Hillary Clinton: “Yo debatí con Trump y con Biden, y esto es lo que podemos esperar”
En el debate de este jueves con Biden, los votantes deben intentar ver más allá de las fanfarronadas del expresidente y centrarse en las cosas fundamentales en juego
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NUEVA YORK.- La semana pasada pasé uno de los mejores momentos de mi vida en la entrega de los premios Tony, donde tuve oportunidad de presentar una canción de Suffs, el musical de Broadway del que soy coproductora sobre las sufragistas que lucharon por el derecho de las mujeres a votar. Y más me emocioné cuando Suffs se llevó los premios al mejor guion y mejor banda de sonido original.
Ya sea Suffs o sea Hamilton, siempre me encantó el teatro que habla de política. Pero no así al revés. Con demasiada frecuencia abordamos los momentos cruciales, como el debate de esta semana entre el presidente Biden y Donald Trump, como si fuéramos críticos teatrales. Pero ahora estamos por elegir presidente, no “mejor actor”.
Soy la única persona que ha tenido que debatir con ambos: con Trump en 2016, y con el entonces senador Biden en 2008, durante las primarias demócratas para la elección presidencial. Viví en carne propia la aplastante presión que implica subirse a ese escenario, y sé que cuando participa Trump es prácticamente imposible enfocarse en lo esencial.
En nuestros tres debates de 2016, su catarata de insultos, interrupciones y mentiras apabullaron a los moderadores y perjudicaron a los votantes, que estaban frente a la pantalla para enterarse de nuestra visión para el futuro del país. Y no olvidemos que el primero de esos debates marcó un récord, con una audiencia de 84 millones de telespectadores.
Intentar refutar los argumentos de Trump como en un debate normal es una pérdida de tiempo, simplemente porque es prácticamente imposible identificar cuáles son esos argumentos. Y en los años que pasaron desde entonces, todo empeoró mucho más. No me sorprendió para nada que después de una reciente reunión, varios CEOs hayan dicho que Trump, como lo describió un periodista, “no logra sostener una línea de razonamiento” y “salta de acá para allá”.
Sin embargo, es tan poco lo que se espera de él para este jueves que salvo que se prenda fuego literalmente frente a las cámaras, algunos dirán que estuvo a la altura de la investidura presidencial.
Tal vez Trump divaga y despotrica para evitar tener que responder de manera directa sobre sus posturas más impopulares, como las restricciones al derecho al aborto, las exenciones impositivas para los megamillonarios, o rematar nuestro planeta a cambio de aportes de campaña de las grandes empresas petroleras. Él interrumpe y hostiga —en determinado momento llegó a perseguirme por el escenario— porque quiere parecer dominante y desequilibrar a su adversario.
Esas artimañas fracasarán si el presidente Biden es tan directo y contundente como lo fue en marzo, cuando se enfrentó a los abucheadores republicanos durante su discurso sobre el Estado de la Unión. Al presidente también lo asisten los hechos y la verdad. Lideró la recuperación de Estados Unidos de una crisis sanitaria y económica histórica, con la creación de más de 15 millones de puestos de trabajo, aumento de los ingresos de las familias trabajadoras, desaceleración de la inflación y un vertiginoso aumento de las inversiones en energía limpia e industria de avanzada. Biden ganará el debate si logra que ese mensaje llegue a la gente.
Para los debates de 2016 me preparé intensamente porque tenía que encontrar una manera de superar las payasadas de Trump y ayudar al pueblo norteamericano a comprender lo que realmente estaba en juego. En debates simulados de 90 minutos sobre un escenario idéntico al que iba a utilizarse, practiqué cómo mantener la calma frente a preguntas tramposas y mentiras descaradas sobre mi historial y mi carácter. En esos ensayos, Trump fue interpretado por uno de mis asesores, que hizo todo lo que pudo para provocarme, ponerme nerviosa y sacarme de quicio. Y funcionó.
Lamentablemente, Biden arranca en desventaja, porque no puede dedicarle tanto tiempo a prepararse como yo hace ocho años. Ser presidente no es un trabajo de 9 a 5: hay que estar en todo y al mismo tiempo a la vez. Por eso históricamente en el primer debate el desempeño del presidente en funciones es más débil que el de su oponente. Como espectadores, debemos tratar de no quedarnos con la teatralidad y enfocarnos en tres cosas importantes.
Primero, hay que prestar atención al modo en que los candidatos hablan de las personas, no sólo de sus políticas. En mi tercer debate con Trump, prometió nombrar jueces en la Corte Suprema que revocarían el fallo Roe v. Wade. Le contesté que esto tendría consecuencias reales para las mujeres reales. Trump ya había dicho que la Justicia debería castigar a las mujeres que abortan. “Tendría que reunirse con algunas de las mujeres que he conocido”, le contesté. “He estado en países donde los gobiernos obligaban a las mujeres a abortar, como solía pasar en China, o a tener hijos, como hacían en Rumania. Y puedo decirles que el gobierno no tiene por qué meterse con las decisiones que las mujeres toman con sus familias, de acuerdo con su fe y con asesoramiento médico.”
