Hace cien años moría el canciller Otto von Bismarck
Figura clave de la Europa del siglo XIX, el "canciller de hierro" es considerado el forjador de la unidad alemana
HAMBURGO (DPA).- Alemania conmemoró ayer el centenario de la muerte del primer canciller alemán, Otto von Bismarck, cuyo mayor mérito fue haber logrado la unidad alemana en 1871 tras derrotar a los franceses en la guerra franco-prusiana.
Los actos oficiales tuvieron lugar en Sajonia, donde nació, y en el mausoleo que guarda sus restos, a pocos kilómetros de Hamburgo.
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En el majestuoso Bosque de Sajonia, un frondoso regalo de 6000 hectáreas con el que Guillermo I premió en 1871 al estadista que acababa de forjar para Prusia el II Imperio Alemán, yacen, a una veintena de kilómetros de Hamburgo, en la cripta de un sencillo mausoleo, los restos de Otto von Bismarck, figura clave de la historia europea del siglo XIX.
Controvertido como pocos, admirado y odiado aun después de su muerte, Bismarck es para la Alemania de hoy una borrosa figura mítica, semiperdida en la historia y sin embargo omnipresente en las innumerables estatuas del "canciller de hierro" que parecen montar guardia por todo el país.
Ayer se cumplieron 100 años de la muerte de aquel aristócrata rural, perseguidor de católicos y socialistas, cuya ambición constante fue lograr la unión de los territorios alemanes mediante una política de guerras y alianzas encaminada a neutralizar a las otras potencias europeas, desde Francia hasta la Rusia de los zares, y estructurar el equilibrio continental en torno de un sólido pilar central que no podía ser otro que Alemania.
Llamado en 1862 por Guillermo I para gobernar Prusia, Bismarck fue elegido en 1867 canciller de la Confederación de la Alemania del Norte, que él había contribuido a fraguar reagrupando los Estados alemanes al norte del río Meno tras sendas guerras contra Dinamarca y Austria.
Nacido en 1815, Bismarck estudió leyes en Berlín, donde llegó a miembro del Parlamento prusiano en 1847. Aquel mismo año fue enviado como delegado de Prusia a Francfort, donde sería testigo de la formidable agitación revolucionaria que sacudió a Europa en 1848/49. Embajador de Prusia en San Petersburgo desde 1959, abandonó Rusia en 1862 para ser embajador en París. Especialmente dotado para los idiomas, aprovechó su etapa diplomática para aprender ruso y francés.
El ocaso de Austria
En 1864 prusianos y austríacos hicieron la guerra a Dinamarca, que perdió los ducados de Schleswig y Holstein, colocados luego bajo administración colectiva de ambas potencias. Pero Bismarck, deseoso de anexar el territorio, buscó el conflicto con Austria. La derrota de 1866 expulsó del escenario alemán a Austria, que perdió su posición de privilegio en Europa. Una querella diplomática sobre el trono de España sirvió de pretexto a Bismarck para hacer en 1870 la guerra a Francia, que perdió Alsacia y Lorena en 1871.
El entusiasmo por la victoria permitió la unión de los Estados del sur de Alemania, entre ellos Baviera, a la Confederación de la Alemania del Norte, y la fundación del Imperio. Bismarck saboreó el triunfo haciendo proclamar emperador a Guillermo I en el Palacio de Versalles, la antaño fastuosa corte de los reyes de Francia.
Tras las contiendas, Bismarck se erigiría en garante, durante dos decenios, de la "pax germánica", que perduró en Europa hasta la Primera Guerra Mundial, en 1914.
Ya consolidada Alemania en el exterior, Bismarck declaró la guerra interior a los sectores que a su juicio amenazaban la unidad del Imperio: los católicos, sospechosos de ser sensibles a los requerimientos de Austria, y los socialistas, que reclamaban mejores condiciones sociales de obreros y campesinos.
Como diría un siglo más tarde el canciller Konrad Adenauer, Bismarck fue "un político exterior muy grande y un político interior muy malo".
Su ofensiva contra los católicos comenzó con una ley de 1871, que amenazaba con la cárcel a quienes virtieran desde el púlpito críticas al gobierno, siguió con la prohibición de los jesuitas y culminó en 1875 con la expulsión de Prusia de todas las congregaciones religiosas.
A esta embestida, los obispos se limitaron a oponer resistencia pasiva. Llegaron a producirse detenciones de obispos, pero la Iglesia no cedió y a partir de 1879 Bismarck cambió de postura, porque pensaba que le convenía más un acuerdo con la Santa Sede. El concordato no llegó, pero las disposiciones represivas fueron cayendo en desuso y en 1886 ya habían perdido vigor.
En su combate contra los socialistas, Bismarck dispuso, en 1876, la proscripción de los grupos "hostiles al Estado", las manifestaciones sin autorización policial y la publicación de diarios socialistas y comunistas.
Bismarck, convencido de que cualquier movimiento democrático minaba los cimientos del Estado, era consciente, sin embargo, de la necesidad de mejorar la suerte de los trabajadores, para que no se rebelasen contra el poder. Y a partir de 1883 fueron creados sistemas de seguro de enfermedad, de accidentes y de vejez. En 1892, dos años después del final de la "era Bismarck", Alemania tenía una legislación social muy avanzada en comparación con los demás países.
El retiro
En 1890, dos años después de la ascensión al trono de Guillermo II (sucesor del enfermo Federico III, que heredó la corona a la muerte de Guillermo I, pero sólo reinó 99 días), el "canciller de hierro" fue licenciado por el joven emperador, cansado de la obstinación del viejo Bismarck.
Bismarck, amargado a pesar de haber sido distinguido con el título de príncipe, se retiró a su palacio de Friedrichsruh, en el Bosque de Sajonia, y allí permaneció hasta su muerte, el 30 de julio de 1898, dedicado a escribir sus memorias y dar largos paseos con su perro.
La lucha de Bismarck contra católicos y socialistas fue un fracaso histórico, puesto que "en las últimas elecciones del Imperio, en 1912, los socialistas y el Zentrum (el centro católico) serían los partidos más importantes, con el 34,8 y el 16,4 por ciento, respectivamente, de los sufragios.
El ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, profundo conocedor de la historia de su Europa natal y de Alemania en particular, considera a Bismarck la figura posiblemente más controvertida del siglo XIX.
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