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Era 15 de noviembre de 1977, Niigata, Japón. Fue después de la puesta del sol en una fresca tarde de noviembre que Megumi Yokota terminó su última práctica de bádminton. Vientos fuertes y helados soplaron sobre el puerto pesquero de Niigata e hicieron rugir al mar gris.
Su casa estaba a unos siete minutos caminando. Megumi, de 13 años, con su mochila y su raqueta de bádminton, se despidió de dos amigas a unos 250 metros de la puerta principal de la casa sus padres. Pero nunca llegó. Cuando las seis se convirtieron en las siete de la tarde y su hija seguía sin aparecer, Sakie Yokota comenzó a entrar en pánico. Corrió al gimnasio de la escuela secundaria Yorii, esperando encontrarse con ella en el camino.
“Se fueron hace mucho tiempo”, le dijo el vigilante nocturno de la escuela a la madre. Policía, perros rastreadores y antorchas podían verse en medio de la oscuridad. Recorrieron un bosque de pinos cercano llamando a Megumi. Sakie tomó el camino hacia la playa, escaneando frenéticamente todos los autos estacionados cerca de allí.
Tenía sentido buscar en la costa. Pero tal vez algo más fuerte e inefable llevó a la madre a la orilla del agua esa noche. En el mar de Japón, fuera de la vista de Sakie, un barco tripulado por agentes norcoreanos se dirigía a toda velocidad hacia la península de Corea con una colegiala aterrorizada encerrada en la bodega.
No dejaron pruebas, ni un solo testigo. El crimen fue tan descarado y extraño que pocos podrían imaginárselo, y mucho menos resolverlo. Pero con los años, se hizo evidente que Megumi no era la única víctima.
El gobierno japonés dice que desde 1977 hasta al menos 1983, agentes norcoreanos secuestraron a 17 ciudadanos japoneses. Algunos analistas creen que la cifra real podría ser más de 100. En el año siguiente a la desaparición de Megumi, la policía invirtió 3000 días en su búsqueda. Una unidad de secuestro ocupó la casa de Yokota. Lanchas patrulleras cruzaban una y otra vez el mar.
La investigación no llegó a ningún resultado. El padre de Megumi, Shigeru, caminaba por la playa todas las mañanas. Por la noche lloraba en el baño. Sakie lloraba cuando estaba sola, esperando que los hermanos de Megumi, gemelos de nueve años, no la escucharan. Durante años, intentaron simplemente soportaron el vacío. Pero la desaparecida Megumi estaba viva.
Un espía norcoreano que desertó a Corea del Sur en 1993 le contó a las autoridades de Seúl en detalle sobre una mujer japonesa secuestrada que coincidía con su descripción. “La recuerdo muy claramente”, dijo Ahn Myong-jin. “Yo era joven y ella era hermosa”.
Él dijo que uno de sus secuestradores -un experto en espionaje- le había contado su historia en 1988: El secuestro había sido un error no planeado, dijo. Nadie había tenido la intención de llevarse a una niña. Dos agentes que estaban terminando una misión de espionaje en Niigata esperaban en la playa un bote de recogida, cuando se dieron cuenta de que los habían visto desde la carretera.
Temiendo ser descubiertos, agarraron a la persona que habían visto. Megumi era alta para su edad y en la oscuridad no se dieron cuenta de que era una niña. Megumi llegó a Corea del Norte después de 40 horas encerrada en una bodega a oscuras, dijo Ahn, con las uñas desgarradas y ensangrentadas por tratar de escapar. Los agentes que se la llevaron fueron reprendidos por su error.
Ella era demasiado joven. ¿Qué uso tenían para una niña? Megumi lloraba y se negaba a comer, lo que puso nerviosos a sus cuidadores estatales. Para tranquilizarla, le prometieron que si trabajaba duro y aprendía coreano con fluidez, le permitirían volver a su casa.
