Guerra Rusia-Ucrania: Vladimir Putin redobla la apuesta al anunciar el lanzamiento del misil hipersónico Kinjal
El misil es casi imposible de detectar y habría destruido un depósito subterráneo de armas en Deliatin, a solo 50 kilómetros de la frontera con Rumania, país miembro de la OTAN
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LVIV.- Como si ya no hubiera altísima tensión en el mundo ante una invasión en el corazón de Europa que ha generado una catástrofe humanitaria y una masacre de civiles que no se veían desde la Segunda Guerra Mundial, Vladimir Putin redobló la apuesta este sábado.
En un nuevo desafío a Occidente y elevando aún más el nerviosismo a flor de piel que reina en el oeste de Ucrania, Putin anunció que por primera vez fue lanzado aquí un misil hipersónico a tan sólo 100 kilómetros de la frontera con la OTAN.
El ministerio ruso de Defensa, en efecto, aseguró haber usado por primera vez el denominado misil hipersónico Kinjal (puñal) para destruir un depósito subterráneo de armas en la localidad de Deliatin, en la región de Ivano-Frankivsk. Una zona que queda a unos 150 kilómetros al sur de Lviv y a unos 50 de la frontera con Rumania, país miembro de la OTAN.
Como se trata de un arma muy nueva, considerada por Putin “invencible”, casi imposible de detectar por los sistemas de defensa antiaérea, que tiene una velocidad diez veces superior a la del sonido y un alcance de 2000 kilómetros, el anuncio de su lanzamiento por primera vez en Ucrania fue considerado otro claro mensaje político del “zar del siglo XXI”.
¿Cuál? Que está dispuesto a todo y que los rusos están listos a emplear cualquier medio “no común” de su arsenal, como este misil hipersónico balístico jamás utilizado y que puede ser dotado de una carga nuclear. El uso del Kinjal, según analistas, también significa que Rusia evita seguir exponiendo aviones caza (habría perdido hasta ahora 95, según fuentes ucranianas), prefiriendo utilizar un arma cuya característica principal, más allá de la rapidez, es que es muy difícil de interceptar.
Un vocero del Comando de la Aeronáutica Militar de las Fuerzas Armadas de Ucrania, Yuriy Ignat, si bien confirmó un ataque con misiles en la región de Ivano-Frankivsk, destacó que “no podía confirmar” el uso de misiles hipersónicos.
Para intentar confirmar la noticia, LA NACION se comunicó con una persona que vive en la localidad donde supuestamente habría impactado el misil, Deliatin, que aseguró no haber oído ninguna explosión. Algo extraño, sobre todo si, como indicó la cartera de Defensa rusa, el misil hipersónico realmente destruyó un depósito subterráneo lleno de misiles y municiones de la aviación ucraniana.
“Eso es fake news”, dijo a LA NACION, por otro lado, un militar de alto rango ucraniano que pidió el anonimato, que al ver las imágenes que la cartera de Defensa rusa mostró en redes sociales del supuesto ataque, también notó otro punto extraño: la presencia de nieve en el terreno. “Hablé con personas de Deliatin que me dijeron que no hay nieve”, indicó. “Son fake news”, insistió.
Cambiar la narrativa
Lo cierto es que hay quien piensa que el anuncio del lanzamiento del temible misil hipersónico Kinjal también tuvo que ver con un intento de Rusia de cambiar la narrativa, vista la mala performance que hasta ahora, según expertos, caracterizó la invasión rusa.
El Ministerio de Defensa británico, en efecto, en un informe subrayó que las tropas rusas han fallado en alcanzar sus objetivos originales y remarcó que han sido sorprendidas por la escala y la “ferocidad” de la resistencia ucraniana en varios frentes.
Confirmando esto último, las fuerzas armadas ucranianas aseguraron que en medio de los bombardeos murió el teniente general ruso Andry Mordvichev, que se convirtió en el quinto general del Kremlin que pierde la vida en la guerra. Según versiones del Ministerio del Interior del gobierno de Volodimir Zelensky, ni siquiera durante la Segunda Guerra Mundial la Unión Soviética llegó a perder a tantos generales en solo tres semanas de conflicto.
