Héroe o villano: el paladín de los migrantes que derriba fronteras
El francés Cédric Herrou desafía las duras leyes migratorias de su país al ayudar a los refugiados que huyen de África
BREIL-SUR-ROYA, Francia.- Hace no mucho, en un domingo soleado, más de una decena de jóvenes, mujeres y niños, estaban sentados alrededor de una mesa de madera de Cédric Herrou, un granjero de 37 años, que reía y conversaba acerca de quién prepararía esa noche la cena. Parecía una reunión familiar cualquiera en este bucólico paisaje de los Alpes franceses, justo encima de la frontera con Italia. Pero no.
Héroe local para algunos, delincuente para otros, Herrou, que fue arrestado en agosto, había ayudado a sus huéspedes -todos migrantes africanos-, a cruzar ilegalmente la frontera hacia Francia. Planeaba meterlos subrepticiamente en una estación de tren para que pudieran seguir viaje. Algunos se quedarían en Francia, pero la mayoría quería llegar a Gran Bretaña o Alemania.
Bien temprano a la mañana siguiente, cuando no se había despejado aún la niebla en las montañas, Herrou y algunos voluntarios de su caravana clandestina intercambiaron consejos sobre cuál sería la mejor estación de trenes de la Riviera en la que colarse para seguir viaje.
¿Antibes? ¿Cannes? "¿No viste lo que son los canas en esa?", le pregunta a un ayudante. "Hay canas en todos los puestos de control", le sopla otro. De todas maneras, lo tienen que intentar.
"Ok, vamos", dijo finalmente Herrou. Y así salieron.
Europa ha intentado frenar a los migrantes de todas las maneras posibles -interceptándolos en el mar, endureciendo los requisitos de asilo y suspendiendo su sistema de fronteras abiertas-, pero igual siguen llegando. La frontera entre Italia y Francia, donde la policía patrulla intermitentemente los pasos clave y las estaciones de tren, es una clara muestra de por qué todas esas medidas siguen fracasando.
A pesar del virulento debate sobre la inmigración a medida que se acercan las elecciones presidenciales del año próximo, Francia todavía no se pone de acuerdo sobre la política a seguir: ¿debería aceptar a los migrantes que se filtran por la frontera italiana, expulsarlos, tratarlos humanamente o darles la espalda sin miramientos?
La ambigüedad de esa confusa respuesta ha quedado en evidencia en el improbable entorno de la Riviera, deslumbrante patio de juegos de los ricos, y en sus escarpadas laderas alpinas.
A pocos kilómetros del refugio creado por Herrou, hay ciudadanos que colaboran como informantes de la policía, que en el último año ya rodeó a miles de inmigrantes.
Son comunes las escenas en las que jóvenes africanos, algunos casi niños, son bajados de los trenes, escenas que recuerdan la persecución francesa a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Por otro lado, personas como Herrou, que se ha convertido en un líder de facto de una red anónima de ciudadanos-traficantes, están trabajando a contramarcha de la policía en un esfuerzo de resistencia casi clandestina, furiosos por la, según ellos, inhumana respuesta del gobierno francés ante la crisis.
Campamento en Ventimiglia
Herrou vive en un viejo olivar y desciende regularmente por los ventosos caminos de montaña, donde no hay guardias fronterizos, hasta Ventimiglia, la última ciudad italiana antes de Francia. Allí, las autoridades han arreado a unos 800 migrantes hasta un campamento de la Cruz Roja, en una zona inhóspita y abandonada junto a las vías del tren, en las afueras de la ciudad.
Las mujeres, los niños y las familias son alojadas en la iglesia de San Antonio de Padua, en Ventimiglia, junto a un cruce de autopistas.
Para trasladarlos, Herrou suele usar la misma camioneta destartalada que usa para repartir los huevos que ponen sus gallinas, a través de las sinuosas calles de las aldeas medievales del valle.
Lleva a los migrantes hasta su propiedad, donde ha instalado dos pequeños remolques donde pueden dormir y esconderse, entre los plateados olivares del Valle de Roya. Ahí los migrantes pueden deambular con una infrecuente sensación de seguridad.
Herrou estima que ya ha ayudado a más de 200 migrantes. Sus cómplices en esta red informal que él lidera han ayudado a varias decenas más. A veces recogen a los migrantes que trepan las empinadas vías férreas entre Italia y Francia, aplastándose contra las paredes de los túneles oscuros cuando pasan los trenes.
Las pilas de ropa y de ojotas descartadas dan testimonio de su paso por estos prohibidos parajes. No tienen ni mapas ni guías, no hablan ningún idioma europeo y al deambular, suelen volver a ingresar a Italia sin darse cuenta.
Lo que hace Herrou no está exento de riesgos. Decenas de traficantes han sido arrestados en la región por lucrar con estas actividades. Herrou no gana nada, pero el 13 de agosto la policía francesa lo arrestó de todos modos. Lo siguieron hasta su retiro en la montaña, le apuntaron con armas a él y a los migrantes eritreos que acababa de recoger, y lo metieron preso. Los migrantes fueron despachados de vuelta a Italia.
Después de 48 horas, el fiscal de Niza decidió no imputarlo, tras concluir que Herrou había actuado por razones humanitarias, según afirmaron sus abogados.
En otra demostración de la ambigua postura de Francia frente a los migrantes, la policía conoce perfectamente el paradero y las actividades de Herrou. Sin embargo, no lo molestan para nada.
En Breil-sur-Roya, una antigua aldea franco-italiana de casas color ocre situada en un valle al borde de un tranquilo lago, Herrou es una especia de celebridad. El viernes por la noche, en la reunión del consejo vecinal, los vecinos lo recibieron con aplausos y palmadas en el hombro. Esa tarde, había compartido una cerveza con el alcalde socialista en la plaza central del pueblo.
"Por supuesto que sabemos lo que hace", dijo el alcalde, André Ipert, al ser entrevistado. "Y por supuesto que está fuera de la ley. Esto es lo que pasa en Francia."
Ese mismo día, tres migrantes sudaneses habían llegado a los tumbos a la sede municipal de Breil. El alcalde no los entregó a la policía. A poco más de 30 kilómetros del olivar de Herrou, en la localidad de Menton, se desarrolla a diario una escena diametralmente opuesta.
Como todos los días, el tren de las 6:16 llega desde Ventimiglia y se desliza en la pulcra estación suburbana de Menton-Garavan, la primera del lado francés de la frontera.
De inmediato, la policía antimotines francesa toma posiciones en la plataforma. Abordan el pequeño tren suburbano y encuentran lo que buscan: tres adolescentes africanos tratando de escabullirse en Francia desde Italia. Poco después llegó el tren de regreso hacia Italia, y a él subieron a los jóvenes. Herrou ya no los podrá ayudar.
Traducción de Jaime Arrambide
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