Hipercautela: la estrategia de Europa con las vacunas que se convirtió en un riesgo en sí mismo
La suspensión de la vacuna de AstraZeneca magnificó los problemas de la UE para organizar la compra y distribución de los fármacos con respecto a los países más exitosos
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WASHINGTON.- La cuidadosa campaña de vacunación de Europa se transformó en una grave crisis. En comparación con otras naciones desarrolladas, los índices de vacunación en la Unión Europea (UE) están muy rezagados, al parecer, por el fracaso de una estrategia de compra poco agresiva en medio de un auge de demanda global.
La situación es actualmente tan complicada que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dijo el miércoles que Bruselas estaba considerando bloquear las exportaciones de vacunas del bloque regional para garantizar “que Europa tenga lo que le corresponde”, un anuncio que mereció encendidos reproches de países no europeas que cuentan con esas dosis.
El problema de la escasez de dosis se terminó de agravar esta semana tras la decisión de varios países europeos de suspender la aplicación de la vacuna de AstraZeneca por dudas sobre su seguridad. La suspensión no solo interrumpió el flujo de vacunas, sino que puede plantar la semilla de una desconfianza irremontable en la población, por más que luego la fórmula de AstraZeneca demostró ser segura, como anticipaban la mayoría de los expertos.
Alemania, Italia, España, Irlanda y Francia se cuentan entre los países que suspendieron el uso de esa vacuna, desarrollada entre bombos y platillos por los investigadores de la Universidad de Oxford y que representa una parte significativa del suministro de vacunas del continente. Las dudas sobre esa vacuna surgieron tras algunos eventos de trombosis, algunos fatales, en personas inoculadas.
La Agencia Europea de Medicamentos (EMA), el organismo regulador de fármacos de la UE, concluyó este jueves que la vacuna era “segura y eficaz”. Pero el precio ya pagado por Europa igual fue enorme, en dosis vencidas, en aumento de casos, y en socavamiento del ánimo de la gente.
Algunas partes de Europa ya están sumidas en lo más profundo de la tercera ola de infecciones. “Cada día que se retrasa la vacuna significa más internaciones y muertes”, dice Fabrizio Pregliasco, virólogo de la Universidad de Milán, Italia, uno de los países que está de nuevo encapsulado en cuarentena por la escalada de contagios.
El mayor problema de Europa no es la irresponsabilidad, sino la extrema cautela. El continente recibió muy tempranamente el embate de la pandemia: desde entonces, la suerte que corrieron los países del bloque en su lucha contra el virus es muy variada, y hasta los que siguieron más rigurosamente las recomendaciones sanitarias sufrieron enormes pérdidas humanas.
Hasta cierto punto, eso implica que hay factores de la propagación del virus que escapan al control de los gobiernos. Pero si hay algo que depende del control de los gobiernos es conseguir vacunas para su población. Y es ahí donde los líderes de Europa —incluidos los elogiados por su razonabilidad y pragmatismo, como la canciller alemana, Angela Merkel—, se quedaron muy a la zaga de países con procesos de toma de decisión más temerarios, como Gran Bretaña, Israel y Estados Unidos, o de gobiernos más ágiles, como Chile.
Acuerdos tardíos
Esas naciones pulsearon a brazo partido para garantizarse una variedad de dosis y buscaron cerrar rápidamente sus propios acuerdos con los fabricantes. La mayoría de los países europeos, mientras tanto, quedaron entrampados en el enfoque más moderado de la UE y cerraron tarde sus acuerdos. Y según fuentes de las negociaciones, el punto peliagudo era el precio.
Después se sumó otro bochorno, cuando Europa vio de lejos cómo Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel lanzaban la inoculación masiva de la vacuna producida por Pfizer y desarrollada por BioNTech, una empresa alemana, mientras que la EMA ni siquiera la había aprobado.
Hasta ahora, la EMA aprobó cuatro vacunas. Pero los entes reguladores nacionales de los países miembros de la UE habían manifestado gran preocupación por la fórmula de AstraZeneca. De hecho, el uso de esa vacuna en Alemania y otros países estuvo inicialmente restringido a los menores de 65 años, debido a la falta de datos clínicos sobre su efecto en los adultos mayores. La medida se revirtió cuando se analizaron los resultados de los estudios en Inglaterra, donde la vacuna está siendo ampliamente utilizada.
La actual preocupación por los casos de trombosis refleja la caótica cautela que reina en muchas instituciones europeas, que detuvieron la administración de la vacuna de AstraZeneca a pesar de que tanto la EMA como la Organización Mundial de la Salud (OMS) dijeron que deberían seguir vacunando mientras durara la investigación. Y los motivos tal vez no respondan meramente a una preocupación por la salud pública.
“Fue una decisión política”, dijo Nicola Magrini, director de la Agencia de Medicamentos de Italia, al periódico La Repubblica. Los líderes vieron que otros países suspendían el uso del medicamento y siguieron el ejemplo, en lugar de escuchar a los organismos mundiales de salud.
De alguna manera, la situación es fruto de las mismas fortalezas y debilidades de la UE, un bloque de 27 Estados miembros con una economía y una población más grandes y heterogéneas que Estados Unidos. Cuando se mueve al unísono, Europa es una potencia, pero su proceso de toma de decisiones suele ser impredecible y difícil de manejar.
Gracias a ese peso internacional —o sea a la enorme cantidad de dosis que iba a necesitar—, la UE estaba en condiciones de conseguir vacunas más baratas que Estados Unidos. Pero su proceso de toma de decisiones basado en el consenso hizo que las dosis llegaran con cuentagotas y neutralizó cualquier posible ventaja en el precio.
El contraste más claro es con la vacunación en Gran Bretaña, que hasta el año pasado era técnicamente parte del bloque. Londres optó por no participar en la compra de vacunas de Europa y siguió su propio camino, uno de los pocos puntos luminosos de la actuación del primer ministro Boris Johnson en medio de la desastrosa respuesta de Gran Bretaña ante la pandemia.
Solo un puñado de los Estados miembros de la UE rompieron con la ortodoxia del bloque regional en relación con las vacunas. Hungría vacunó a parte de sus ciudadanos con la rusa Sputnik V y con las vacunas chinas, aduciendo la necesidad de un rango más amplio que el aprobado por la EMA. Otros países avanzan en el mismo sentido, aunque muy lentamente.
Pero el pánico que se desató por los casos de trombosis, a pesar de las recomendaciones de la EMA de seguir administrando dosis de AstraZeneca, son un recordatorio de que la UE no es un gigante de pragmatismo y tecnocracia, sino que está formado por Estados nacionales individuales, dispuestos a actuar por su lado cuando haga falta.
Traducción de Jaime Arrambide
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