Guerra Rusia-Ucrania: un viaje del terror, una perra italiana y pecheras flúo, historias de la última escala de los ucranianos antes de huir
Ya son 2,5 millones los ucranianos que debieron dejar sus hogares huyendo de los bombardeos y en busca de un remanso de paz en los países vecinos
LVIV.- Así como se intensifica la ofensiva rusa en el este y sur del país, también crece el éxodo de cientos de miles de ucranianos, flamantes refugiados que, según cifras de Naciones Unidas, superaron este sábado la dramática cifra de 2,5 millones.
Debido a cuestiones geográficas, la mayoría sigue huyendo a Polonia, donde actualmente se encuentran más de 1,5 millones de desplazados. Y es justamente ese país el destino de la marea humana formada por cientos de miles de mujeres de todas las edades, niños, ancianos, acompañados por sus mascotas, que puede verse en la estación central ferroviaria de Lviv.
Mientras la fila de refugiados avanza lentamente dentro de la estación -un edificio grandioso que recuerda a Retiro- hacia las vías del tren, como estos no dan abasto afuera se formó otra fila, en sentido contrario, donde la multitud avanza hacia decenas de ómnibus estacionados a unos trescientos metros. El destino es el mismo, Polonia. Todos lucen muy abrigados debido al frío, llevan bolsos, mochilas, valijas con ruedas, perros con correa o adentro de cuchas portátiles.
Aunque en el día 17 de guerra uno esperaría escenas de caos, lo más impactante es justamente lo contario: encontrar orden, organización y resiliencia. La marea humana no grita que odia a los rusos, no se queja por la escasez de trenes, las filas, las horas de espera, de pie, a la intemperie. Aunque se ven mujeres con lágrimas en los ojos, también hay quien logra sonreír. Claro, muchos de ellos han logrado salir de los cada vez más salvajes bombardeos rusos y, sin saberlo, celebran estar vivos.
Historias desde la estación
Es el caso de Viktoria, pelo corto, campera larga, mochila y bolso, que cuenta que logró llegar en tren esta mañana desde Dnipro, ciudad al sureste de Kiev que el viernes comenzó a ser bombardeada, junto a sus dos hijas, Nassia y Donara, y su nieto. Cuenta que el viaje fue de terror. En un tren que normalmente tiene cuchetas de a cuatro personas, viajaron el triple de personas, parados, uno arriba del otro. Lógico, cuando comenzaron a caer las bombas sobre la tercera ciudad más importante de Ucrania, que se levanta sobre el río homónimo y considerada estratégica para el reabastecimiento de las fuerzas ucranianas, todos salieron corriendo.
Su marido, como todos los varones de entre 19 y 60 años, se quedó “para combatir”. Como la gran mayoría que viaja hacia Polonia, que queda a solo 70 kilómetros, Viktoria, decoradora de interiores, no sabe dónde irá después. ¿Cómo se siente? “Mejor no me preguntes porque me pongo a llorar”, contesta, esforzándose para contener las lágrimas.
Más animada se nota otra mujer que también se llama Viktoria, gorro de lana gris, campera azul y mochila, que lleva en sus manos una perrita chihuahua. “La perrita es italiana, ella tiene documentos italianos, me la regaló una amiga de Italia, que es el país al que voy. Primero viajaré a Bologna y después a Nápoles”, cuenta Viktoria, que logró escaparse de la ciudad de Sumy, cercana a la frontera con Rusia, también castigada por las bombas rusas.
Consuela constatar que, en medio de la peor crisis de refugiados en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, la maquinaria de solidaridad internacional ha dicho presente y está funcionando. Hay decenas de voluntarios con pecheras fosforescentes y barbijos que dan indicaciones a la marea humana que aparece golpeada, enmudecida, pero no desesperada. Hay personal de la Cruz Roja con megáfonos que explica qué ómnibus está por salir, así como diversas carpas de asociaciones y ONG humanitarias que van desde los Caballeros de Malta hasta Cáritas, que dan atención médica, contención psicológica, un plato de comida. Incluso hay un joven del coloso de las comunicaciones Vodafone que reparte gratuitamente chips para celulares.
“Llegamos esta mañana desde Alemania con un camión con 40 toneladas de ayuda de emergencia para hospitales, comida, medicamentos, bolsas de dormir, sillas de ruedas para quienes necesiten y otros elementos de emergencia”, explica a LA NACION Jeremías, fraile capuchino que llegó esta mañana junto a un compañero desde Alemania y que habla perfecto español.
Mientras le está dando sopa caliente, té negro y bocadillos a los refugiados, fray Jeremías cuenta que conocía el tema de los refugiados desde cuando en 2015 llegó a Alemania una gran oleada de sirios y, recientemente, afganos. “Pero -reconoce- nunca he visto algo como esto, bajo una guerra... Nunca vi una cosa tan tremenda”.