“¿Hay algún muerto hoy en la casa?”: testimonios de la histórica masacre de ucranianos que Rusia se niega a reconocer
Un total de 15 países consideran la hambruna de 1932-1933, conocida como Holodomor, como un genocidio organizado desde Moscú para desalentar el nacionalismo; el recuerdo de un sobreviviente
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“¿Hay algún muerto hoy en esta casa para llevar?”. A sus 94 años, Mykola Latyshko todavía sigue impactado por la frase que escuchaba todos los días a través de la ventana de su vivienda en Kherson, Ucrania, cuando tenía apenas 6 años, y el carro funerario recorría la ciudad cargando cadáveres de quienes morían cada día por la hambruna.
“Rusia puso en práctica el plan del Holodomor [”matar de hambre”, en idioma ucraniano] y lo aplicó en exceso, destruyendo las vidas de entre 7 y 10 millones de campesinos inocentes tras la liquidación de la intelectualidad, el clero y los activistas culturales ucranianos. ¿Cuántas lecciones más necesitamos? Históricamente Rusia quiere impedir que el pueblo ucraniano viva en libertad”, dijo Latyshko a LA NACION desde Toronto, Canadá, donde vive actualmente.
El número de víctimas de la hambruna (1932-1933) es totalmente incierto porque no quedó ningún registro, y puede variar, según la fuente. Existe además un gran debate sobre si se trató de un hecho fortuito por una amplia sequía, o un “genocidio”, como lo reconocen ya 15 países (la Argentina lo condenó en 2003 como un “acto de exterminio”).
A diferencia del Holocausto judío, que fue investigado inmediatamente después de la caída del nazismo, el Holodomor es un concepto relativamente reciente, que comenzó a ser más conocido internacionalmente tras la desintegración de la Unión Soviética y la independencia de Ucrania en 1991. E incluso ahora Rusia sigue negando que se haya tratado de un plan organizado desde Moscú. La vocera del Kremlin, Maria Zakharova, sostiene que la versión del “genocidio” de ucranianos ”contradice los hechos históricos”. Según ella, la hambruna fue el resultado de una “sequía severa y una colectivización agrícola forzosa” que “golpeó a Ucrania pero también a Bielorrusia, Kazajistán, la región del Volga, el Cáucaso del Norte, Siberia Occidental y los Urales del Sur”.
Sin embargo, al menos dos hechos ponen en duda la versión rusa. Mientras, según los datos del censo, la población de la Unión Soviética tuvo un crecimiento vegetativo de un 16% entre 1926 y 1939 (la de Rusia creció un 28% y la de Bielorrusia, 11%) solo la de Ucrania disminuyó un 10%. En segundo lugar, la producción agrícola ucraniana de los dos años de la hambruna fue más que suficiente para evitar la catástrofe. De hecho, aunque la cifra fue inferior a otros años, en 1932 Ucrania exportó 1,72 millones de toneladas de granos y al año siguiente 1,68 millones de toneladas.
“Pero todo lo que producían los campos de nuestras familias teníamos que entregarlo a las autoridades”, señaló Latyshko. “Incluso la policía entraba en las casas y requisaba los alimentos que encontraba escondidos”, agregó.
Los descendientes de quienes vivieron el Holodomor, también evocan los relatos de sus padres y buscan mantener vivo el recuerdo del horror, donde incluso se documentaron casos de infanticidio y canibalismo. “A mi mamá, que tenía entonces 7 años, le habían advertido que no pasara por cierta calle donde una madre demente había cometido actos de canibalismo”, afirmó a LA NACION desde Montreal, Canadá, Natalie Diduch, una activa difusora de la memoria del Holodomor en los medios occidentales.
Planificación del Holodomor
La versión oficial sobre el inicio de la tragedia señala que a comienzos de la década de 1930, el dictador Josef Stalin (que gobernó entre 1922 y 1953) se propuso lograr la industrialización acelerada de la Unión Soviética teniendo como base la exportación de los productos agrícolas, para lo que resultaba fundamental el aporte de Ucrania, el “granero” del país.
