Huili, la chef que cocina en la base del Everest: de vendedora de panchos a preparar sus platos en las montañas más altas del mundo
La mendocina Huilén Pascual dialogó con LA NACIÓN sobre su peligroso trabajo de cocina extrema en montañas como las de Aconcagua, Everest, Manaslu, K2 y Broad Peak
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Luego de estudiar gastronomía en Mendoza, Huilén Pascual, conocida por sus familiares y amigos como “Huili”, se hizo cargo de una rotisería en la calle José Ingenieros de Río Gallegos. El negocio fue bien durante los tres años que estuvo abierto. Cocinaba y ofrecía a sus clientes un menú diario. En su vida personal ya lo tenía todo: pareja estable, casa y una mascota. Sin embargo, un día todo tuvo un giro de 180 grados cuando se dio cuenta de que le “pasaba la vida por la vereda”, explicó a LA NACIÓN. Decidió cerrarlo y volverse. El destino quiso que se cruce con un excompañero del terciario, quien estaba reclutando cocineros para la empresa de montaña para la cual trabajaba. Así nació la historia de la primera chef mujer en un campamento base del Everest.
Huilén, oriunda de Godoy Cruz, Mendoza, comenzó vendiendo panchos a la salida del boliche cuando tenía 17 años. Pero ahora, a sus 29 años, trabaja para empresas que montan la infraestructura y brindan servicio a los expedicionarios que suben a las montañas más altas del mundo en pos de llevar adelante una investigación o, simplemente, vivir la experiencia. Estas empresas se instalan en lugares llamados campamentos base de las montañas, es decir, a una altura ideal para que los que deseen hacer cumbre, tengan un lugar del cual comenzar su expedición.
Por ejemplo, el campamento base del Everest (8849 metros) está ubicado a 5.300 metros de altura, ya que entre los 5.500 y los 5.800, el cuerpo humano padece un gran desgaste y la vida no es sostenible. Entonces, estos lugares brindan la estabilidad a los expedicionarios para hacer cumbre de tres a cinco días y luego volver al mismo lugar para recuperarse.
La “mamá sherpa” del Everest
La primera montaña que le tocó subir a Huilén fue la de Aconcagua (6962 metros) durante tres meses de temporada: desde noviembre hasta marzo. Al año siguiente, consiguió una entrevista para otra empresa que prestaba servicio en el Puesto de Mulas de la misma montaña, pero una fractura que sufrió postergó su trabajo un año más.
Tras la recuperación, nunca imaginó lo que ocurriría. “Vino un austríaco, que tiene una empresa que se llama Furtenbach Adventures, que se enamoró del sistema y de las comidas que hacíamos. El loco tiene la misma infraestructura para la que yo laburaba acá en Mendoza, pero en campamentos base del Himalaya”, introdujo la mendocina desde el Refugio San Bernardo de Mendoza.
“Él pidió la recomendación de un cocinero y me preguntaron a mí, y les dije que sí. Me fui debiendo 1500 dólares y con 20 dólares en el bolsillo”, relató. Huilén se fue al Everest sin siquiera poder hablar inglés. Llegó al hotel donde los participantes de la expedición la esperaban y se tomaron una avioneta hasta el aeropuerto Lukla, ubicado en la entrada del valle Khumbu y al cual se sube para llegar a la base del Everest.
“Empezamos a hacer un trekking de siete días porque se va a haciendo despacito como para aclimatar. Cuando entro (al campamento base) me encuentro con un comedor lleno de sherpas. Habían 33. Yo saludé con el inglés que había aprendido esa semana. Estaban por comer. Todo de piedra no había ni una mesa: desde los banquitos hasta donde se apoyaban los anafes. De repente, me doy cuenta que todos tenían el plato de comida y no comían porque estaba yo. Les pregunté y me mandaron al comedor de los clientes, y me atendieron como si fuera una gringa. A los dos días llegaron los clientes y yo empecé a cocinar. Ahí me enteré de que era la primera mujer en la historia en cocinar en el campamento base. Ahí solo laburan hombres nepalíes de diferentes escalas como sherpas. Todos hombres y ninguna mujer. Sí van mujeres a guiar, médicas o clientas, pero ninguna en el campo base para servirlos”, explicó.