Era una mentira para engañar a una niña devastada. Sus captores no tenían tal intención. En cambio, Corea del Norte obligaría a Megumi a trabajar como entrenadora de espías, enseñando comportamiento e idioma japonés en una escuela de élite para espías.
Que esto sucediera una vez sería extraordinario. Pero el secuestro fallido sentó una especie de precedente en Corea del Norte. El futuro líder del país, Kim Jong-il, entonces jefe de sus servicios de inteligencia, quería expandir su programa de espionaje. Los extranjeros secuestrados no solo eran útiles como maestros. Ellos mismos podrían ser espías o Pyongyang podría robar sus identidades para pasaportes falsos.
Podían casarse con otros extranjeros (algo prohibido para los norcoreanos), y sus hijos también podían servir al régimen. Las playas de Japón estaban llenas de gente común, lista para ser secuestrada, que no tendría ninguna posibilidad contra agentes altamente entrenados. “La gente piensa que no me acuerdo mucho de mi hermana, pero la recuerdo claramente, a pesar de que estaba en tercer o cuarto grado en la escuela primaria”. Cuando el hermano menor de Megumi, Takuya Yokota, y su gemelo Tetsuya tenían nueve años, la policía que buscaba a Megumi les mostró videos de artes marciales, instándolos a que “no sean golpeados, sean fuertes”.
Todos los días por 43 años, él trató de seguir ese consejo. Ahora con 52 años, está sentado con un traje de negocios y sostiene una copia de una postal que le envió su hermana antes de su secuestro. Al final, ella escribió: “¡Estaré en casa pronto! Por favor, espérame”.
“Ella era muy conversadora, muy activa y brillante”, dijo y agregó: “Ella era como una flor para nuestra familia. Sin ella en las comidas la conversación era limitada. El ambiente se volvió muy oscuro”.
En este sentido, relató: “Estaba muy preocupado, pero de alguna manera me iba a la cama y me levantaba por la mañana, todos los días, para descubrir que ella había desaparecido. Me levantaba y todavía no podía encontrarla”. Durante las dos primeras décadas tras la desaparición de Megumi, los Yokota no tuvieron más que un caso sin resolver y su propia necesidad desesperada de comprender lo que había sucedido.
Intentaron adivinar cómo podría estar envejeciendo. Ella había sido alta a los 13 años; ¿lo sería todavía? ¿Seguiría conservando los hoyuelos de su infancia? Una sombra se cernía sobre cada pregunta. No tenían ni idea de si había sobrevivido esa última noche de noviembre.
En las ciudades costeras a fines de la década de 1970, crecían los rumores. Los lugareños hablaban de extrañas señales de radio y luces de barcos desconocidos, o paquetes de cigarrillos coreanos tirados en la costa. En agosto de 1978, una pareja en una cita en la playa en la prefectura de Toyama fue amordazada, encapuchada y esposada por cuatro hombres que hablaban un japonés con un acento extrañamente formal.
Los soltaron apresuradamente cuando pasó un paseador de perros y el perro ladró, asustando a sus atacantes. Otros tuvieron menos suerte.
El 7 de enero de 1980, el periódico japonés Sankei Shimbun publicó una noticia en primera plana: “Tres parejas se evaporan misteriosamente a lo largo de las costas de Fukui, Niigata y Kagoshima durante sus citas. ¿Está involucrada una agencia de inteligencia extranjera?” Pero fue necesaria una terrorista convicta para finalmente afianzar el vínculo con Corea del Norte.
Kim Hyun-hui había matado a 115 personas al ayudar a introducir de contrabando una bomba en un avión de pasajeros de Corea del Sur en 1987. Mientras contemplaba una sentencia de muerte en Seúl, testificó que era una agente norcoreana que actuaba por orden del Estado. Explicó que había aprendido el idioma y el comportamiento japonés para poder trabajar de forma encubierta. Su maestra, dijo, era una japonesa secuestrada con la que vivió durante casi dos años.
