Hacia una cultura de la misericordia
La carta apostólica con que Francisco concluye el Jubileo Extraordinario de la Misericordia hace referencia desde su título, en latín, como todos los documentos vaticanos, a un comentario de San Agustín sobre el encuentro entre Jesús y la adúltera que iba a ser lapidada: "Quedaron ellos dos solos: la miserable y la misericordia".
Lo primero que gana los titulares es la decisión de autorizar a todo sacerdote a absolver el pecado del aborto. El aborto provocado es un pecado grave porque supone la muerte de un inocente y es contrario a la naturaleza misma.
Tanto es así que sólo los obispos estaban autorizados a perdonarlo en confesión. Pero el Papa ya había planteado la extensión a todos los sacerdotes durante el Año de la Misericordia y, como era de esperar, ahora la prorroga. En realidad, con esta resolución legitima algo que ya se estaba practicando en la mayoría de las diócesis.
Cuando se refiere a la virtud de la misericordia, opuesta a la indiferencia o a la condena, la considera como definición del amor de Dios para con los hombres, según la tradición bíblica. Dios nos ama con infinita misericordia, no se cansa de repetir Francisco.
De allí se desprende que no hay pecador a quien el Señor no esté dispuesto a perdonar siempre. Que la persona reconozca su situación de pecador es fundamental para comprender la condición humana, reconocer la gratuidad de la gracia y estar cerca del prójimo sin soberbia ni ánimo de juicio.
Insiste el Papa en que los sacerdotes deben saber escuchar con respeto la conciencia de cada persona y en que el fiel sabría reconocer si el ministro le hablara desde una experiencia espiritual de la misericordia o desde un mero enunciado canónico. "Todos tenemos necesidad de consuelo -escribe Francisco-, porque ninguno es inmune al sufrimiento, al dolor y a la incomprensión."
El presente documento es muy rico y propone una visión primordialmente pastoral de la Iglesia. Habría que recordar muchas otras expresiones de Bergoglio, como la de un hospital de campaña.
Esta carta apunta a una cultura de la misericordia que supere la práctica individual y comporte un estilo de vida.
En consecuencia, toda "situación irregular" debe ser contemplada con extrema caridad y comprendida en la medida de lo posible para encontrar caminos de comunión en la Iglesia.
En este texto, al decir de los teólogos, se distinguen y reafirman dos dimensiones: una, más objetiva, que pone de manifiesto la moralidad o la inmoralidad de un acto y que la Iglesia no puede modificar; otra, más subjetiva, que contempla el drama de las conciencias en la realización de los actos.
Aquí la Iglesia puede ayudar a discernir si se ha cometido un pecado y su gravedad. Sabe el pastor acostumbrado a acompañar situaciones en la vida real que en ciertos casos se llega al aborto bajo tal presión familiar o social que la persona no dispone de toda la libertad y la plena conciencia requeridas.
La dimensión social nunca está ajena en las expresiones de Francisco. Tener misericordia significa no sólo saber perdonar, sino compadecerse de los que viven en la miseria por la pobreza, la ignorancia o la enfermedad. La suya se presenta como una misericordia solidaria, tierna y fraternal.
El autor es director de la revista católica Criterio
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