Hermann Göring, el temible jerarca nazi al que Hitler destituyó por traidor horas antes de suicidarse
Combatió en la Primera Guerra Mundial, participó del fallido golpe de Estado de los nacionalsocialistas y fue la mano derecha del Führer hasta que quiso reemplazarlo; su final, envenenado por el cianuro
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“Consideraré que se han cumplido las condiciones de tu decreto y tomaré medidas para el bienestar de la Nación y la Patria. Sabes lo que siento por ti en estas horas, las más difíciles de mi vida, y no puedo expresarlo con palabras. Dios te proteja y te permita a pesar de todo venir aquí lo antes posible. Tu fiel Hermann Göring”.
El telegrama, firmado por el número uno en la línea de sucesión del Tercer Reich, tomó por sorpresa a Adolf Hitler, y lo hizo estallar de furia, aquella madrugada del lunes 23 de abril de 1945 en el Führerbunker de Berlín, la fortaleza antiaérea donde el líder nazi pasaba sus últimas horas antes de la capitulación alemana frente a los aliados.
Göring, el hombre que había accedido a las máximas jerarquías políticas y militares gracias a Hitler ahora le informaba al Führer, mediante un respetuoso y breve telegrama, que asumiría el control total del curso de la guerra y el liderazgo de Alemania “en caso de que las negociaciones fueran necesarias” ya que, desde Baviera “estaría en una posición más fácil que tú en Berlín”.
El Führer interpretó el telegrama como “alta traición”, aún cuando un día antes había reunido a sus generales diciéndoles que la guerra estaba perdida, que él no iba a escapar de Berlín, que se quedaría hasta el final, lo que implicaba una muerte segura, y que Göring podía ser el encargado de negociar la paz con las fuerzas vencedoras.
No había mucho tiempo. Los alemanes se replegaban en todos los frentes y se refugiaban en Berlín como último bastión, mientras los soviéticos y los aliados occidentales competían por llegar primero a la destruida capital alemana y proclamar la victoria total. El fin de la Segunda Guerra Mundial era un hecho.
Cuando sus lugartenientes fueron con la minuta de la reunión entre Hitler y sus generales, Göring, el hombre más poderoso de Alemania que ostentaba el título de Reichsmarschall, pensó que era el momento de rescatar el viejo decreto que el Führer había firmado en 1941 y por el cual, si Hitler dimitiera, perdiera su libertad de acción o muriera, el sucesor directo sería él, tal como estaba escrito.
Refugiado en Obersalzberg, Baviera, a la espera del desenlace, el héroe aeronáutico de la primera guerra mundial mandó a redactar su último telegrama en el poder. Rodeado de lujos, medallas, trajes militares de alta costura y animales exóticos, visiblemente obeso por el estrés, pero más que nada por el exceso de comida, vino y morfina, Göring le envía a Hitler el mensaje que sellará su destino. Le dice que, después de conocer que el final era ineludible, se sentía “obligado a asumir, en caso de que a las 22:00 en punto no haya respuesta, que has perdido tu libertad de acción”, y que “entonces consideraré que se han cumplido las condiciones de tu decreto y tomaré medidas para el bienestar de la Nación y la Patria”.
Hitler, aconsejado por su secretario personal, Martin Bormann, le responde a Göring en duros términos. Considera su actitud como “alta traición” y lo obliga a dimitir de todos sus cargos, caso contrario sería ejecutado. Göring renuncia enseguida. Un terremoto político en el seno del gobierno nazi acaba de suceder.
Hermann Göring, un bufón gordo y un astuto maquiavélico
“La imagen elegante de Göring lo convirtió en una figura persistente de burla. Los alemanes se mofaron de él y la prensa extranjera lo pintó como un bufón gordo. Pero Hermann Göring era un coloso en todos los sentidos: un astuto maquiavélico con un coeficiente intelectual descomunal, hábil en combinar encanto, astucia y crueldad para conseguir lo que quería: habilidades que empleó hasta el final”, destacó el especialista inglés en la segunda guerra mundial, James Holland, en un perfil histórico sobre el máximo jerarca nazi después de Hitler.
Hermann Wilhelm Göring nació el 12 de enero de 1893 en Baviera, fue soldado de infantería durante la primera guerra mundial (1914-1918) y aviador de las fuerzas de combate aéreo Luftstreitkräfte, donde ingresó luego de mucha insistencia como piloto de reconocimiento.
Con el tiempo, su sagacidad y valentía le reportaron numerosas victorias en el aire y le valieron la Cruz de Hierro, el máximo reconocimiento militar pero, finalizada la guerra en 1918, debió ganarse la vida como piloto comercial de la aerolínea sueca Svensk Lufttrafik.
A finales de 1922, mientras Alemania era sacudida por la inestabilidad política y económica del período de posguerra y el descontento entre trabajadores y ex combatientes era creciente, Göring asistió a una manifestación nacionalista en Múnich que rechazaba los términos onerosos del Tratado de Versalles, que condenaba al país a la pobreza más indigna. Allí conoce a Hitler, por entonces un incipiente miembro de un marginal Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán (NSDAP), y traban una relación que permanecerá indestructible durante 23 años.
