Elecciones en EE.UU.: para Donald Trump, un referéndum sobre su legado y su estilo polémico y rupturista
WASHINGTON.- En 2016, Estados Unidos dio un vuelco al darle un histórico triunfo a Donald Trump que lo llevó a la Casa Blanca y dejó boquiabierto al mundo. Cuatro años después, Estados Unidos decide si repite la historia en unas elecciones que aparecen como un referéndum sobre Trump y su presidencia –rupturista, divisiva y escandalosa como ninguna otra–, y una opción entre dos rumbos antagónicos. Gane o pierda, el republicano ya dejó su huella.
A principios de este año, Trump parecía navegar hacia su reelección arropado en la era de prosperidad económica que heredó de Barack Obama y estiró durante su gobierno. Al igual que el mundo, Trump chocó con la pandemia del coronavirus, que cambió todo y aniquiló la bonanza. Despojado de su principal activo político, Trump apostó a fondo a la grieta para preservar el poder y planteó la contienda como una elección entre dos países.
"Esta es la elección más importante de la historia de nuestro país. En ningún momento antes los votantes se habían enfrentado a una elección más clara entre dos partidos, dos visiones, dos filosofías o dos agendas", dijo en el discurso que cerró la Convención Nacional republicana, en agosto pasado, desde los jardines de la Casa Blanca. "Esta elección decidirá si salvamos el sueño americano o permitimos que una agenda socialista demuela nuestro destino", insistió.
Su presidencia no tuvo medias tintas. Para sus partidarios más fieles, el trumpismo duro, él ha sido el mejor presidente de la historia, solo equiparable a Ronald Reagan, un ícono republicano. A otros no les gusta su estilo o lo que dice, pero respaldan lo que hace. Para sus detractores, ya sean demócratas o republicanos tradicionales que ven con espanto cómo se apropió del partido de Abraham Lincoln, Trump ha sido el presidente más corrupto y peligroso de la historia, la mayor amenaza que ha enfrentado la democracia más longeva del planeta. El futuro de Estados Unidos y el mundo se dirime entre ambas visiones.
Su presidencia produjo cambios profundos. Trump impuso un mensaje populista en contra de la globalización y a favor de la industria nacional y los "trabajadores de overol azul". Abrió una guerra comercial con China, reescribió el Nafta, le bajó el pulgar al acuerdo transpacífico y usó aranceles a discreción. Elevó el déficit fiscal y la deuda, y favoreció, sobre todo, a las empresas y a los más ricos con recortes de impuestos y desregulaciones. Trump amplió la bonanza que dejó Obama, sin llegar a cumplir del todo con sus promesas de un renacimiento industrial, un crecimiento del 4%, o eliminar la deuda pública.
Trump borró regulaciones que protegían el medio ambiente y le dio la espalda a la lucha contra el cambio climático. Tensó alianzas tradicionales con Europa y el G-7, le extendió una mano a dictadores como el norcoreano Kim Jong-un y autócratas como el ruso Vladimir Putin o el turco Recep Tayyip Erdogan, y ayudó a forjar avances entre árabes e israelíes en Medio Oriente.
También atenazó la inmigración en un país que se precia de ser una "nación de inmigrantes" –la imagen de niños en especies de "jaulas" quedó en la memoria colectiva– y copó la Justicia y la Corte Suprema con jueces conservadores: por primera vez en décadas no hay vacantes en los tribunales federales.
Pandemia
Su presidencia sufrió la pandemia del coronavirus. Estados Unidos nunca aplanó la curva de contagios, lidera en el mundo con más de 9 millones de casos de Covid-19 y 230.000 muertes, y la explosiva propagación del virus augura un invierno más duro que la primavera. Trump, harto de las críticas a su gestión y a sus mensajes contradictorios, y convencido de que hizo todo bien y de que la vida debe continuar, ya dio vuelta la página.