El testimonio fue convincente. Pero el gobierno de Japón no reconocería oficialmente que Corea del Norte estaba robando gente. Los dos países tenían una historia hostil y no tenían relaciones diplomáticas. Era más fácil ignorar la evidencia.
Cuando los negociadores japoneses intentaron plantear el tema en privado, Corea del Norte negó airadamente que existiera algún secuestrado y puso fin a las conversaciones. Fue en 1997, 20 años después de la desaparición de Megumi, cuando Pyongyang finalmente accedió a investigar.
21 de enero de 1997
“Tenemos información de que su hija está viva en Corea del Norte”. Shigeru estaba atónito. Un funcionario japonés llamado Tatsukichi Hyomoto, secretario personal de un parlamentario, se había puesto en contacto con los Yokota de la nada. Llevaba una década investigando los secuestros en Pyongyang y quería conocerlos lo antes posible.
Junto con una profunda conmoción, una loca esperanza regresó a los corazones de la familia. El gobierno creía que Megumi estaba viva. Entonces la pregunta se transformó en: ¿cómo la recuperamos? Los Yokota hicieron pública su historia. Estaban aterrorizados de que Corea del Norte matara a Megumi para encubrir lo que había sucedido, pero su padre argumentó que el caso sería tratado como un rumor a menos que se revelara su nombre. Tuvieron que difundir la noticia por todo Japón y pedir ayuda al país.
La familia apareció en la televisión en horario estelar. Se plantearon preguntas en el parlamento. En mayo, el gobierno confirmó públicamente que Megumi no era un caso aislado: había más como los Yokota, sufriendo por hijas, hijos, hermanas, hermanos y madres robadas.
Siete de estas familias formaron un grupo de apoyo para exigir el rescate de sus seres queridos: la Asociación de Familias de Víctimas Secuestradas por Corea del Norte. Hablaron largo y tendido, contándose lo poco que sabían. Los secuestros parecían oportunistas, pero pronto surgieron patrones. La mayoría de las víctimas eran amantes jóvenes de veintitantos años. Las playas de Japón se habían reformulado como escenas del crimen.
El 12 de agosto de 1978, nueve meses después de la desaparición de Megumi, la empleada de oficina de 24 años Rumiko Masumoto fue a ver la puesta de sol con su novio, Shuichi Ishikawa, de 23 años, en una playa en la prefectura de Kagoshima. Un día antes, le había contado tímidamente a su familia sobre su relación durante la cena.
Su auto fue encontrado en la escena, con la billetera y lentes de sol de Rumiko en el asiento del pasajero. Su cámara también estaba allí, llena de fotos que la pareja se tomó el día de su desaparición. La policía recogió una de las sandalias de Shuichi no lejos de la orilla del agua. Cada secuestro fue una tragedia privada. Un ser querido que desapareció del mundo sin previo aviso. Algunos de los que quedaron desamparados fueron llevados al borde de la locura por su pérdida.
La prensa y el público no siempre fueron comprensivos. Los informes noticiosos se refirieron a los secuestros como “presuntos”. Varios políticos japoneses creían que las afirmaciones eran desinformación surcoreana difundida para desacreditar a Corea del Norte.
Pero a medida que las familias redactaban peticiones, llenaban las ondas de radio y presionaban al gobierno, la verdad iba cobrando cada vez mayor peso generando un efecto de bola de nieve. Pero esta “bola de nieve” se detuvo cinco años después en Corea del Norte, a los pies del propio Kim Jong-il.
17 septiembre de 2002
“Como anfitrión, lamento que tuviéramos que hacer que el primer ministro de Japón viniera a Pyongyang tan temprano en la mañana”, dijo el líder de Corea del Norte. Pero el enfado del primer ministro japonés no tenía nada que ver con la hora.
Junichiro Koizumi había volado para discutir la normalización de las relaciones de Japón con Corea del Norte, con la esperanza de que ese paso impulsara su popularidad en decadencia. En cambio, se había metido en una emboscada diplomática.