En diciembre de 1929 el gobierno ordenó en todo el país la colectivización agrícola, en momentos en que el 82% de la población eran campesinos. Todas las tierras quedaron bajo control directo estatal (sovjoses) o en cooperativas (koljoses) que también debían entregar una “cuota” de su producción al Estado. En una guerra abierta contra los kurkuly (los campesinos independientes) el gobierno se apropió entonces de tierras, cosechas, ganado y maquinarias.
“En mi casa vivíamos siete personas: mis abuelos, campesinos, mi padre, maestro, mi mamá y tres hermanos. Pero mi abuelo, aunque tenía un campo pequeño para la alimentación familiar, fue clasificado como kurkuly, y, como se resistió a la colectivización en diciembre de 1929 fue llevado prisionero a un gulag en Siberia y ya no lo volvimos a ver”, recordó Latyshko.
El general Vsévolod Bálitski, del ministerio del Interior (NKVD), creía que en Ucrania se produciría un levantamiento armado en la primavera de 1933 para derrocar al gobierno soviético y crear allí una nueva nación capitalista, por lo que gran parte de la intelectualidad local, escritores, abogados, sacerdotes, también fueron deportados a los gulags. Solo quedaron campesinos, algunos maestros y aquellos sobre quienes no existía sospecha ideológica.
“Los policías se llevaron incluso todos los animales que había en la casa, desde las vacas hasta los cerdos y pollos. Y el gobierno fue aumentando cada vez más la ‘cuota’ de alimentos que había que entregar. Mi mamá se trepaba hasta el techo de paja para buscar los granos que pudiera arrancar para comer”, recordó Diduch.
Además de que era delito compartir comida, en esa zona no había electricidad ni automóviles y era imposible acceder a un transporte público para huir a otras regiones en busca de sustento.
La salvación de los que pudieron sobrevivir fue estar en contacto con alguna fuente de alimentos. Latyshko afirmó que en su ciudad, el gobierno guardaba las cuotas que recogía de los campesinos en un enorme depósito subterráneo ubicado en las afueras. Allí había granos, papas y otras verduras.
“Mi padre era maestro de escuela y los chicos comenzaron a faltar a las clases porque no tenían fuerzas para llegar. Finalmente, consiguió que pusieran en el medio del patio de la escuela algunas provisiones y una olla, en la que por la mañana cocinaban una sopa con papas. Además, como era docente, a mi papá le daban una ración de 400 gramos de pan diario para toda la familia de seis personas. Con la sopa de la mañana y el pan, nosotros logramos sobrevivir”, señaló Latyshko.
Mientras la hambruna causaba estragos y los carros funerarios recogían por las casas los cadáveres, el campo se fue despoblando de trabajadores y comenzó la “importación” de campesinos desde Rusia a los que el gobierno les entregaba las viviendas que iban quedando libres por los fallecimientos. “La gran cantidad de rusoparlantes que hay hoy en el este de Ucrania, son descendientes de aquellos campesinos rusos que el gobierno soviético llevó para reemplazar a las víctimas del Holodomor. Y ellos tenían acceso a raciones de comida que no estaban disponibles para los ucranianos”, señaló Diduch.
Sin embargo, las autoridades se encargaron de destruir todos los documentos relacionados con la planificación deliberada del exterminio y además, a manera de propaganda, agasajaron e invitaron a visitar la Unión Soviética a personalidades occidentales, como los escritores George Bernard Shaw y H. G. Wells, que se convirtieron en famosos negacionistas de la masacre.
Tras sobrevivir al Holodomor, tanto Latyshko como los padres de Diduch, luego de la Segunda Guerra lograron emigrar a Canadá donde se establecieron y formaron sus familias.
Hoy los sobrevivientes miran el actual conflicto de Ucrania con temor, como si el pasado se resistiera a quedar atrás. “Putin no quiere aceptar el hecho de que Ucrania es miembro de las Naciones Unidas desde 1944, y tuvo un referéndum libre en 1991, que demostró que el 93% de los ucranianos querían ser libres e independientes. ¿Qué más quiere Putin? Bueno, ¡ya lo sabemos todos! ¡Dios nos ayude!”, concluyó Latyshko.
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