"Estamos dando la vuelta, estamos dando la vuelta hermosamente", repite Trump en campaña, justo cuando Estados Unidos trepa en la curva de contagios a un nuevo pico. "Mirás las noticias, Covid, Covid, Covid, Covid...", se quejó en un acto esta semana.
Su presidencia estuvo signada de punta a punta por el caos, los escándalos y las polémicas, sellos de su estilo. Sus críticos denunciaron abusos de poder –el Ucraniagate le costó un juicio político–, corrupción, y se retorcieron ante sus mentiras y sus guiños a supremacistas y conspiracionistas. Hasta sus partidarios se incomodan con sus tuits. Pero su fórmula nunca cambió: Trump cavó en la grieta y tejió su propio relato –The Washington Post relevó más de 22.000 mentiras– con un incansable despliegue personal, desde el atril, Twitter o ante la prensa, que muchos asemejaron a un espectáculo de reality show.
Urgidos por recuperar el timón, Joe Biden y los demócratas montaron un fuerte alegato contra Trump y su presidencia, a la que ven como un embrión autoritario que deshilachará las instituciones y quebrará al país. Biden planteó la elección como una épica "batalla por el alma de la nación". La fallida gestión de la pandemia es su acusación principal, pero dista de ser la única.
"Todo el mundo sabe quién es Donald Trump. Sigamos mostrándoles quiénes somos. Elijamos la esperanza sobre el miedo. Unidad sobre división. Ciencia sobre ficción. Y sí, la verdad sobre la mentira", dijo Biden esta semana de campaña en Michigan, uno de los estados decisivos. "Es hora de que nos pongamos de pie y recuperemos nuestra democracia", remarcó.
Mike DeVanney, un estratega republicano de Pittsburgh, Pensilvania, dijo a LA NACION que los demócratas quieren que la elección sea un referéndum sobre Trump porque eso les da ventaja. Por el contrario, DeVanney cree que Trump pasa al frente cuando la elección se mira como una opción entre cuatro años más de su gobierno o una administración de Biden junto con el ala progresista de los demócratas. "Incluso si estoy harto y cansado de todo el ruido que rodea a Donald Trump, ¿de verdad quiero elegir un presidente, un vicepresidente y un partido de izquierda que nos harán menos prósperos, menos seguros? Esa es la elección de los votantes", describió.
El voto por Biden es, más que ninguna otra cosa, un voto contra Trump. El magnate llega a la elección igual que hace cuatro años: rezagado en las encuestas, cubierto de críticas y acompañado por una multitud en sus actos de campaña, el rito predilecto de su marca política, que va por otra remontada histórica. Aun con una pandemia, 22 millones de personas con problemas de empleo y un país dividido y convulsionado por una nueva ola de protestas contra el racismo, el 56% de quienes pueden votar dicen que están mejor que hace cuatro años, según Gallup, mejor que cuando Ronald Reagan, George W. Bush y Barack Obama consiguieron su reelección. Pero la presidencia de Trump es más popular que Trump.
"Es fácilmente el presidente más controvertido de mi vida. Nunca estuvo arriba del 50% en un solo día de su presidencia", señaló a LA NACION Larry Sabato, politólogo de la Universidad de Virginia, que dijo ver la elección como un referéndum. "Biden no es Trump y tiene una campaña discreta, tomó pocos riesgos. Si bien las encuestas pueden volver a estar equivocadas, preferirías estar en el lugar de Biden antes que en el de Trump. ¿Habrá una sorpresa de última hora para ayudar a Trump? Ni idea", cerró.
Allan Litchman, un historiador catalogado como el "Nostradamus" de las elecciones presidenciales, auguró una derrota de Trump. Rachel Bitecofer, una politóloga que anticipó la "ola azul" demócrata en las legislativas de 2018, cree que el martes se dará el mismo escenario. Trump apuesta a una "ola roja" que lo reivindique y le brinde otros cuatro años en la Casa Blanca. El veredicto final está en manos de los norteamericanos.
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