Huir de Siria, una odisea entre el horror y la sangre
El relato de una cronista que logró cruzar la frontera hacia el Líbano
BEIRUT.- Escapar de Siria es misión imposible en el sudeste del país. Tras diez días de espera para salir con vida del cerco de Al-Qusayr, rodeados por 60 tanques y francotiradores, un gran retrato de Bashar al-Assad nos recibe sonriendo en la banquina derecha de la autopista que va de Homs a Damasco, una ruta totalmente tomada por el régimen.
Varios controles de policía paran vehículos al azar, en busca de combatientes rebeldes que se dirigen hacia la capital, y grandes camiones del ejército se mueven como si nada, conducidos por soldados vestidos de verde oscuro, escoltados por autos repletos de shabiha (sanguinarias milicias del régimen) que nos miran de reojo, recelosos.
A ambos lados del camino se divisan francotiradores mirando a través de sus objetivos, apostados en los techos de varios edificios. El espectáculo es aterrador para todo miembro de la resistencia que decida moverse por las rutas de esta zona. Caos es la palabra que define al sudeste sirio, el lugar donde el gobierno de Al-Assad ha decidido desplegar todo su potencial militar desde la frontera del Líbano hasta la capital, miles de soldados y centenares de tanques instalados en controles fijos o esporádicos, con operaciones sorpresa del Ejército Libre Sirio (ELS) en cualquier enclave enemigo.
Moverse es prácticamente imposible para la prensa y para los opositores, que deben saber exactamente por dónde circular, en qué casa refugiarse mientras viajan de un lado a otro en vehículos destartalados, con numerosos problemas mecánicos que ponen a menudo en peligro la vida de sus ocupantes al sufrir algún que otro accidente de tránsito por la extrema dificultad de los caminos secundarios que se ven obligados a tomar, moviéndose con extrema lentitud y precaución.
En apenas unos kilómetros, se puede pasar de territorio tomado a territorio liberado, como de Annabek a Yabroud, e incluso en algunas localidades fronterizas como Flita o Kara hay a la vez presencia del ELS y de informadores del anisam (régimen) que siguen viviendo en sus casas, tal vez en la del vecino, de manera que saber quién es quién y de qué lado está es esencial para sobrevivir. En muchas otras, como en Maarra o Asalward, de las últimas poblaciones del mundo donde hablan arameo -la lengua de Jesucristo- son visibles las banderas revolucionarias pintadas en los muros de los edificios.
La situación llega hasta tal punto que una simple barba afeitada es motivo de sospecha y desconfianza en las filas de los rebeldes, que se la dejan crecer para diferenciarse de los soldados de Al-Assad. Entre las filas del Geish al-Hor (ELS), hay numerosos traidores que logran infiltrase con la excusa de pasarse al otro bando, como Ahmad, un supuesto desertor de 23 años y con incipiente barba que pasó inadvertido durante tres semanas en una katiba (batallón) cerca de Damasco.
Lo descubrieron cuando intentaba entregar a un conocido contribuyente de la causa siria y líder de la katiba Al-Jadra. El joven fue desnudado, golpeado y torturado en nuestra presencia, durante tres horas en un baño, hasta que confesó que era hijo de un destacado shabiha de Latakia: le prometieron 21.000 dólares por la operación. Lo maniataron y lo dejaron en el suelo de una cocina con la cara destrozada, donde LA NACION lo vio por última vez.
Perdón
El líder de Al-Jadra le perdonó la vida, pero el comandante de la katiba dudaba. "Aquí no tenemos prisiones, tenemos tumbas -afirmó-, aunque puede que lo intercambiemos por prisioneros siendo hijo de quien es."
En esa misma casa tenían prisioneros a dos soldados alauitas a los que habían capturado y que utilizaban como sirvientes. Les encargaron limpiar la sangre del traidor en el baño, mientras cocinaban sus mejores platos y limpiaban con gran empeño, a la espera de saber cuál será su destino.
La confusión es tal en las rutas de la zona que hasta el mismo ELS tiene dificultades para coordinarse y reconocer a sus hombres, algunos vestidos de civil para pasar inadvertidos. Prueba de ello es la experiencia del fotógrafo freelance Alessio Romenzi hace un par de semanas en Siria.
"Estaba en Zabadani moviéndome en auto hacia Damasco y de noche en un vehículo conducido por gente del ELS. Vimos un control en mitad de la ruta y el conductor saltó del auto en marcha pensando que eran shabiha . Resultaron ser del ELS. Ambos se apuntaron con las armas, nos detuvieron y nos vendaron los ojos. No podían comunicarse con el lugar del que veníamos porque estaba siendo bombardeado, de modo que estuve detenido durante dos horas hasta que se aclaró el asunto", explicó Romenzi.
Estrategia
En el sudeste, la estrategia del régimen sigue siendo la de bombardear sin piedad a la población civil matando hombres, mujeres y chicos, como es el caso de algunas zonas de la castigada provincia de Homs, con especial ensañamiento ahora en Al-Qusayr, la ciudad más cercana a la frontera con Líbano, o en Tal Mneen, en la provincia de Damasco.
Las montañas que separan Siria del Líbano están repletas de controles del gobierno, uno cada 400 metros, con tanques que bombardean ante el más mínimo movimiento, autos o perros que van a la caza de refugiados, combatientes o traficantes de armas, con luces espectaculares dignos de una película de Hollywood que iluminan tres kilómetros.
La única salida hacia el Líbano es a través de esas montañas y a pie, donde disparan a matar y sólo unos pocos se arman de valor para cruzar con mucho peligro cualquiera de los puntos fronterizos comprendidos entre Al-Qusayr y Zabadani, unos 70 kilómetros en total. Hay que escalar durante horas y esquivar la muerte, sorteando a las tropas de Al-Assad instaladas desde hace por lo menos 20 días para blindar ese paso, reforzado al otro lado por el Hezbollah, las milicias libanesas aliadas de Damasco.
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