Después de una hambruna brutal en la década de los años 1990, que se estima mató a más de dos millones de norcoreanos, Kim Jong-il quería ayuda alimentaria e inversión, y una disculpa por los 35 años de colonización japonesa. Japón quería, y se había negado a proceder sin ello, detalles de cada ciudadano secuestrado por los espías de Pyongyang.
Media hora antes del histórico encuentro, apareció la lista de nombres: Corea del Norte admitió haber secuestrado a 13 ciudadanos japoneses. Pero dijo que solo cinco estaban vivos. Las causas de muerte dadas para los otros ocho incluyeron ahogamiento, asfixia por los vapores de un calentador de carbón roto, un ataque cardíaco en una mujer de 27 años y dos accidentes automovilísticos en un país donde los ciudadanos privados rara vez poseen automóviles.
Pyongyang afirmó que no podía proporcionar sus restos, ya que las inundaciones habían arrasado casi todas sus tumbas. Koizumi estaba horrorizado: “Me siento profundamente angustiado por la información que me proporcionaron”, le dijo a Kim Jong-il, “y como primer ministro, que es en última instancia responsable de los intereses y la seguridad del pueblo japonés, debo protestar enérgicamente. No puedo imaginarme cómo se tomarán la noticia los demás miembros de la familia”.
Kim escuchó en silencio, tomando notas en un cuaderno, luego preguntó: “¿Nos tomamos un descanso ahora?”. Al debatir su situación en una antesala, el portavoz adjunto del gabinete Shinzo Abe, quien se convertiría en el primer ministro con más años de servicio en Japón, instó a Koizumi a no firmar la declaración para comprometerse a conversaciones de normalización a menos que Pyongyang se disculpara formalmente por los secuestros.
Cuando los delegados volvieron a reunirse, Kim tomó un memorando y leyó: “Hemos investigado a fondo este asunto, incluso examinando el papel de nuestro gobierno en él. Décadas de relaciones antagónicas entre nuestros dos países proporcionaron el trasfondo de este incidente. Sin embargo, fue un incidente espantoso. “Tengo entendido que este incidente fue iniciado por organizaciones de misiones especiales en las décadas de 1970 y 1980, impulsadas por un patriotismo ciegamente motivado y un heroísmo equivocado”.
“Tan pronto como me llamaron la atención sobre sus planes y acciones, los responsables fueron castigados. Este tipo de cosas nunca se repetirá”, amplió. El líder de Pyongyang dijo que los secuestros fueron diseñados para proporcionar a sus espías maestros nativos japoneses e identidades falsas para misiones en Corea del Sur. Algunas víctimas fueron arrebatadas de las playas, sí, y otras atraídas por estudios o viajes por Europa.
Habló de Megumi, la secuestrada más joven por muchos años, y dijo que sus secuestradores habían sido juzgados y declarados culpables en 1998. Uno fue ejecutado y el otro murió durante una sentencia de 15 años, sostuvo. “Me gustaría aprovechar esta oportunidad para disculparme sin rodeos por la lamentable conducta de esas personas. No permitiré que eso vuelva a suceder”. Koizumi firmó la Declaración de Pyongyang.
Cinco personas vivas, ocho declaradas muertas.
De vuelta en Japón, en una casa de huéspedes de Tokio propiedad del Ministerio de Relaciones Exteriores, las familias de los secuestrados esperaban ansiosamente noticias. Los padres de Megumi se sentaron con el viceministro de Relaciones Exteriores, Shigeo Uetake. Él respiró hondo.
“Lamento informarles que...”. Corea del Norte dice que Megumi Yokota se ahorcó en un bosque de pinos el 13 de abril de 1994, en los terrenos de un hospital psiquiátrico de Pyongyang donde estaba siendo tratada por depresión. Esta es su segunda fecha de muerte. Inicialmente afirmaron que había muerto el 13 de marzo de 1993, antes de declarar que había sido un error.
