La autora Maryluz Vallejo hizo referencia a una serie de casos de extranjeros que fueron expulsados en dicho país
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La xenofobia siempre fue un problema en Colombia. Eso asegura la autora Maryluz Vallejo en su nuevo libro Xenofobia al rojo vivo en Colombia (Planeta, 2022), un ensayo que incluye decenas de casos de extranjeros que fueron perseguidos y expulsados del país sudamericano en el siglo XX.
Para la escritora periodista y académica paisa, su obra pone en evidencia que la idea común de que Colombia es un país acogedor con los inmigrantes no es más que un mito.
Tras el éxito de Plomo herido en 2016, una crónica que muestra las relaciones promiscuas entre el periodismo y la política entre 1880 y 1980, Vallejo vuelve al mundo editorial con una exhausta investigación de un año en el que recopiló y estudió más de 120 casos de xenofobia en su país. Pero, ¿la llegada de millones de venezolanos a Colombia no es una muestra de que el país se volvió menos xenofóbico? Sí y no.
En entrevista con BBC Mundo, Maryluz Vallejo habla con detalles de su investigación y de los patrones que siguieron las autoridades para expulsar a extranjeros “indeseables” durante el siglo pasado. BBC Mundo habló con ella en el marco de HAY Festival Cartagena, que se celebra entre el 20 y el 22 de enero en esa ciudad colombiana.
—¿Qué te incitó a investigar sobre la xenofobia en Colombia?
—El tema me lo propuso el periodista Daniel Samper Pizano en 2021, cuando se presentaron varios casos de persecución a extranjeros, en particular a un argentino defensor de derechos humanos a quien le negaron la visa para entrar a Colombia.
Empecé a investigar y me di cuenta de que las expulsiones arbitrarias de extranjeros en Colombia han sido una tradición, no han sido casos fortuitos ni aislados.
Propuse investigar desde los años 1920, cuando empezaron los movimientos de izquierda y las huelgas, cuando se creó el Partido Socialista Revolucionario, que luego daría paso al Partido Comunista Colombiano. De allí vienen la mayoría de las expulsiones.
—En tu libro se califica como un mito y una suposición creer que los colombianos acogen con generosidad a los refugiados. ¿Por qué decís que es un mito?
—Colombia fue quizá el país latinoamericano menos abierto a las migraciones en el siglo XX.
El momento actual es diferente, porque Colombia ha acogido a más de 2 millones de venezolanos en los últimos años. Pero en el siglo XX, los judíos perseguidos por el nazismo también fueron perseguidos aquí. Lo mismo pasó con los chilenos perseguidos por la dictadura de Pinochet y los españoles que escaparon del franquismo.
Colombia les abrió las puertas a muchos extranjeros, pero fue más una puerta entreabierta, en comparación a la recibida más generosa que tuvieron en países vecinos como Venezuela, Argentina y México, países que los acogieron y donde tuvieron oportunidades laborales y no les amargaron la vida.
Aquí, en cambio, las cuotas de inmigración eran muy limitadas y no les daban ninguna posibilidad de tener una vida digna y tranquila. El discurso de que Colombia era muy hospitalaria se repetía, pero las leyes migratorias siempre fueron hostiles con los extranjeros.
—¿No creés que eso cambió un poco? En el siglo pasado los extranjeros eran expulsados por no tener suficientes medios de subsistencia, ese ya no es el caso.
—Claro. En este milenio cambió. Está el ejemplo de los venezolanos. El Gobierno de Iván Duque formalizó el estatus de miles de venezolanos que llegaron en los últimos años. Pero no fuimos muy generosos con ellos ni se los ayudó a insertarlos en la sociedad ni al campo laboral. La mayoría trabaja en la economía informal.
—En varios de los casos que presentás, mostrás que a muchos inmigrantes les hicieron la vida imposible en Colombia, ¿qué posibilidades tiene un venezolano de tener una vida digna y tranquila en tu país actualmente?
—Es complicado porque los primeros que migraron lograron tener un estatus social profesional, pero las últimas oleadas son de gente que también trabajaba en la economía informal en Venezuela y aquí les ha costado mucho trabajo sobrevivir.
A los venezolanos se les ha dado lo básico: educación y salud y acceso a los servicios, pero el Gobierno no estaba preparado para acoger una inmigración tan desbordante.
—En tu libro das cuenta del maltrato que recibieron muchos extranjeros en Colombia, sobre todo durante el siglo pasado, cuando se perseguía y expulsaba a personas acusadas de ser comunistas o espías. ¿En qué se diferencia la Colombia actual de aquella en términos de xenofobia?
