Elecciones en Estados Unidos: ¿Habrá ganador hoy? Los cuatro escenarios posibles
Para ser el país más poderoso del mundo y unas de las democracias más sólidas de la historia, Estados Unidos tiene un sistema electoral bastante rebuscado, frágil e imprevisible. Llegó el día de las elecciones y nadie se anima a confirmar si esta noche los norteamericanos conocerán si el republicano Donald Trump es reelegido o si el demócrata Joe Biden se convierte en presidente.
El escepticismo sobre las encuestas, el recuerdo de la sorpresa de 2016, la polarización total y la radicalización de los extremos de cada partido ensombrecen la perspectiva de un resultado transparente. El protagonismo del voto anticipado, que ya superaron los 100 millones de sufragios, agrega más confusión: cada estado tiene sus propias regulaciones y deadlines para contarlos.
El resultado de esa peligrosa fórmula puede ser una demora que erosione significativamente los pilares de la democracia norteamericana y dañe más su imagen global y, en definitiva, su poder en momentos en que China comienza a eclipsar la influencia de Estados Unidos.
En esta campaña, la mitad de los norteamericanos cree que pasarán varios días y hasta semanas hasta que se sepa el nombre del ganador, de acuerdo con un sondeo del mes pasado de Reuters/Ipsos. Una proporción similar incluso piensa que el fraude puede ser masivo y el 51% estima que la increíble cantidad de sufragios anticipados facilitará esa trampa.
Esa desconfianza en el sistema tiene un aliado, el propio Trump. El presidente insiste, desde hace meses, en que el voto por correo es una garantía de fraudes y advierte, una y otra vez, que no reconocerá los resultados. Los demócratas, por su lado, no están dispuestos a permitir que el recuento de votos y la Justicia les arrebate otra vez la presidencia, como sienten que le sucedió en 2000 a Al Gore.
Ese año la parejísima elección se decidió por los 537 votos de ventaja que obtuvo George W. Bush tras un tortuoso conteo en Florida, que duró unos 20 días. La batalla pasó de allí a la Corte Suprema que recién 16 días después, el 12 de diciembre, convalidó la victoria republicana.
¿Será 2020 una remake de 2000? Hay, por lo menos, cuatro respuestas posibles, condicionadas por la dimensión de la ventaja de uno u otro candidato y por el momento en que esa diferencia se conozca.
1. Las encuestas tienen razón.
Sería el más directo y rápido de los resultados. Desde hace meses, el promedio de los sondeos nacionales muestra una ventaja sistemática de Biden que fluctuó entre los 7 y 12 puntos y hoy está en alrededor de 9. Traducido a la realidad el 3 de noviembre a la noche, con un conteo de votos dinámico, eso indicaría que Biden se llevaría mucho más del 50% del voto popular, una de las victorias tan abultada y evidente que sería difícil de cuestionar. Para darle apoyo a los números de las encuestas también está la radiografía del enorme caudal de votos anticipados: el 47% de esos más de 80 millones de sufragios corresponde a demócratas; el 30, a republicanos y el 22,7 a independientes.
Pero ese triunfo no le sería suficiente para suceder a Trump; los comicios se definen en el Colegio electoral y lo que importa, para convertirse en presidente, es llegar a los 270 electores. Para eso necesita mantener los estados tradicionalmente demócratas y ganar en algunos otros que le dieron la espalda a Hillary Clinton en 2016, por apenas 70.000 votos en total. El camino más directo a la Casa Blanca está en esos tres estados, Wisconsin, Michigan y Pensilvania. El promedio de sondeos estaduales habla también de una ventaja de Biden: 8,4 puntos, 7,9 y 4,7, respectivamente, de acuerdo con el sitio FiveThirtyEight.
Las encuestas indican que el exvicepresidente lleva la delantera en varios otros estados decisivos, inclusive la todopoderosa Florida, que otorga 29 votos en el Colegio Electoral. De cumplirse todos esos pronósticos, sin variaciones, Biden obtendría 357 electores, un número contundente que le permitiría al candidato demócrata obtener un mandato rápido, lleno de legitimidad y poco cuestionable.
2. Las encuestas NO tienen razón
El escenario de sondeos acertados sería el ideal para los demócratas. Pero las encuestas fallan y ellos no quieren ni ilusionarse porque aún sufren del estrés postraumático que les ocasionó la sorprendente victoria de Trump sobre Hillary Cllinton. El presidente y su partido esperan infligir ese dolor nuevamente a la oposición. Tienen una estrategia que -confían- será exitosa hoy mismo; ese plan no apunta a contradecir en sí a los sondeos sino más bien a dejar en evidencia que son incompletos.
Las consultoras más grandes aseguran que ya repararon el error que llevó a sus sondeos a fallar en 2016: la falta de ponderación de los votantes por nivel educativo, lo que dejó fuera de los sondeos a miles de seguidores de Trump sin títulos universitarios. Sin embargo, el Partido Republicano está convencido de que hay aún cientos de miles de fanáticos del presidente, fundamentalmente en zonas rurales, que no se acercaron a las urnas ni hace cuatro años ni antes. Cree que hoy están ausentes del mapa político pero que, empadronados y movilizados por la agenda ultraconservadora de Trump, sí sufragarán este año.
