La publicación de la revista Science hecha luz sobre los efectos de la radiación nuclear del accidente de 1986 y su traspaso a los descendientes
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Una de las grandes interrogantes del mayor accidente nuclear de la historia parece haber encontrado una respuesta, 35 años después. Cuando el reactor número cuatro de la central de Chernóbil explotó en la madrugada del 26 de abril de 1986, la ciudad del norte de Ucrania se volvió un pueblo fantasma y la vida de decenas de miles de personas quedó marcada por el desastre atómico.
Desde entonces, muchos de los sobrevivientes han tenido que lidiar con enfermedades vinculadas a la radiación a la que se vieron expuestos y con la incertidumbre de qué podría pasar con sus descendientes, los llamados “hijos de Chernóbil”. Y es que una de las preguntas que ha inquietado por décadas tanto a científicos como a sobrevivientes es si los efectos de la radiación nuclear podría pasar a los descendientes.
Ahora, por primera vez, un estudio genético ofrece luces sobre el asunto y sus resultados acaban de ser publicados en la revista Science.
La investigación, dirigido por la profesora Meredith Yeager, del Instituto Nacional del Cáncer (NCI) de EE.UU., se centró en los hijos de los trabajadores que se alistaron para ayudar a limpiar la zona altamente contaminada alrededor de la planta de energía nuclear (los llamados liquidadores). También fueron estudiados los descendientes de los evacuados de la ciudad abandonada de Pripyat y otros asentamientos en un radio de 70 km alrededor del reactor.
A los participantes, todos concebidos después del desastre y nacidos entre 1987 y 2002, se les examinó el genoma completo. Y el resultado fue una sorpresa para muchos de los implicados.
Los resultados
El estudio no halló un “daño adicional al ADN” en los niños nacidos de padres que estuvieron expuestos a la radiación de la explosión de Chernóbil antes de ser concebidos.
“Incluso cuando las personas estuvieron expuestas a dosis relativamente altas de radiación, en comparación con la radiación de fondo, no tuvo ningún efecto en sus futuros hijos”, le explicó la profesora Gerry Thomas, del Imperial College de Londres, a la periodista de la BBC Victoria Gill.
Thomas, que ha pasado décadas estudiando la biología del cáncer, en particular los tumores que están relacionados con el daño de la radiación, explicó que este estudio fue el primero en demostrar que no existe un daño genético heredado tras la exposición a la radiación.
“Hay muchas personas que tenían miedo de tener hijos después de las bombas atómicas [en Nagasaki e Hiroshima]. Y también personas que tenían miedo de tener hijos después del accidente en Fukushima, porque pensaban que su hijo se vería afectado por la radiación a la que estaban expuestos”, recuerda. “Es muy triste. Y si podemos demostrar que no hay ningún efecto, con suerte podemos aliviar ese miedo”, agrega.
Thomas no participó en el estudio, aunque ella y sus colegas han llevado a cabo otra investigación sobre los casos de cáncer relacionados con Chernóbil. Su equipo ha estudiado el cáncer de tiroides, porque se sabe que el accidente nuclear causó unos 5.000 casos, la gran mayoría de los cuales fueron tratados y curados.
El estudio
Uno de los investigadores principales del estudio, Stephen Chanock, también del NCI, le explicó a la BBC que el equipo de investigación reclutó familias enteras para que los científicos pudieran comparar el ADN de la madre, el padre y el niño o la niña.
“Aquí no estamos viendo lo que les sucedió a esos niños que estaban [en el útero] en el momento del accidente; estamos viendo algo llamado mutaciones de novo”. Estas son nuevas mutaciones en el ADN: ocurren al azar en un óvulo o espermatozoide. Dependiendo de en qué parte del mapa genético de un bebé surja una mutación, podría no tener ningún impacto o podría ser la causa de una enfermedad genética.
“Hay entre 50 y 100 de estas mutaciones en cada generación y son aleatorias. De alguna manera, son los componentes básicos de la evolución. Así es como se introducen nuevos cambios en una población”, explica Chanock.
“Observamos los genomas de las madres y los padres y luego al niño. Y pasamos nueve meses más buscando cualquier señal en el número de estas mutaciones que estuviera asociada con la exposición de los padres a la radiación. No encontramos nada”.
Esto significa, dicen los científicos, que el efecto de la radiación en el cuerpo de los padres no tiene ningún impacto en los hijos que conciban en el futuro.
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