Para el gobierno británico el despliegue en el terreno de los soldados de Kiev obligó a Putin a cambiar su aproximación operacional y a buscar una estrategia de desgaste. “Esto implica el uso indiscriminado de ataques, lo que ha provocado un gran número de víctimas civiles, la destrucción de cientos de edificios y viviendas, e intensificar la crisis humanitaria”. En otras palabras, Putin optó, al menos en el frente sur, por la clásica estrategia de “tierra arrasada” ya empleada en Grozny, Chechenia, y en Aleppo, Siria.
En efecto, la ciudad portuaria mártir de Mariupol, donde los combates habían llegado al centro y la situación humanitaria seguía siendo catastrófica, estaba a punto de caer. Allí también seguía irresuelto el misterio del teatro bombardeado el miércoles pasado: si bien 130 personas pudieron ser salvadas de las ruinas, aún parecía imposible completar los trabajos de rescate de las personas atrapadas en sus subterráneos debido a los feroces combates, que, según las autoridades, podían ser 1000.
En otra jornada de violencia, Ucrania admitió haber perdido “temporalmente” el acceso al Mar de Azov, a pesar de que Rusia controla de facto toda la costa desde principios de marzo y del atroz sitio a la estratégica Mariupol.
Además, el Ejército ruso aseguró haber logrado entrar y combatir en el centro de la ciudad junto a tropas de la “república” separatista de Donetsk. Una gran fábrica de acero en las afueras de la ciudad estaba siendo destruida, denunciaron autoridades locales.
La caída de Mariupol significaría que Crimea, que los rusos anexaron en 2014, quedaría unida a los territorios del llamado Donbass, controlados por los separatistas con apoyo de Moscú en el sudeste. Algo que significaría un inusual avance dentro de una campaña hasta ahora mucho peor que lo esperado, vista la superioridad bélica de Rusia.
Deportaciones
En otro reflejo de cómo están precipitando las cosas, miles de residentes de Mariupol fueron llevados a remotas ciudades de Rusia, “deportados como hicieron los nazis durante la Segunda Guerra Mundial”, denunció el alcalde Vadym Boichenko.
No lejos de allí, el gobernador de la región de Mykolaiv, también en el sur y estratégica para llegar a Odessa, otra ciudad portuaria en la mira de Rusia, por la noche se seguía trabajando para extraer las víctimas de un ataque ruso a una base militar, luego de un bombardeo que mató al menos a 40 marines, aunque se especulaba con que las víctimas podían ser incluso el doble.
Más allá del éxito ruso en el frente sur, en el frente norte y especialmente de Kiev el panorama seguía estancado, sin grandes avances, pese al sitio.
En medio de este panorama dramático, el gobierno turco seguía apostando a la diplomacia e intentando organizar una improbable reunión entre los dos enemigos en pugna: Putin y su homólogo ucraniano, Volodimir Zelensky. Si bien Zelensky en un enésimo video filmado ante el Palacio Presidencial de Kiev aseguró que era “hora de hablar” con su contraparte rusa, Putin, que lo tildó de “títere de Occidente” y que más de una vez rechazó contestarle el teléfono, volvió a ningunearlo. E hizo saber que aún no estaban dadas las condiciones.
Mientras la ONU calculó que hasta ahora murieron al menos 847 civiles y 1399 habían resultado heridos -aunque se cree que los números verdaderos son mucho más espantosos-, la agencia de Migración del mismo organismo estimó que la invasión rusa de Ucrania, que nadie sabe cuándo terminará, ha provocado casi 6,5 millones de desplazados internos, que se suman a los 3,2 millones que han abandonado el país.
Fiel reflejo de cómo esta guerra absurda en el corazón de Europa trastocó todo, la Organización Internacional para la Migración (OIM) estimó que Ucrania se acerca rápidamente en tres semanas a los niveles de desplazamiento de la devastadora guerra de Siria, donde 13 millones de personas se vieron obligadas a dejar sus hogares.
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