Como evidencia, Pyongyang produjo lo que dijo que era un “registro de muertes” de un hospital. Era un formulario con las palabras “Registro de pacientes que ingresan y salen del hospital”, en la parte posterior. Pero “Entrar y salir del hospital” fue tachado varias veces y en su lugar estaba escrita la palabra “Muerte”. Japón le aseguró a Corea del Norte que encontraba el documento muy sospechoso.
Otra mujer japonesa secuestrada, Fukie Chimura, relató más tarde que Megumi se había mudado a la casa de al lado de ella y su esposo en Corea del Norte en junio de 1994, dos meses después de la supuesta muerte de Megumi, y vivió allí durante varios meses. La familia Yokota no cree que Megumi se haya suicidado. Aún así, Sakie encuentra escalofriantes los detalles de la historia de Pyongyang.
“En Niigata, teníamos bosques de pinos”, le aseguró al Washington Post en 2002 y manifestó: “Estoy segura de que los extrañaba. Estoy segura de que estaba muy sola. Por un minuto, pensé que tal vez nos extrañaba tanto y no podía volver, y que, en un instante, ella se quitó la vida”.
“Lloré. Pero al minuto siguiente, dije que no, que eso no pudo haber sucedido. No quiero que haya sucedido. No quiero que ella haya pasado por eso”, agregó.
Dos años después de declarar muerta a Megumi, Pyongyang entregó lo que dijo que eran sus cenizas. Llegaron en el 27 aniversario de su secuestro. Sus padres habían conservado el cordón umbilical de su hija cuando nació, una tradición japonesa, y realizaron pruebas de ADN. Las muestras no coincidían.
El científico que analizó las cenizas diría más tarde que podrían haber sido contaminadas, por lo que el resultado no es concluyente. Pero Corea del Norte en otras ocasiones había entregado restos dudosos. Ya había enviado huesos que, según afirmaba, eran los del secuestrado Kaoru Matsuki, un hombre que dijo que había muerto a los 42 años. Incluían un fragmento de mandíbula que, según un experto dental, pertenecía a una mujer de unos sesenta años.
El 15 de octubre de 2002, los cinco secuestrados que, según Corea del Norte, estaban vivos, aterrizaron en el aeropuerto Haneda de Tokio. Bajaron del avión, los recibieron con banderas japonesas y pancartas caseras de “Bienvenidos a casa”, y sollozaron en la pista en brazos de sus familias. Pyongyang había acordado que los cinco podrían visitar Japón durante una semana a 10 días.
Nunca volverían a poner un pie en Corea del Norte. ¿Cómo rescatas a alguien cuyo captor insiste en que está muerto? Por supuesto, los Yokota no fueron la única familia que se enfrentó a esta pregunta de pesadilla.
Rumiko Masumoto, la joven oficinista que desapareció con su nuevo novio, también estaba en la lista de fallecidos. Corea del Norte afirmó que Rumiko murió de un ataque al corazón cuando tenía veinte años. Su familia no lo acepta. “No hay nadie en mi familia con insuficiencia cardíaca”, comentó su hermano.
Teruaki Masumoto tenía 22 años y estaba estudiando pesca en Hokkaido cuando secuestraron a su hermana en 1978. Ahora tiene 65 años, y se ha jubilado de su trabajo clasificando atún en el principal mercado de pescado de Tokio. Él y Megumi Yokota comparten el día de cumpleaños, el 5 de octubre, aunque tienen nueve años de diferencia. Megumi tendría ahora 56 años y su hermana Rumiko 66.
Rumiko adoraba a su hermano, el menor de los cuatro hermanos Masumoto. “Ella era muy buena conmigo”, relató y sostuvo: “Como nuestra familia no tenía mucho dinero, vivíamos en una habitación una familia de seis. Rumiko y yo dormíamos en el mismo futón hasta que yo tuve unos 12 años. Ella me amaba mucho. Cuando mi padre me regañaba, ella lloraba y me defendía”.