La chef, que además se arreglaba con gestos y señas para poner el lugar en orden, contaba con un cocinero y dos personas que la ayudaban a hacer el servicio de mesa. “Cocinaba en cuclillas, no sabés qué aventura”, señaló con una sonrisa. Estuvo un mes y medio arriba de la montaña, pero se canceló porque muchos dieron positivo en COVID y se tuvo que quedar otro mes y medio en Katmandú, capital de Nepal, por el cierre de todas las fronteras durante el confinamiento.
“De a poco, yo fui aprendiendo de su manera. Ellos (sherpas) tienen una humildad que trasciende todo. De repente a mí me adoptaron como a una jefa. Ellos me adoran y yo los adoro (...) Hay algunos que hablan bien inglés y con los otros te comunicás hasta por telepatía, te ven la cara y ya saben. Con el cocinero les enseñamos algunas palabras, pero con algunos hace años que nos conocemos y no podemos hablar una m***** porque no hay manera. Ellos me van a buscar para comer con ellos en su cocina y para que bailemos, son re sanos e inocentes. Son como niños”, recalcó.
La planificación de una alimentación en un campamento base
En sus 29 años, Huilén fue parte de los campamentos base del Aconcagua, Everest, Manaslu (8.163 metros), K2 (8611 metros) y Broad Peak (8.051 metros). En las primeras temporadas, le mandaban una lista de los clientes que iban a subir y su respectiva alimentación. En base a eso, ella confeccionaba una lista con los ingredientes que necesitaba que le mandaran. No obstante, en las últimas temporadas le compraban distintos productos, y al subir, ella improvisaba con lo que tenía.
Los alimentos no perecederos llegaban al campamento base antes que el grupo de expedición. Por ejemplo, en Everest, eran comprados en los supermercados de Katmandú, capital de Nepal, y trasladados a la montaña. Pero los productos frescos comos frutas, carnes y quesos, entre otras cosas, llegaban a través de porteadores que trasladaban los alimentos en mulas, y en pocos casos, con vuelos en helicóptero directo desde la ciudad.
Desde un primer momento, Huilén tuvo total libertad para tomar decisiones, el problema es que una de las cocinas más altas del mundo, como lo es la del Everest, no contaba con orden, materiales y creatividad necesarios para brindar una mejor experiencia a los montañistas. “Depende la montaña es la cantidad de lujos que se puede tener en la cocina. En Everest ahora tenemos cinco mesones de acero inoxidable de un metro y medio cada uno. Cuando llegué cocinaba arriba de una piedra y amasaba con una botella arriba del horno porque era la única superficie plana”, indicó.
Lo primero que hizo fue darle orden al lugar, a la cocina y al depósito. Luego le agregó su distintivo al menú que se le ofrece a los clientes que pagan entre 60 mil y 100 mil euros para realizar estas largas expediciones. “Las comidas de Medio Oriente son picantes y tienen mucho frito. Eso los parte al medio a los clientes viviendo a los 5.400 metros durante seis semanas en condiciones extremas. La propuesta para mí era que yo lleve un menú occidental. Yo como cocinera, soy la nona: pastel de papa, guisos, pastas, pizzas, hamburguesas y así”, explicó.
Con el tiempo se fijó qué tipo de alimento necesitaban las personas para caminar bajo condiciones extremas. “Esa gente que está arriba que sale a caminar para aclimatar, necesita hidratos de carbono que le den energía en la mañana. Ellos no tienen ni idea, tienen quince recetas que la repiten durante toda la temporada que son riquísimas, pero el cuerpo, al estar a gran altura, tiene mucho desgaste energético. Si no le das proteínas y tienen que subir una montaña de casi 9 mil metros, los partís”, señaló.
Bajo cielos extremos
La mendocina tuvo la oportunidad de cocinar en dos montañas de Pakistán como lo son K2 y Broad Peak, pero esas experiencias fueron de las más difíciles porque la comida no llegaba al campamento base a causa de las dificultades de los caminos. Otro factor fue que en las calles de aquel país no se veían mujeres y para que ella pudiera ser parte de la expedición necesitó una autorización especial por parte del gobierno.
No obstante, toda esta experiencia fue una lección de vida. “Ellos me terminaron enseñando todo. Nos cagamos de hambre. Yo durante diez días lo único que comí, viviendo a los 5 mil metros en un glaciar, era una taza de té y un chapate, que es como una tortilla de taco”, manifestó.
