Al cumplirse este 24 de julio 238 años del nacimiento del libertador venezolano, BBC Mundo se adentra en esta figura que marcó su historia
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Pocos días después del nacimiento de Simón Bolívar, su familia tomó una decisión que lo marcaría.
Su madre, María de la Concepción Palacios y Blanco, tenía problemas de salud y mandaron traer para que lo amamantara “a una joven esclava que en esos días también había sido madre”.
“Se trata de Hipólita, joven de unos 20 años rebosante de buena salud, de agraciada estampa, alta, bien formada y ágil, con opulentos senos que desde entonces y hasta bien crecido alimentarán al niño Simón”, escribió Carmelo Paiva Palacios, en La Negra Hipólita, la nodriza del Libertador.
“Hipólita fue uno de los pilares principales que sostiene el escenario de los primeros años de Bolívar”, indicó en la publicación de 1994, del Boletín de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela.
El mismo Libertador dejaría testimonio de ello.
“Te mando una carta de mi madre Hipólita, para que le des todo lo que ella quiere; para que hagas por ella como si fuera tu madre, su leche ha alimentado mi vida y no he conocido otro padre que ella”, le escribió a su hermana mayor en 1825, desde Cuzco.
Al cumplirse este 24 de julio 238 años del nacimiento del héroe venezolano, BBC Mundo se adentra en esta figura que pasó a la historia como la “Negra Hipólita” o Hipólita Bolívar, como un recordatorio de que los esclavos en Venezuela llevaban el apellido de sus amos.
La familia
Antes de que naciera el prócer, el matrimonio de los mantuanos Juan Vicente Bolívar y Ponte y María de la Concepción Palacios y Blanco había tenido a María Antonia (1777), Juana (1779) y Juan Vicente (1781).
Y cuando nació Simón, debido a los quebrantos de salud que la aquejaban, la madre le pidió a una amiga que la ayudara a alimentarlo.
La cubana Inés Mancebo de Miyares lo amamantó durante sus primeros 30 días.
Después llegaría Hipólita, “esclava de la hacienda El Ingenio, en San Mateo, propiedad de la familia”, según apuntó la historiadora Irma De-Sola Ricardo en el Diccionario de Historia de Venezuela.
Había nacido en 1763, en esas tierras del norte de Venezuela, en lo que hoy es el estado Aragua, y se había unido a otro siervo de la familia Bolívar, Mateo, de la hacienda de Santo Domingo.
Era una “típica mujer originaria de África Occidental”, escribió Reinaldo Bolívar en el ensayo dirigido a niños y adolescentes “Simoncito. Hijo de Hipólita, pupilo de Matea”.
Aunque “su estatura está por encima del promedio que consideraban los esclavistas debía medir una ‘pieza’”, añadió el que es el director del Instituto de Investigaciones Estratégicas sobre África y su Diáspora.
Los Bolívar descendían de una familia de origen vasco que se había radicado en Venezuela desde finales del siglo XVI.
“Eran reconocidos como una de las cinco familias más ricas de la Capitanía General de Venezuela; en sus haberes tenían propiedades por toda la Provincia de Caracas, por tanto se daban el lujo de enseñar oficios y artes a los esclavizados que iban a asumir tareas domésticas”, indica el investigador.
“La excepción de la regla”
Hipólita había sido “esclavizada en el ingenio azucarero de San Mateo”, cuenta Jesús Chucho García en el libro Africanas, esclavizadas, cimarronas, libertarias y guerrilleras.
“La unidad productiva de caña de azúcar era de explotación intensiva”, explica, lo cual difería de las que funcionaban en los hatos de ganado o las haciendas de cacao.
“En estas tres unidades productivas la familia Bolívar tenía una especie de red productiva con una gran cantidad de esclavizados y esclavizadas”, señala el fundador del Centro de Estudios Afroamericanos Miguel Acosta Saigne de la Universidad Central de Venezuela (UCV).
De allí, muchos se escaparían hacia cumbes, lugares donde se refugiaban los cimarrones.
Y es que “las y los esclavizados eran unos de los mayores bienes de la colonia”, evoca García.
“No vamos a romantizar, (decir) que existían unos amos buenos y otros malos, pero si vamos a destacar que la familia Bolívar tuvo un trato diferencial hacia estas dos esclavizadas”, indica en relación con Hipólita y otra esclava que también ayudó en el cuidado de Bolívar: Matea.
Ambas “fueron la excepción de la regla”.