El padre de Rumiko y Teruaki, Shoichi, murió de cáncer de pulmón en 2002. Su madre, Nobuko, llegó hasta los 90 años hasta que falleció en 2017. Ella esperó cuatro décadas para que su hija regresara a la casa. Pero en sus últimos años, reconoció que la muerte podría alcanzarla antes. La búsqueda de un niño robado, muerto o escondido en un estado paria, es un legado brutal para dejarle a otros. Pero es un problema que muchas familias de secuestrados se han visto obligadas a abordar.
Ahora que la generación de los padres se fue o está en sus últimos años, ¿deberían decirles a sus hijos actuales y vivos que sigan luchando con todas sus fuerzas? ¿Es acaso una elección? No hubo un traspaso formal, pero Teruaki ahora se ocupa de ello. “Mi padre, cuando todavía estaba vivo alrededor del año 2000, no pudo venir a Tokio”, afirmó y continuó: “En ese momento me dijo: ‘Lo siento’. Y me sentí un poco perplejo e incómodo, porque no estaba haciendo esto por mi padre sino por mi hermana desaparecida”.
“Mi madre a veces me decía que se preguntaba si Rumiko volvería alguna vez a Japón. Así que creo que mi madre dudaba a medias de que la vería viva. Pero no decían cosas como ‘este es tu momento’ o ‘yo quiero que sigas haciendo esta misión de rescate ‘. No, no me dijeron eso”. No hizo falta.
El hermano de Megumi, Takuya Yokota, todavía tenía treinta y tantos años cuando sintió que el manto se posaba sobre sus hombros. “Cuando fui a Estados Unidos para ver al presidente Bush en 2006, descubrí que mis padres ancianos tenían problemas para pasar mucho tiempo en un avión. Y en Japón también, si íbamos a algún lugar lejos de Tokio, ellos también tenían problemas para viajar. En ese momento, entendí que mis padres ya no podrían ir a lugares lejanos”, destacó.
Solo dos de los padres de las víctimas siguen con vida. Sakie, la más joven, cumplirá 85 años en febrero. El padre de Megumi, Shigeru, de voz suave pero firme, murió el 5 de junio de 2020. Ingresó en el hospital en abril de 2018 y luchó todos los días para mantenerse con vida un poco más, con la foto de su querida hija junto a su cama.
En Japón, donde todo el mundo conoce “El problema de la abducción”, no es posible proteger a un niño con vínculos personales durante mucho tiempo. Tanto Teruaki Masumoto como Takuya Yokota son padres: Teruaki de una hija pequeña y Takuya de un hijo de unos veinte años.
Takuya aclaró que su hijo estaba en la escuela infantil cuando le contaron lo que le había sucedido a la tía Megumi: “Probablemente cuando tenía seis o siete años. Estoy seguro de que hablé con él a los nueve años, la edad que tenía cuando secuestraron a mi hermana”. La hija de Teruaki era aún más joven.
“Mi hija sabe sobre Rumiko. Mi esposa se lo contó antes de entrar al jardín de infancia. Hay un festival en Japón en verano, en julio, cuando creemos que una pareja separada por la Vía Láctea se encuentra una vez al año en el cielo. Escribimos nuestro deseo en una pequeña hoja de papel y lo ponemos en un árbol. En ese papel, mi hija de cuatro años escribió: ‘Quiero ver a mi tía’”, contó.
No todas las familias de los secuestrados pueden darse el lujo de aislar a los niños del peso de la pérdida y el deber, como sabe Teruaki. Desde 2004 él hizo campaña junto a Koichiro Iizuka. La persona que le secuestraron a Koichiro era su madre. Él tenía 16 meses en ese momento.
Todos los involucrados en esta lucha comparten un temor común: perder las esperanzas de que los secuestrados sigan vivos, dado que ya habrán envejecido. ¿Habrían muerto ya de viejos en Corea del Norte? Al momento de escribir este artículo, no. Pero corresponderá a la generación actual abordar esta pregunta.