Por las condiciones extremas de estar a 60 kilómetros arriba de un glaciar, los animales se trasladaban vivos en 4x4 al borde del abismo y en caminos que se caían. “Un día nos llegó un búfalo caminando y los chabones felices”, realtó risueña Huilén y luego agregó entre risas: “Yo entraba al depósito y encontraba la cabeza del búfalo arriba de un cacho de plástico mirándome. Hasta que un día les pedí que lo saquen”.
La cocinera logró adaptarse bien a este campamento que fue uno de los más letales en los que vivió. La poca experiencia pakistaní en la montaña fue notoria, pero la ayuda de los sherpas facilitó su día a día. “Ahí la gente se muere. Es muy cruel y muy difícil. Me tocó una vez, una expedición nuestra que estaba subiendo y de repente un pakistaní que estaba mal parado, se cayó de la cornisa para el lado de China, a un acantilado de 3000 metros. Y todo sucedió en frente de nuestros clientes, sherpas y guías. No lo encontraron más”, expresó.
“El que cayó era hermano de uno de nuestros porteadores. Al otro día tenía 50 pakistaníes llorando y yo tirada cocinando en el depósito al lado del búfalo”, remató.
La convivencia con la muerte está presente todo el tiempo y cada integrante de una expedición es consciente de esta situación. En lugares como el Aconcagua, donde se comparte el idioma, la información circula más rápido, incluso Huilén contaba con una radio en la cocina para saber las últimas novedades como avalanchas, roturas de camino, caídas o nuevos muertos en la montaña.
En sus años en los campamentos base le tocó vivir muchos momentos difíciles. “Este año uno de los guías que iba siempre al Everest, no fue porque quería hacer una travesía propia, era un crack”, manifestó. Este hombre subía a las montañas sin oxígeno a más de 8000 metros y las bajaba esquiando, y cuando comenzó a subir una montaña en Nepal no se supo más nada de él y se perdió. Durante días quedó la incógnita y cuando Huilén retomó viaje para la Argentina se enteró de su destino. “Lo encontraron muerto como 400 metros más abajo de la cumbre como sentadito. Durísimo, pero yo agradecida de que el loco haya podido morirse haciendo lo que amaba hacer. Uno cuando va a la montaña, sabe que puede perder. Inclusive yo”, añadió.
Ella misma vivenció cómo caían avalanchas que destruían los campamentos base en los que ella había trabajado la temporada anterior. “No lo pienso pero sí sé que puede pasar y es una tarea muy difícil comunicárselo a las personas que están cerca de uno. Ponele mis viejos, no lo quieren ni escuchar ni entender. Te podés morir en cualquier lado, estás expuesto, pero me encanta y es como si lo tengo que perder, lo pierdo. Y los que me aman lo saben porque saben que soy tan feliz”, señaló.
Sabor y supervivencia
Huilén Pascual logró cumplir su sueño de ser chef de montaña, y a la vez se encontró con lo mejor de su ser. Algo que no hallaba cocinando para 120 personas en un restaurante o en la rutina de sus días en Río Gallegos, a pesar de que lo tuviera todo -materialmente hablando-.
“Me di cuenta que cuando uno cocina en esa situación, la persona a la que le estás cocinando está cumpliendo uno de los sueños de su vida y yo tengo el privilegio de poder nutrirle el cuerpo y nutrirle el alma. Hablando entre nosotros, cuando yo cocino yo le pongo una intención a lo que cocino yo cocino pensando en que el pan que te estoy haciendo va a ser el mejor momento de tu vida”, explicó.
“En un campamento de altura, la cocina es el alma: ahí está el fuego, ahí se hace la comida, ahí está todo despierto desde las 5 de la mañana hasta las 10 de la noche. El que quiere salir de donde está, se va a la cocina. Yo ocupé un lugar en donde soy como la madre de los sherpas y la madre de todos esos clientes que vienen a la cocina a hablar de lo que sea, del sentimiento que se despierta allá arriba. Ahí salen cosas muy profundas, la montaña es un lugar muy mágico”, concluyó.
Huilén Pascual actualmente trabaja en el Refugio San Bernardo de Mendoza. En noviembre se tomará unos días de vacaciones y luego viajará al Aconcagua como jefa de campamento, un rubro que experimentará por primera vez en su trayectoria. En este rol estará a cargo de la coordinación de las mulas que suben mercadería o equipaje, la subida y bajada de las expediciones, la coordinación del personal que atiende el campamento, será nexo entre los porteadores y el jefe de la empresa, y revisará la infraestructura para los clientes.
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