La apuesta oficialista era que ese "grupo invisible" inundara de votos a Florida y Pensilvania. De esa forma, con el sufragio presencial, el Partido Republicano contrapesaría la fuerte ventaja demócrata en el voto anticipado y se garantizaría los dos estados sin los cuales le resultaría imposible ganar el Colegio Electoral. A esa fórmula le agregaría los estados tradicionalmente rojos y algún otro en donde las encuestas están ajustadas, como Arizona. Así el presidente alcanzaría los 270 electores.
El plan republicano implica jugar sobre el margen de error de las encuestas: en la mayoría de los estados decisivos, Biden lleva la delantera, pero su ventaja cae dentro del margen de error.
Se trata de un empate estadístico, que no descarta la victoria de Trump... pero tampoco un triunfo demócrata mayor aún al que indican los números más visibles de los sondeos. Algunos expertos en sondeos insisten en que ese escenario no es alocado.
3. El perdedor no reconoce al ganador
El plan republicano de inundar las urnas hoy mismo con votantes primerizos también apuntaba a que los primeros resultados de la noche señalen una ventaja del presidente. Si bien los demócratas encabezaron hasta ahora la votación anticipada, el oficialismo prometía "adueñarse" del sufragio presencial.
Esos votos son más fáciles de contar que los que llegan por correo, que hasta ahora representan el 65% del sufragio anticipado. El procesamiento de las boletas por correo comprende varios pasos, desde el chequeo de las estampillas y las direcciones postales hasta el desensobrado y el control de la papeleta electoral. No todos los estados tienen las mismas reglas para procesarlas y contarlas: algunos como Florida y Arizona pueden empezar a hacerlo antes de que cierren las urnas; otros, como Pensilvania o Minesota, tienen que esperar a que termine la votación.
El conteo de los votos tomará, entonces, bastante más tiempo que en unos comicios normales, menos condicionados por la pandemia, la polarización y los antecedentes electorales. Esa demora habilitará en ambos partidos estrategias que van más allá de la campaña electoral y apuntan ya a la batalla legal.
La más visible de esas estrategias es la de Trump, que, a lo largo de los últimos meses, se negó a confirmar que aceptará los resultados, aun si gana Biden. Con un ejército de abogados, la oposición demócrata está en alerta ante lo que los especialistas ya llaman "el espejismo rojo" (red mirage).
¿En qué consiste ese plan? En que Trump cante victoria con los primeros resultados -si lo benefician- y después se dedique a denunciar fraude, sobre todo si el conteo del voto por correo favorece a los demócratas. La segunda fase de ese plan republicano sería judicializar la disputa electoral hasta que desemboque en la Corte Suprema, hoy dominada por magistrados conservadores, todavía más desde la nominación de la flamante jueza Amy Coney Barrett. El Partido Republicano confía en que esa mayoría podría garantizarle a Trump la reelección.
Por su parte, los demócratas también alistan una serie de denuncias en caso de que los resultados contradigan a las encuestas y una victoria de Trump sea ajustada como en 2016. La oposición se concentrará en lo que cree es una campaña sistemática de los republicanos para "suprimir el voto". Esa supresión buscaría desalentar, obstaculizar o directamente impedir el sufragio, en especial de las minorías afroamericanas, hispanas y nativas, más asociadas con los demócratas que con los republicanos.
De llegar a la Corte Suprema, la estrategia demócrata cuenta con menos chances que el plan republicano, pero sí le serviría a la oposición para diezmar la legitimidad de un segundo mandato de Trump.
4. El escrutinio se demora, pero es respetado por los partidos
Las estrategias de denuncia de republicanos y demócratas involucran un escenario que desvela a muchos norteamericanos y les hace temer por la salud de su democracia. Como 1968, este año ya entró en los anales de la historia norteamericana como uno de los de mayor combustión social. La negativa a aceptar los resultados, por parte de Biden o Trump, podría ser la chispa que termine de incendiar el Estados Unidos de 2020, ya agobiado por la pandemia, la recesión y la tensión racial.
Sin embargo, el temor precisamente a ese escenario podría actuar como un cortafuego que comprometa a los partidos a esperar y aceptar los resultados. No son pocas las voces que llaman a la paz social y a esperar los resultados como en 2000. En ese momento de incertidumbre sobre el resultado, la tensión política era de alto voltaje y condicionó a los partidos en los años siguientes. Pero las calles norteamericanas no se sublevaron.
Si la votación es muy ajustada y Pensilvania es efectivamente -como prevén los especialistas- el estado que decide el próximo presidente, el nombre podría saberse en varios días y hasta semanas. El deadline para los votos por correo es, en ese estado, el viernes 6 de noviembre y tabular hasta el último sufragio transparentemente llevaría días. El desafío de Estados Unidos será esperarlo en calma.
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