Hacia el fin del uso de barbijos al aire libre: ¿cuándo será el momento de dejarlos?
El Centro Europeo de Control de Enfermedades recomienda flexibilizar el uso del cubrebocas entre vacunados, pero los expertos están divididos; algunos creen que hay que lograr tasas de vacunación más altas e incidencias más bajas para plantearlo
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BARCELONA.- Los barbijos se han convertido en el gran muro de contención social contra el coronavirus y, aunque todavía no hay fecha para guardarlas en el cajón, el Ministerio de Sanidad de España estudiará con sus expertos y las comunidades una eventual flexibilización de su uso en exteriores. El gobierno no concreta plazos, pero a medida que avanza la vacunación -el 36% de la población tiene al menos una dosis- y cae la transmisión del virus, ese escenario del fin del uso del tapabocas al aire libre se aproxima.
Por lo pronto, el Centro Europeo de Control de Enfermedades (ECDC) de Europa ya recomendó reducir su uso entre los vacunados y países como Israel, con tasas de vacunación más altas, o Estados Unidos, han dejado de usarlos en la calle. Pero los expertos en España están divididos y, mientras unos abogan por flexibilizar su uso, otros piden cautela, al menos, hasta elevar más la tasa de inmunizados y bajar la incidencia, que se encuentra en 126 casos por 100.000 habitantes en 14 días, en riesgo medio, según el semáforo de Sanidad. Algunas comunidades, como País Vasco o Madrid, siguen en riesgo alto.
La recomendación del uso de la mascarilla pasó de la nada al todo en los primeros meses de la pandemia: desde aquellos días de marzo del 2020, cuando imperaba la falta del material y las autoridades rechazaban extender su uso entre la población, hasta la desescalada, momento en el que empezó a hacerse obligatoria en todas partes. Desde el fin del primer estado de alarma y la entrada en la nueva normalidad, el pasado junio, la mayoría de las comunidades autónomas implantaron el uso obligatorio de la mascarilla, en interiores y exteriores e independientemente de que se guardase 1,5 metros de distancia entre individuos.
La evidencia científica mostraba entonces sus beneficios en interiores, sobre todo por la transmisión por gotículas y aerosoles, y aunque era más cuestionada en exteriores, se impuso el criterio práctico: para evitar confusión entre la población, mejor que se use siempre. “La verdad cae por su propio peso y en exteriores, el riesgo es bajo, pero entonces se consideró que era una forma de proteger al emisor y al receptor”, apunta Toni Trilla, jefe de Medicina Preventiva del Hospital Clínic de Barcelona. El resto de medidas no farmacológicas han ido cambiando según la evolución epidemiológica, pero la mascarilla llegó para quedarse.
A medida que avanza la vacunación y cae la transmisión del virus, no obstante, salen cada vez más voces favorables a flexibilizar esta medida. Sobre todo, por la paradoja de que se ha extendido su uso en todos los espacios al aire libre, pero hay excepciones en algunos interiores, donde el riesgo es mayor. “Esta medida es absurda, pues obliga a llevar mascarillas en entornos de bajo o nulo riesgo, como el campo o las calles de nuestros pueblos y ciudades, mientras mantiene excepciones a su uso en entornos de riesgo probado, como interiores de centros de trabajo, donde personas no convivientes comparten el mismo espacio durante varias horas seguidas”, protestaba la Asociación Madrileña de Salud Pública en un comunicado. En este sentido, los bares también han estado en el punto de mira, sobre todo con los aforos de los interiores, pues son sitios de mayor riesgo de transmisión y donde la gente se quita las mascarillas con más facilidad con la justificación de comer o beber.
“Lo lógico es que para agosto no debiéramos tener la obligación de llevar mascarilla cuando haya distancia. Tenemos una tendencia decreciente de la incidencia acumulada y una curva vacunal creciente en calidad y cantidad: los mayores están cubiertos. Ahora es un poco pronto porque tenemos parte de los grupos de riesgo aún sin vacunar, pero es una cuestión de sentido común”, resuelve Rafael Ortí Lucas, presidente de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene. Más del 94% de las personas mayores de 60 años, el colectivo más vulnerable, ha recibido, al menos, una dosis de la vacuna y la incidencia acumulada en España ha descendido a niveles del pasado agosto.
El ECDC ya ha recomendado flexibilizar el uso de la mascarilla entre personas vacunadas e incluso, cuando individuos no inmunizados del mismo hogar o burbuja social se encuentran con personas vacunadas y no haya otros elementos de riesgo de enfermedad grave. Su homólogo estadounidense, el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), ha ido más allá y, después de anunciar el pasado marzo que los inmunizados podían reunirse entre ellos sin mascarilla, el 13 de mayo dio luz verde a que todas las personas vacunadas puedan prescindir de la mascarilla, tanto en exteriores como en interiores.
