Ilse Koch: los crímenes atroces de una de las mujeres más crueles del Holocausto
Detrás de la apariencia de mujer común de clase media de Alemania se escondía un monstruo cruel y temible. Se trata de Ilse Koch, conocida también como "la bruja de Buchenwald", la mujer que cometió brutales asesinatos, torturas y sádicas humillaciones sexuales en ese campo de concentración alemán, donde llegó como esposa de un comandante nazi.
La mujer, que desató toda su crueldad en ese lugar en el que fueron asesinados unos 56.000 prisioneros -de acuerdo con las cifras que suministra el Museo del Holocausto-, fue acusada por crímenes de guerra al finalizar el conflicto mundial y condenada a cadena perpetua. En 1967, se suicidó en prisión. Pasaría a la historia como una de las mujeres más sanguinarias y feroces dentro de la ya de por sí terrorífica maquinaria criminal del nazismo.
Koch nació en Dresden, Alemania, en septiembre de 1906. En el año 1932 se unió al partido nacionalsocialista, deslumbrada por el discurso del líder de ese partido, Adolf Hitler.
Las biografías de esta mujer señalan que ya entonces empezó a creer en la supremacía de la "raza aria" y a aborrecer a los que no entraran en esa categoría, especialmente a los judíos. Cuatro años más tarde, se casó con Karl-Otto Koch, que se convertiría en comandante del campo de concentración de Buchenwald, cerca de la ciudad alemana de Weinmar.
Ilse y Koch fueron puestos en contacto para que formaran matrimonio nada menos que por Heinrich Himmler, máximo responsable más tarde de la SS y uno de los principales líderes nazis.
Guardiana de Buchenwald
Fue en Buchenwald donde, convertida en guardiana y supervisora de ese lugar, donde arribó en 1939, su maldad y perversiones sexuales llegaron a sobrepasar todos los límites.
De acuerdo con los testimonios de las víctimas que pudieron sobrevivirle, a ella le gustaba dar latigazos a los prisioneros. También los azotaba con una fusta que en su punta tenía pegados pedazos de hojas de afeitar. Otra de sus acciones brutales era la de lanzar perros a las mujeres embarazadas y divertirse con el terror que les generaba. Y también sumaba torturas medievales, como quemar a los prisioneros con hierros calientes o aplastarles los dedos.
Por eso y mucho más, la mujer recibió los apodos de "la bruja de Buchenwald", "la asesina de los campos de concentración", "la bestia" o "la bruja roja", a causa de su color de pelo.
Otra de su manera de ejercer el poder y la maldad era a través de sus retorcidas perversiones sexuales. Exhibía sus pechos a los recién llegados al lugar, los manoseaba y les hacía comentarios eróticos. Y si alguno se comedía a mirarla a los ojos, ella se mostraba implacable: era capaz de golpear a esa persona hasta hacerla desvanecer, e incluso, muchas veces, los enviaba a ejecutar.
Se calcula que, en total, fue la causante de unas 5000 muertes en el campo de concentración que regía junto a su marido que, en materia de crueldad, tampoco le iba en saga.
También era común que obligara a los prisioneros a tener relaciones sexuales entre ellos hasta que caían exhaustos. Y en el terreno de su vida personal, este monstruo que fue catalogado por informes médicos posteriores como ninfómana, organizaba en una finca que se había construido fuera de Buchenwald fiestas y orgías sexuales con sus subordinados y con oficiales y las esposas de otros militares nazis, según lo que rescata el libro Guardianas nazis, el lado femenino del mal, de la periodista española Mónica González Álvarez.
Lámparas de piel humana
Cuando fue capturada luego de la caída del nazismo, sus captores descubrieron con horror que guardaba en un cuarto los peores recuerdos de su crueldad. Cabezas de prisioneros reducidas, órganos y huesos y objetos hechos con pedazos de piel de sus víctimas.
Se cuenta que cuando veía algún judío, polaco o gitano con un tatuaje llamativo, lo mandaba a matar y le quitaba la parte de la piel tatuada, para hacer con ella pantallas de lámparas, fundas de cuchillos, guantes, manteles o cubiertas de libros.
Y como si todas estas atrocidades no fueran suficientes, también se ocupaba de quedarse con las pertenencias de los prisioneros que llegaban al campo de concentración. Fue, de hecho, la primera actividad ilegal a la que se dedicó cuando empezó a ejercer el poder en Buchenwald. Con ese dinero saqueado a sus víctimas construyó la finca al lado del campo de concentración que utilizaría para sus lujos y fiestas sexuales.
En 1945, su marido fue encontrado culpable de tener actividades en el mercado negro y de malversación de fondos y fue ejecutado por la propia SS. Ella, luego de protagonizar un ataque de nervios ante el tribunal, fue liberada de estos cargos por falta de mérito. Pero poco tiempo después, llegaría la justicia también para ella.
"¡Soy culpable! ¡Soy una pecadora!"
Una semana después de la ejecución de Karl-Otto, el 11 de abril de 1945 el campo de concentración de Buchenwald sería liberado por las tropas estadounidenses. En 1947 comenzó un juicio contra ella por crímenes de guerra. Fue sentenciada a cadena perpetua pero después, "por falta de pruebas", la pena fue disminuida a tan solo cuatro años.
Pero en 1951, Koch llegaría de vuelta a estar ante los tribunales. En esa ocasión, el fiscal que la acusaba, expresó sobre ella: "Fue uno de los elementos mas sádicos del grupo de delincuentes nazis. Si en el mundo se oyó un grito fue el de los inocentes torturados que murieron en sus manos".
También desfilaron por el juicio doscientos cuarenta testigos que dieron cuenta de las perversiones, abusos, asesinatos y torturas que llevó a cabo la cruel nazi en Buchenwald contra los prisioneros. El peso de los testimonios fue tal que la propia Kochestalló en un momento ante el tribunal. Se paró y gritó: "¡Soy culpable! ¡Soy una pecadora!".
En enero de 1951, el presidente de la corte, Georg Maginot, leyó el veredicto de la procesada: "Culpable de un cargo de incitación al asesinato, un cargo de incitación a la tentativa de asesinato, cinco cargos de incitación al maltrato físico severo de los presos, y dos de maltrato físico. Ilse Koch, condenada a cadena perpetua con trabajos forzados en la prisión de mujeres de Aichach".
En 1967, a la edad de 61 años, se suicidó en prisión, colgada de las sábanas de su propia cama.
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