Takuya Yokota, aseguró: “El tiempo pasa por igual para ambos lados. Sí, también están envejeciendo. Y creo que pasar un año o 20 años en Japón o en Inglaterra o Estados Unidos tiene un significado diferente que pasar la misma cantidad de tiempo en Corea del Norte. En Corea del Norte, es muy difícil no solo seguir vivo hasta mañana, sino seguir vivo hoy “.
Para Teruaki Masumoto, ni siquiera la muerte de sus seres queridos justificaría darse por vencido. “Si se probara su muerte, querríamos que sus huesos estuvieran de regreso con nosotros. Esa es la mentalidad japonesa”, relató y añadió: “También seguiríamos responsabilizando al gobierno japonés por no poder rescatar a los secuestrados. A pesar de que hay 17 secuestrados ‘aprobados’ por el gobierno, creo que muchos, muchos más están en Corea del Norte, más de cien”.
En 2014, Corea del Norte acordó abrir una investigación sobre el destino de los ocho secuestrados reconocidos a los que no ha regresado, a pesar de haberlos declarado muertos. Se prolongó hasta 2016, y luego se canceló por una disputa sobre las sanciones por pruebas nucleares.
El padre de Megumi soñaba con llevarla a Roppongi, el luminoso y vivaz distrito de entretenimiento de Tokio. Pero en las oraciones de su madre, van juntas a un campo donde pueden acostarse mirando al cielo, sin nadie alrededor, y simplemente pasar el tiempo tranquila y pacíficamente.
Sakie le escribe cartas abiertas a su hija, con la esperanza de que las palabras le lleguen de alguna manera. Parte de una de ellas, publicada por JAPAN forward el año pasado antes de que falleciera su marido dice:
“Querida Megumi:
Sé que puede parecer un poco extraño que me acerque a ti casualmente. ¿Estás bien?.
Hice todo lo posible para vivir una vida plena, pero siento que mi cuerpo se debilita y cada día es un poco más difícil. Cuando veo a tu padre en la hospital haciendo desesperadamente sus ejercicios de rehabilitación, me invade una urgencia de encontrar la forma de que él te vea.
Esta es la realidad del envejecimiento. No somos solo tu padre y yo. Puede que estemos lidiando con el envejecimiento, la enfermedad y el cansancio, pero las familias de todas las víctimas en Corea del Norte siguen anhelando ver a sus seres queridos de regreso en su país de origen y sostenerlos en sus brazos.
No nos queda mucho tiempo. Luchamos mucho y muy duro con nuestro corazón y alma, pero no podemos aguantar mucho más. Quiero celebrar mi próximo cumpleaños contigo. Solo la nación de Japón, el gobierno, puede hacer que eso suceda. Pero a veces me abruma una sensación de malestar y me preocupa que nuestros esfuerzos sean inútiles cuando veo lo que está pasando en nuestro gobierno. Dudo que tengan la voluntad de resolver este problema y encontrar una manera de traer a las víctimas a casa.
“De alguna manera, me las arreglé para sobrevivir a esta tormenta. Estoy agradecido de que ustedes también hayan sobrevivido, apoyados por un poder mayor. No estamos solos. Por eso, hoy rezo de nuevo mientras pienso en todos ustedes.
Se necesitará más esfuerzo que nunca para traer a todas las víctimas de regreso a Japón. Por supuesto, Japón debe defenderse, pero también necesitamos coraje, amor y rectitud de todo el mundo. (Aquellos de ustedes que lean mi carta, tómese un momento para recordar en su corazón a los secuestrados que aún están atrapados en Corea del Norte. Por favor, habla en nombre de ellos.
Querida Megumi, seguiré luchando para traerte de vuelta a casa conmigo, tu padre y tus hermanos Takuya y Tatsuya. Mi determinación permanece inquebrantable, incluso a los 84 años. Así que por favor cuídate y nunca pierdas la esperanza”.
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