Para el investigador Tomás Straka, miembro numerario de la Academia Nacional de la Historia y director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), tanto Hipólita como Matea reflejan una realidad histórica:
“Fue una sociedad esclavista, existieron ‘esclavos de adentro’ o ‘de la casa’, que casi eran miembros de la familia mantuana, a veces verdaderamente queridos; y un niño de aquel origen tenía ayas a las que solía tributarle un verdadero amor filial”, le indica a BBC Mundo.
“Amito blanco”
El rol que desempeñó Hipólita al amamantar a Bolívar no fue excepcional para la época.
“Era uno de los tantos oficios que desempeñaban las esclavas de color en las colonias hispanoamericanas”, le indica a BBC Mundo la historiadora María Soledad Hernández, investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB.
Las razones por las que les tenían que dar el pecho a los hijos de sus amos eran diversas.
A veces, lo hacían por la muerte de la madre.
“Y era común que surgiese un vínculo afectivo entre la nodriza y el ‘amito blanco’, término común que los identificaba: amo pequeño y de piel blanca.
“Las nodrizas no los llamaban normalmente por su nombre, y cuando lo hacían siempre le antecedía amito o niño”.
Cuando Bolívar tenía tres años, su padre falleció y su madre quedó a cargo de la administración de la respetable fortuna de la familia.
“En vida de su esposo tuvo un cabal conocimiento de los negocios de este, y apenas se encarga de ellos, procede con inteligencia y decisión no solo a conservar los cuantiosos bienes a su cargo, sino que los aumenta y sanea”, señala el historiador Rafael Fuentes Carvallo en el Diccionario de Historia de Venezuela.
Pero los problemas de salud la golpearían trágicamente.
“Hipólita no solamente hizo de madre alimentándolo, sino que como fiel y abnegada servidora de la familia se encargó completamente del niño dirigiendo y cuidando sus primeros pasos, enseñándole las primeras palabras, sustituyendo al padre y compensando los mimos que la madre enferma no podía prodigarle”.
A los nueve años, Simón Bolívar perdería a su madre, quien tenía 34 años.
“Tendrá que conformarse con el afecto maternal y la constante magnificencia de su esclava nodriza”, escribió Paiva.
“Hermano de leche”
De acuerdo con Hernández, como las nodrizas tenían hijos coetáneos a los niños que tenían que amamantar, se daba entre ellos un vínculo conocido como el de los “hermanos de leche”.
“Es el caso de Dionisio, hijo de Hipólita, que creció muy cerca de Bolívar”.
Aunque hay pocas fuentes que sustenten lo que se afirma sobre él, aclara, se dice que participó en la guerra de independencia como soldado del ejército patriota.
“Llegó a ser sargento y batalló al lado de Simón Bolívar”, indica Reinaldo Bolívar, quien al hacer referencia a una carta que Hipólita le mandó al Libertador, habla de otro hijo que ella tuvo.
“Le pide a Simón Bolívar: ‘Querido hijo y amo, el favor de enviarme 30 pesos’ para pagar la casa donde estaba viviendo porque la iban a sacar y le pedía el favor de hablar con su hermana María Antonia para solventar la situación de sus dos hijos”, quienes fueron de su “propiedad”.
La libertad
Tanto Reinaldo Bolívar como Paiva mencionan las destrezas de Hipólita como jinete.
El último autor incluso señaló que en una de las batallas por la independencia prestó ayuda, “socorriendo y dando ánimo a los heridos”, así como también consolando a las viudas.
En 1821, después de la batalla de Carabobo, Bolívar “le concedió la libertad a los esclavos que le quedaban, entre ellos a Hipólita”, indicó De-Sola.
Además de la carta que le escribió a María Antonia, hay otros documentos en los que Bolívar pide que se la proteja “para que tenga una vejez digna”, cuenta Hernández.
Por ejemplo, Paiva citó en su texto una carta que el Libertador escribió, en 1825, desde Ecuador, en la que le pidió a su sobrino que le entregara mensualmente “treinta pesos para que se mantenga mientras viva”.
En otra misiva, de 1827, el prócer le agradeció a un amigo en Caracas el haber acatado su petición de pagarle una pensión de un año a Hipólita.
“Muchas gracias, mi querido Álamo, por la bondad con que Ud. ha atendido la recomendación que le hice a favor de la viejita Hipólita: no esperaba menos de la buena amistad de Ud.”
Presente
Hernández señala que, en relación con sus últimos años, “algunos autores afirman que vivió en casa de María Antonia y allí murió”, en 1835.
Mientras, otros apuntan a que falleció en su propia casa, a donde la iba a visitar la hermana mayor del héroe.
