas dos días de esta semana llovió lo mismo que en dos meses, y de manera tan torrencial que superó la capacidad de absorción del suelo saturado y montañoso de la región.
Los efectos de las lluvias extremas son aún más devastadores en los países pobres, donde habitantes y gobiernos tienen muchos menos recursos para hacerles frente. Rachel Bezner Kerr, socióloga de la Universidad de Cornell que trabaja con comunidades agrícolas en Malawi, perdió a dos colegas durante las repentinas inundaciones que hace tres meses azotaron el norte de ese país.
“Es una amarga ironía de la vida, porque los países pobres, que son los menos responsables del problema, son los que peor sufren sus efectos”, se lamenta Kerr.
La severidad del clima extremo continental solo es igualada por las condiciones en los océanos del mundo, que están en ebullición: esta primavera boreal, el promedio global de la temperatura de la superficie de los océanos alcanzó un máximo histórico y sigue casi 1°C por encima de la media para esta parte del verano.
“En cierto modo, la situación de los océanos es más preocupante que el récord de temperatura atmosférica, porque la tierra y el aire se calientan y enfrían con bastante facilidad, pero en el agua los cambios de temperatura son mucho más lentos”, apunta Ted Scambos, investigador polar de la Universidad de Colorado en Boulder.
“Eso implica que los océanos están acumulando mucho calor”, agrega Scambos. “Y cuanto más tiempo dejemos pasar, más tardará que la temperatura del océano vuelva a niveles normales”.
En el Océano Atlántico y el Golfo de México, las elevada temperatura del agua probablemente de traduzca en una temporada de huracanes más violenta y con mayores precipitaciones.
Y cerca del Polo Sur, donde trabaja Scambos, la temperatura récord de los océanos parece haber interrumpido la corriente de agua fría que normalmente rodea la Antártida. Este febrero, por segundo año consecutivo, la extensión del hielo marino en todo el continente antártico alcanzó un mínimo histórico. Actualmente, incluso durante los meses en que la Antártida está sumida en el frío de la larga noche polar, el hielo se recupera con gran lentitud. Son pésimas noticias para los glaciares de la Antártida, que necesitan del hielo marino superficial para amortiguar el embate de las olas del océano.
“Lo que está pasando con el hielo marino antártico es diferente a cualquier otra cosa que hayamos visto en el pasado”, dice Scambos, y sacude la cabeza.
“Es la imagen que venimos prediciendo y describiendo desde hace décadas”, dice el científico, con un dejo de desazón. “Hasta que no abordemos el problema, tendremos este clima o algo peor, mientras podamos aguantarlo”.
Por Sarah Kaplan
Traducción de Jaime Arrambide
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