—Recientemente, salieron a la luz reportes sobre la persecución que había por parte de los gobiernos de Juan Manuel Santos y de Duque a diplomáticos cubanos, venezolanos y rusos. Eso suena fuera de lugar en esta época que todavía se estén buscando espías debajo de las piedras. Pero en el siglo XX fue mucho más común por el anticomunismo reinante.
—Durante tu investigación para el libro, revisaste más de 120 casos de inmigrantes y refugiados en Colombia que fueron perseguidos, ¿qué similitudes encontraste en la mayoría de los casos?
—El patrón de expulsión es muy similar. Casi siempre se expulsan a extranjeros de manera muy arbitraria y con causas muy genéricas y subjetivas, se los tacha de indeseables en el país o defensores de ideologías dañinas.
Y frecuentemente las órdenes de expulsión eran emitidas desde las autoridades policiacas, que generalmente eran las más analfabetas, al menos a comienzos del siglo XX. Se basaban en rumores y sin tener pruebas. Con esos fundamentos no se habría podido juzgar a ningún nacional.
Los perseguían por ideas políticas, sobre todo si eran de izquierda y defensores del comunismo, sindicalistas o académicos con un pensamiento de izquierda.
—¿De dónde viene la desconfianza colombiana hacia el extranjero?
—Yo la atribuyo en gran parte a ese pensamiento conservador y a la mentalidad colombiana de tenerle miedo al otro. Además, la derecha colombiana propagó ideas a partir de los años 30 de que los extranjeros venían a tomar los trabajos de los colombianos y con otros cultos o ideologías.
También había un miedo hacia las “mezclas peligrosas” porque había un culto a la raza más pura y a no mezclarla, a menos que fuera con europeos.
—¿No debería haber más empatía y comprensión en un país del que tradicionalmente salieron muchos inmigrantes hacia decenas de naciones en todo el mundo?
—Totalmente. Por eso los colombianos deberíamos tener una mentalidad más abierta y más empática con el extranjero, pero eso es una ilusión. La herencia que nos dejó la colonia española fue evitar el contacto con los extranjeros y aún persiste en cierta forma.
—¿Qué opinión tenés de la política migratoria colombiana actual?
—Ya está estandarizada con las legislaciones internacionales y ya no existen esas cuotas tan miserables de solo aceptar un cierto número de ciudadanos de distintas nacionalidades.
Pero también todavía depende de la voluntad política de los funcionarios de ser flexibles y aprobar visas a extranjeros.
—En 1823, se dictó la primera ley de inmigración de la Gran Colombia, que discriminaba entre los extranjeros “útiles y laboriosos” y el resto, presuntamente no tan útiles para la sociedad. ¿Crees que esta filosofía se aplica actualmente, especialmente con los venezolanos?
—No, yo creo que ya no. La mayoría de los que han entrado últimamente lo ha hecho sin papeles, ya no es posible tener ese control. Ahora se les da el permiso a todos. Ya no hay esa discriminación entre útiles e inútiles.
—Eso es administrativamente, pero ¿crees que la población colombiana ya no diferencia entre los inmigrantes “útiles” y el resto?
—Claro, siempre ha existido ese sentimiento de xenofobia, que se mantiene. En Colombia se considera que los extranjeros útiles son aquellos con títulos universitarios o dinero.
El resto son ociosos, dañinos y muchos más calificativos estigmatizantes que todavía se emplean. En Colombia todavía hay un gran rechazo al extranjero que no logra reinsertarse en la sociedad.
Siempre habrá esa discriminación en Colombia. En Colombia se discrimina entre los inmigrantes que llegan con una mano adelante y una atrás y otros que llegan con recursos.
—De las decenas de casos que incluís en tu libro, ¿cuál te sorprendió más?
—La mujer en la portada del libro es una monja austriaca que llegó a Colombia a comienzos de los 1950 y vivió en Colombia hasta su muerte, en los 2000, se llamaba Herlinda Moisés.
Pasó toda su vida en un corregimiento en Bolívar, cerca de Cartagena. Hizo mucha labor por los pobres y por su comunidad. En los años 70, cuando hubo mucha persecución hacia aquellos que se consideraran cercanos a los movimientos guerrilleros, las autoridades la vincularon con el ELN. La tacharon de ser agente auxiliar del ELN y estuvo presa varios meses.
Cuando intentó pedir la ciudadanía colombiana en los 80 se la negaron porque la acusaron de ser una agente. Realmente era una monja que trabajaba por los más pobres, recibió muchos premios y hasta propusieron beatificarla, pero en Colombia era considerada una guerrillera
—¿Se la consideró así por error o por xenofobia?
—Es un ejemplo de cuando se cruza la xenofobia con la fobia al comunismo. En los 70, los religiosos más progresistas, que ayudaban a los más pobres, se les vinculaba con los guerrilleros. Ella fue víctima de esa estigmatización. *Por Norberto Paredes
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