Venezuela: Henrique Capriles, el político que busca la tercera resurrección
CARACAS.- La travesía en el desierto del venezolanoHenrique Capriles terminó hace 10 días. Celular en mano, el exgobernador de Miranda grabó el reencuentro de Juan Requesens con sus padres, tras dos años en la cárcel como preso político. Un éxito personal, el primero en mucho tiempo: si el diputado está libre se debía a sus conversaciones secretas con el presidenteNicolás Maduro .
La excarcelación del joven diputado de su partido, Primero Justicia (PJ), era una concesión del jefe revolucionario, el mismo que lo insultaba tiempo atrás llamándolo "mariconzón" y "Capriloca", el mismo que golpeó con dureza a su círculo político más cercano hasta resquebrajarlo.
Los indultos del lunes confirmaron que el animal político estaba de vuelta, tres veces muerto políticamente, tres veces resucitado. Capriles reapareció dispuesto a romper con el resto de la unidad democrática para plantear otra estrategia contra el monstruo revolucionario que tan bien conoce. Un dirigente solo posible en el país donde un año parecen diez. Atrás quedaban muchos meses de apartamiento, de conexiones por Internet con escaso público, tan extravagantes que algunos dudaron de su cordura al dibujar peinetas contra quienes lo insultaban. Tan profunda era la soledad que lo dieron oficialmente por muerto o acabado. Grave error.
"Soy un jugador fresquito, lleno de energía", le gustaba repetir al candidato presidencial durante sus recorridos de 2012 por la Venezuela profunda. Eran los tiempos del whisky escocés, tanto en restaurantes como en los "ranchos" (villas miseria), con la bonanza petrolera regando el camino del comandante supremo y con el descomunal gasto público para que la revolución siguiera gobernando: Venezuela gastó el doble de lo que podía, varios escalones más hacia el sótano de la ruina que vive hoy.
Capriles, con 39 años entonces, admiraba a Luiz Inacio Lula da Silva (antes de ser borrado del imaginario por la corrupción), se dejaba influir por Nelson Mandela para soñar con la reconstrucción de Venezuela a través de la reconciliación y se hacía llamar el "presidente de la educación" tras su brillante periplo al frente de la gobernación de Miranda, corazón de la república agujereado por la corrupción bolivariana.
Un político que se sentía predestinado para una presidencia desde que con 27 años se convirtiera en presidente de la Asamblea Nacional. Una carrera política cuidada al detalle y con un entorno familiar que lo apoyaba: procede de una familia judío-polaca que llegó al país petrolero huyendo del Holocausto y que hizo fortuna con industrias, medios de comunicación y cines.
En cualquier otro país hubiera sido entonces presidente, pero el chavismo se lo llevó por delante con tanta fuerza que muchos predestinaron su primera muerte política. Se equivocaron: cinco meses después, al morir Chávez , todos miraron a Capriles para que asumiera una candidatura que más parecía un suicidio político: sin tiempo y contra la añoranza del líder muerto.
Recursos
Pero cada día de campaña, Capriles recortaba puntos a Maduro, mordisco a mordisco, superando en carisma y recursos políticos al "conductor de victorias", atorado en su discurso metafísico con los pajaritos que le hablaban sobre el futuro. Joven, poderoso y bien parecido, tanto que cientos de jóvenes lo perseguían por mítines y hoteles dispuestas a convertirse en la primera dama. Y sin ningún pudor para ponerse las chaquetas deportivas de Venezuela y coquetear con el populismo, acercándose y tocando al pueblo.
Aquella noche no la olvidará nunca: sus resultados lo proclamaban vencedor, pero el Consejo Nacional Electoral (CNE) adjudicó la victoria por escasos 100.000 votos a su todopoderoso contrincante. De nada sirvieron los recursos electorales, ni tampoco tener la razón. Incluso parte de sus votantes le volvieron la espalda porque reclamaron a su líder defender los votos en la calle. Meses después, en una charla con LA NACION, Capriles confesó que en esas horas históricas quiso evitar una guerra civil. Y que no se arrepentía.
La segunda muerte política del exgobernador dio paso a otros años de ostracismo, solo a la espera de una rendija. Y la encontró con el proceso revocatorio contra Maduro, que lo despreciaba públicamente tanto como le temía. Peleando en la primera línea de las manifestaciones y asfixiado por los gases, dispuesto a demostrar a los radicales que no le teme a la calle. Hasta un millón de personas se juntaron en las calles de Caracas para denostar al jefe revolucionario, pero el chavismo no permitió que Capriles siguiera adelante con su proceso.
Fue la caída más dura. Los focos se apagaron y la persecución política, incluida su inhabilitación administrativa, arreció hasta arrinconarlo. Incluso lo acusaron de beneficiarse de los sobornos de la empresa Odebrecht , como tantos otros en América Latina.
El desierto calentaba más que nunca, chavistas y radicales envenenaban cualquier oasis a la vista. Hasta hoy.
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