Sus restos reposaban en la catedral de Caracas, en la cripta de la familia Bolívar y, en 2017, ingresaron al Panteón Nacional como parte de una iniciativa impulsada por el gobierno de Hugo Chávez.
De hecho, Reinaldo Bolívar fue uno de los promotores de esa campaña:
“Entre (...) lo mucho que nos dieron los africanos está la libertad: fueron ellos quienes rompieron las cadenas y de seguro -principalmente Hipólita y Matea- sembraron ese espíritu libertario en Simón Bolívar,” dijo en 2008, cuando se desempeñaba como vicecanciller para África, según reseñó la agencia Reuters.
Chávez creó la “Misión Negra Hipólita”, dirigida a ayudar a las personas en situación de indigencia.
Y en años recientes, el gobierno de Nicolás Maduro también ha resaltado su figura.
“Hipólita Bolívar es la expresión de amor incondicional”, escribió el mandatario en 2018.
Un puente
Para el profesor Straka, tanto la “Negra Matea” como la “Negra Hipólita” son dos personajes, dentro del universo simbólico del culto a Bolívar, “cuya función en la memoria venezolana no ha sido completamente estudiada”.
“Desde la perspectiva actual, y en particular desde la anglosajona, no dejan de ser problemáticas, tanto por el cognomento de Negra, que entre los venezolanos no tiene necesariamente la misma connotación despectiva que en otras partes, pero que es un indudable ejemplo de racialización, como por lo que representan: la amorosa y muy leal aya esclava, que da la vida por su amo, por su amito”, indica.
Como sucedió con Prissy, personaje de “Lo que el viento se llevó”, “se trata de retratos de sociedades esclavistas (…) y eso siempre corre el riesgo de convertirse en una matización, o incluso idealización de la esclavitud”.
Sin embargo, dentro del culto a Bolívar, ambas acercaron al héroe “a las masas de color, como un hombre que no por inmensamente rico y dueño de esclavitudes dejó de ser muy cercano y generoso con los esclavos. Incluso más o menos uno de ellos”.
“Son como un puente entre el dueño de esclavos bueno, el amo cariñoso y generoso, que después los redime con la república (una imagen que la elite de muchas maneras trató de forjarse para sí)”.
La postura abolicionista de Bolívar, que había asumido desde 1816, y el hecho de darle la libertad a sus esclavos quedó relegado a lo más emotivo: “su amor por su madre negra”, explica el también autor de varios libros.
Surgió la “necesidad de crear un relato histórico que uniera a toda la sociedad, era importante que todas las razas se vieran identificadas en la Historia Patria, como llamamos en el mundo hispano a las historias oficiales del siglo XIX”.
Y en esa necesidad, había que encontrar héroes negros “que ocuparan un lugar más o menos subordinado (como en efecto ocuparon en la República), pero que hubieran sido, a su modo, buenos patriotas: el Negro Primero, como militar; y las Negras Matea e Hipólita, de algún modo cumplieron esa función”.
“Triple segregación”
En 2010, la profesora Patricia Protzel publicó en la Revista Venezolana de Estudios de la Mujer, el artículo “La madre negra como símbolo patrio: el caso de Hipólita, la nodriza del Libertador”.
En el texto la autora señalaba cómo “la estrategia discursiva” sobre Hipólita ha tenido “visos de apología a la madre negra abnegada, madre del padre de la patria, que enfatiza los lazos de consanguinidad, con esa gran familia venezolana a través de la leche y de los afectos prodigados al niño Simón, huérfano de padre y madre”.
De hecho, indicaba, se le llegó a asimilar como el “modelo de las heroínas blancas propuesta por el discurso androcéntrico hegemónico, con el único fin de legitimar el proceso de ‘blanqueamiento’ -y por ende de mayor civilización- de la mujer venezolana”.
Pero lo cierto es que esa imagen dista mucho de “la condición social de subordinación e inferioridad de las mujeres negras esclavas o libres”, quienes tuvieron que “enfrentar una triple segregación de clase, género y raza”.
Al intentar ofrecer “una imagen de la negritud armónica y democrática cónsona con los ideales patrios, se ocultan las profundas desigualdades de la sociedad colonial”, que no solo saqueaba territorios sino que explotaba personas.
Y, como sucedió en muchas colonias, “la apropiación de la leche de las madres negras esclavas”, que en muchos casos fueron separadas a la fuerza de sus hijos, fue “una expresión de esa expoliación del sistema” a favor de la clase blanca dominante.
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