Su primer cargo fue como jefe de las Sturmabteilung o SA, el ala paramilitar de los nazis, que rápidamente se convirtió en una organización jerárquica y disciplinada. En noviembre de 1923, Hitler convenció al general Erich Ludendorff, un héroe de la primera guerra mundial, para dar un golpe de Estado y tomar el control de Munich, lo que más tarde se conocería como “el golpe de la cervecería”. Tres mil nazis marcharon sobre Munich con Hitler, Göring y otros excombatientes nacionalistas a la cabeza, pero la intentona contra la República de Weimar fue un fracaso, la represión se reveló feroz, murieron 16 agitadores fascistas y Göring fue gravemente herido con un disparo en la ingle.
“Para aliviar el dolor persistente de Göring, los médicos le inyectaron morfina y se volvió adicto al opiáceo. Su dependencia se convirtió en una plaga de por vida que causó o exageró muchas de sus extravagantes características”, escribe Holland. “La adicción llevó a Göring a un manicomio en 1925. Salió de estos pasajes oscuros por la fuerza de su voluntad y con el aliento de su esposa Carin, solo para descubrir que los nazis lo habían dejado afuera”.
Göring se repuso, dejó la morfina por amor, pero solo por un tiempo, y volvió al partido nazi, al que había donado todo su dinero en los años iniciales, sin recibir ningún tipo de retribución, hasta que, en 1928, convenció a Hitler y logró postularse a las elecciones, convirtiéndose en uno de los 12 primeros diputados nazis de la historia.
En adelante su carrera política no se detendría. Fundador de la policía secreta Gestapo, una vez que Hitler tomara el poder en 1933 se convertiría en el hombre más poderoso del Tercer Reich después del Führer; fue comandante en jefe de la nueva fuerza aérea alemana, la Luftwaffe; vicecanciller del Reich, reichsminister de Economía y presidente de Prusia, entre otros cargos, y jefe del ambicioso plan cuatrienal para el rearme alemán en los años previos a la segunda guerra mundial.
Sin embargo, el éxito con el que se pavoneaba Göring adornado de un exhibicionismo megalómano, jactándose de ser el mayor coleccionista de arte de Europa y de la cría de felinos exóticos en su residencia de campo Carinhall, no logró traducirse en su desempeño estratégico militar durante los años de la guerra.
La Luftwaffe alcanzó sus grandes objetivos y sufrió duras pérdidas durante las batallas con el Reino Unido en 1940 y el frente oriental en 1942, tras una serie de malas decisiones tomadas por Göring en el diseño y equipamiento de las aeronaves, configurando un tipo de cazabombardero que no estaba a la altura de la potencia rival.
Alejándose cada vez más de las decisiones del campo bélico, un poco por sus fracasos como comandante y otro por su renovada adicción al opiáceo, el “bufón gordo” se dedicó a disfrutar de los negocios y sus ganancias, de su segunda esposa, y de su pequeña hija Edda Göring, nacida en 1938 y bautizada en presencia de su padrino Hitler, mientras millones de personas eran despojadas de sus bienes, expulsadas y llevadas a los campos de exterminio para concretar la “solución final”.
El juicio final
El 29 de abril de 1945, mientras Alemania sufre el colapso y los soviéticos pisan las afueras de Berlín, Hitler dicta a su secretaria Traudl Junge su última voluntad en el Führerbunker de Berlín, pocas horas antes de suicidarse junto a Eva Braun.
En el testamento, Hitler expulsa a su número dos, heredero natural del Tercer Reich y compadre, Hermann Göring, del partido nazi y de todos sus atributos jerárquicos; anula el decreto de 1941 que ungía al Reichsmarschall como sucesor en que caso de que a él le pasara algo y nombra al almirante Karl Dönitz, comandante de la marina de guerra Kriegsmarine, como presidente del Reich y comandante Supremo de las Fuerzas Armadas.
Despojado del poder, Göring es detenido por las SS, tras la orden de Bormann, y liberado por sus camaradas de la Luftwaffe días después. Se rindió el 6 de mayo a la 36ª División de Infantería del Ejército de los Estados Unidos, fue detenido y trasladado a una prisión Luxemburgo, donde espero su juicio final en Núremberg, el histórico proceso llevado adelante por un tribunal internacional que juzgó a 24 de los principales jerarcas de gobierno nazi, a partir de noviembre de 1945.
Entre todos los altos mandos procesados, Göring fue el de máxima jerarquía y el más pesado en todo sentido. Cuando cayó preso pesaba 118 kilos y medía 1.78 metros. Durante el año que duró el juicio, el as de la fuerza aérea dejo la morfina por la fuerza, se desintoxicó y bajó de peso. Parecía renovado.
Las pruebas en su contra fueron contundentes, pero él dijo no saber nada sobre campos de exterminio y se declaró “no culpable”. El tribunal lo encontró responsable de asesinatos contra opositores políticos, crímenes de guerra, robos y saqueo de bienes, y crímenes contra la humanidad, torturas, asesinato y esclavitud de civiles, entre los que se contaban más de cinco millones de judíos.
Göring fue condenado a muerte, junto con otros once camaradas. La horca lo esperaba. Pidió ser fusilado, sin embargo, frente a un pelotón, con el honor que le corresponde a un excombatiente, pero el tribunal desestimó su última voluntad.
Horas antes de ser ejecutado, el nazi más importante de la historia después de Hitler mordió una ampolla de cianuro. Estaba en su cama, recostado, boca arriba. Murió envenenado, como había vivido.
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