Lo más probable es que en el debate Trump diga que quiere dejar el aborto en manos de cada estado, con la esperanza de que suene como un signo de moderación. Pero en realidad eso implica que apoya las prohibiciones más extremas al aborto ya impuestas por muchos estados, además de todas las restricciones extremas que vendrán.
Trump debería tener que responder por la niña de 12 años de Mississippi que fue violada y luego obligada a llevar su embarazo a término. Esa niña ingresó a séptimo grado con un recién nacido en brazos, debido a la draconiana prohibición del aborto que rige en Mississippi. Es por Trump que una niña de Luisiana que no pudo abortar llegó a la sala de partos aferrada a su osito de peluche. Los estudios revelan que las mujeres que viven bajo la prohibición del aborto tienen hasta tres veces más probabilidades de morir durante el embarazo, el parto o el puerperio. Por Trump, una de cada tres mujeres en edad reproductiva hoy vive con esas restricciones.
Biden es uno de los líderes más empáticos que hayamos tenido. Basta escuchar con qué sinceridad habla de los derechos de las mujeres, de los problemas reales de la clase trabajadora, de las oportunidades para las personas de color y de la valentía de los hombres y mujeres ucranianos que arriesgan sus vidas por la democracia. Trump no puede hacer lo mismo porque sólo se preocupa por sí mismo.
En segundo lugar, hay que intentar ver más allá de las fanfarronadas y centrarse en las cosas fundamentales que están en juego. En 2016, Trump se negó a decir si aceptaría el resultado electoral. “Prefiero mantenerlos en suspenso”, dijo Trump. “La democracia no funciona así”, le respondí. “Sea claro en lo que está diciendo y lo que significa.” Hay una línea recta entre ese intercambio de 2016 y la letal insurrección en el Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021.
Esta vez, podemos esperar que Trump culpe a Biden por la inflación, pero evite responder preguntas sobre sus propios planes para la economía. Está obligado a desviarse o mentir, porque sus propuestas —recortes de impuestos para los superricos, despanzurrar la Ley de Protección al Paciente y Cuidado Asequible (ObamaCare), deportar a millones de trabajadores e imponer aranceles de importación generales a los productos básicos— exacerbarían la inflación, aumentarían el gasto de las familias y desembocarían en una recesión. Y esa predicción no es mía, sino de la consultora Moody’s Analytics de Wall Street.
Los expertos del Instituto Peterson de Economía Internacional, una entidad independiente, estimaron que por sí solos, los aranceles de Trump implicarían un aumento de impuestos real de 1700 dólares anuales o más para la familia promedio norteamericana.
Por su parte, Biden claramente tendrá ganas de hablar de sus planes para bajar los precios. El presidente se ha enfrentado al lobby de poderosas compañías farmacéuticas, limitando el precio de la insulina y aprobando una ley que por primera vez permite que Medicare negocie los precios de los medicamentos recetados. Durante el debate del jueves, prestemos atención a sus planes para enfrentar los abusivos aumentos de precios de las corporaciones y hacer que la nafta, los alimentos y la vivienda sean más accesibles.
Con préstamos del gobierno federal para estudiantes, Biden ya ha ayudado a uno de cada diez norteamericanos a obtener el alivio que tanto necesitan. Lo más probable es que presente nuevas ideas para ayudar a los jóvenes a arrancar con el pie derecho y poder acceder a un nivel de vida de clase media.
En tercer lugar, cuando vean a estos dos hombres uno al lado del otro, piensen en la verdadera elección que entraña esta elección: entre el caos y la aptitud.
Trump ha sido declarado culpable de 34 delitos penales graves y responsable de agresión sexual y fraude. Es un hombre que toda su vida se ha puesto a sí mismo en primer lugar. Si regresa a la Casa Blanca, habrá más inflación y menos libertad. No será apenas una repetición de su primer mandato. Desde que perdió en 2020, Trump se ha vuelto más irascible y desquiciado. Su exsecretario de Defensa dice que es “una amenaza para la democracia”, y su exjefe de gabinete dice que Trump “no siente más que desprecio por nuestras instituciones democráticas, nuestra Constitución y el Estado de derecho”. Este jueves recordemos eso cuando lo escuchemos su retahíla de quejas y sus promesas de venganza.
Por el contrario, Biden es un hombre sabio y decente que lucha a brazo partido por la gente de trabajo. Sí, tiene 81 años. Apenas tres años más que Trump. Y gracias a su experiencia y a su vida al servicio público puede hacer cosas que fortalezcan a nuestro país y mejoren las vidas de todos, desde consensuar con demócratas y republicanos para el mantenimiento de rutas y puentes en ruinas hasta hacer frente a la agresión rusa.
Esta elección es entre un delincuente condenado por la Justicia que busca venganza y un presidente que ofrece resultados para el pueblo de Estados Unidos. Pase lo que pase en el debate, esa elección es fácil.
Traducción de Jaime Arrambide
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