España mira a ese escenario, pero aún dubitativa. “No hay plazos marcados. Hay que ser prudentes todavía y mantener las medidas de prevención y seguridad”, explicó una vocera de Sanidad a propósito de la flexibilización del uso de las mascarillas. El director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, llegó a decir la semana pasada que es “muy posible” que se relaje el uso de mascarillas en exteriores “en no muchos días”, aunque este lunes también recordó el escollo jurídico para flexibilizar la utilización del cubrebocas: hay una normativa estatal que obliga a usar mascarillas en la vía pública, en espacios al aire libre y en espacios cerrados de uso público o que se encuentren abiertos al público, así como en los transportes. Y hacer modificaciones en una ley “no es tan fácil”, dijo.
Precisamente, esa norma, que contemplaba las medidas de la desescalada y resultó un poco desfasada cuando se publicó en marzo, provocó el rechazo de varios gobiernos regionales debido a la literalidad de la ley (imponía el uso del cubrebocas en exteriores incluso estando solos). Sanidad tuvo que intervenir y proponer a las comunidades una revisión de la norma para encajar que la mascarilla no sea obligatoria para estar en la playa pero sí durante los paseos, por ejemplo.
Con todo, mientras las autoridades sanitarias deciden el futuro de los cubrebocas en España, el protocolo del gobierno para el próximo curso escolar contempla el uso de la mascarilla obligatoria a partir de los seis años. La medida, no obstante, ya ha sido cuestionada por Cataluña, por ejemplo, que en su guía para el próximo curso deja abierta la puerta a que, dentro de los grupos burbuja, los niños de primero a sexto de primaria, no usen mascarilla si la situación epidemiológica es favorable. “Veo más razonable la posición catalana. Es posible que haya un exceso de prudencia por parte del Gobierno. Creo que el concepto de burbuja estable es más manejable”, apunta Trilla.
Medida prematura
La vacunación juega a favor del fin de la mascarilla: protege al que ha recibido el pinchazo y reduce, además, el riesgo de transmisión a otras personas, con lo que ayuda a reducir la circulación del virus. Pero el ritmo de vacunación, tercian algunos expertos, es insuficiente para relajar el uso del tapabocas.
“No es un debate razonable en este momento. Es más que prematuro y puede resultar irresponsable. No debemos siquiera contemplarlo cuando la incidencia es todavía muy alta en buena parte de España y la población vacunada con pauta completa es aún muy reducida”, apunta Daniel López-Acuña, exdirector de Emergencias de la Organización Mundial de la Salud. Y recuerda que, aunque el riesgo de transmisión es menor, una persona vacunada puede infectarse e infectar. Coincide Alberto Infante, profesor emérito de la Escuela Nacional de Sanidad: “Por un principio de precaución y prudencia, yo sería partidario de que la mascarilla fuese la última medida no farmacológica en desescalar. Es verdad que a medida que avanza la vacunación, la justificación de no llevar mascarilla en lugares abiertos no aglomerados decae mucho. Pero deberíamos estar en transmisiones bajas y sustanciales niveles de vacunación”, apunta.
Los expertos no se ponen de acuerdo sobre el momento adecuado para empezar a flexibilizar la norma. Si bien Simón sugirió, al menos, estar con una incidencia de riesgo medio (menos de 150 casos por 100.000), López-Acuña va más allá. “Desde mi punto de vista solo podremos empezar a considerar dejar de usar la mascarilla cuando la incidencia acumulada sea menor de 25 por 100.000 y se haya vacunado al 70% de la población con dos dosis”, señala. El epidemiólogo apunta, “como pronto, en septiembre”.
“Y pienso que en hospitales, el transporte público y las residencias de ancianos habrá que seguir con ella”, agrega. Trilla, por su parte, estima que “en junio, o julio, es posible que se relaje su uso en exteriores”, pero coincide con López-Acuña, vendrá para quedarse en algunos ámbitos: “Estaría bien seguir con ella en los hospitales, los pacientes de urgencias, en el transporte público… Pero no por el coronavirus solo, sino también por otros virus respiratorios”.
Los más reticentes temen que la población perciba un mensaje equivocado si se flexibiliza el uso de la mascarilla: “Si lo hacemos ahora, mandamos el mensaje de que esto ha terminado y no es así”, señala Infante.
El País, SL
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