Guerra Rusia-Ucrania: qué rol juega el único aliado europeo de Vladimir Putin
En los últimos dos años, el régimen bielorruso de Lukashenko se ha transformado en la retaguardia de Moscú, dejando en sus manos hasta su propia soberanía
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PARÍS.– Mientras las principales ciudades ucranianas se ven azotadas por un diluvio de bombas y misiles rusos en el sur y en el este del país, los tanques del Kremlin también entran por el norte, en un movimiento de tenaza destinado a asfixiar las defensas de Kiev. Esos tanques no vienen de Rusia, llegan por decenas de otro vecino de Ucrania, cada vez más sometido a Moscú: Bielorrusia.
Prevista para el domingo por la noche, la primera rueda de negociaciones ruso-ucranianas encontró algunas dificultades de organización. Volodimir Zelensky rechazó la propuesta inicial de un encuentro en Gomel, en territorio bielorruso, “de donde parten misiles y tanques rusos”. Después de varias propuestas, tras una conversación telefónica con su vecino, el dictador Alexander Lukashenko, el presidente ucraniano aceptó un encuentro en la frontera entre ambos países, a lo largo del río Prypiat.
Zelenski tuvo razón. En los últimos dos años, Minsk se ha transformado en la retaguardia de Moscú, dejando en sus manos hasta su propia soberanía. Para entender hasta qué punto Belarús es ya un Estado súbdito de Moscú, un video viralizado en Twitter muestra al tirano de Minsk mostrando con orgullo a los miembros de su Consejo de Seguridad en un mapa de Ucrania, donde cayeron los misiles rusos disparados desde territorio bielorruso.
Esa transformación se acaba de confirmar sobre el papel ya que, al frente de ese país de 9,3 millones de habitantes que dirige con mano de hierro desde hace 28 años, Lukashenko acaba de organizar para este domingo un referéndum constitucional, calificado de ilegítimo por la oposición y considerado como un intento de prolongar su permanencia en el poder.
Las enmiendas a la ley fundamental propuestas por el régimen son particularmente amenazadoras para la soberanía nacional. La consulta debería abrogar formalmente las cláusulas que garantizan la neutralidad de Bielorrusia, así como su obligación de permanecer libre de armas nucleares. Más concretamente, ese cambio de estatus permitiría al país el despliegue permanente de armas nucleares y de fuerzas armadas rusas.
En el plano diplomático, en todo caso, ese país de Europa del este depende cada vez más de su gran vecino ruso, con el cual comparte 950 kilómetros de frontera común. Desde hace tiempo, el jefe del Kremlin no duda en hacer lo que le parece con su “pequeño hermano” eslavo de 69 años. Prueba de ello, un despliegue masivo de tropas rusas en su territorio pocas semanas antes de la invasión de Ucrania: unos 30.000 soldados enviados por Moscú, que oficialmente participaban en maniobras militares y que, de esa forma, se instalaron a solo 200 kilómetros de la capital ucraniana.
Sin embargo, pocos dirigentes —fuera de la región báltica— reaccionaron al “problema bielorruso”. Emmanuel Macron recién llamó el sábado pasado a su homólogo de Minsk —apodado el “dictador más viejo de Europa”— para que “exigiera lo antes posible el retiro de las tropas rusas de su territorio”, según informó el palacio del Elíseo.
La decisión de acoger tropas rusas en Bielorrusia plantea un doble problema: no solo se trata de una violación de la soberanía de ese país, sino que también representa un desafío suplementario para la OTAN, cuyo objetivo es garantizar la seguridad de los países bálticos. Bielorrusia, en efecto, comparte frontera con tres miembros de la Alianza Atlántica (Letonia, Lituania y Polonia). Por su parte, el Kremlin ve en su vecino europeo un territorio ideal desde el cual ejercer su influencia, sirviéndole, al mismo tiempo, de tapón de protección frente a Occidente.
Sin embargo, la sumisión absoluta de Lukashenko al Kremlin no siempre existió. En julio de 2020, poco antes de las elecciones, Minsk anunció la detención de 32 “combatientes” rusos del grupo militar privado Wagner, organización armada y dirigida por el Kremlin, sospechados de haber preparado “actos terroristas” para desestabilizar el país.
“Si son ciudadanos rusos, y después de los interrogatorios así lo creo, es necesario dirigirse de inmediato a las instancias rusas para que expliquen qué sucede”, declaró entonces Lukashenko durante una reunión de urgencia de su Consejo de Seguridad.
Hasta entonces en apariencia cordiales, tanto para Rusia como para su vecino, los únicos motivos de tensión estaban ligados a contenciosos en el terreno energético. Más precisamente a la fiscalidad petrolera rusa, que siempre provocó una auténtica fragilidad en su vecino.
En realidad, eso no era todo. Según un estudio del instituto Chathan House, los vectores de vulnerabilidad —o de influencia rusa— superaron siempre ampliamente la cuestión energética. En la lista: la dependencia económica, la interconexión de las elites, la imbricación cultural, religiosa, militar, etc. Rusia es el principal socio comercial de Bielorrusia, con 50% de sus exportaciones y 60% de sus importaciones. También representa la totalidad de sus importaciones energéticas.
Posible “anexión”
Esa múltiple dependencia ha sido siempre utilizada como primer argumento para evocar, desde hace años, una posible “anexión” de Bielorrusia por Moscú.
Pero esa dominación se acentuó sensiblemente en 2020, tras las elecciones fraudulentas organizadas por Lukashenko, en el poder desde 1994, que provocaron una explosión popular. Acorralado por las masivas manifestaciones que reclamaban su renuncia, Lukashenko solicitó ayuda a su hermano mayor ruso.
“El Kremlin comenzó rápidamente a explotar la situación”, explica Cyrille Bret, profesor de geopolítica en Sciences-Po. Más debilitado que nunca en el terreno internacional, sancionado por su brutal represión popular, el tirano bielorruso debe hoy su permanencia en el poder a Vladimir Putin, que por fin lo convirtió en su marioneta.
En resumen: los sangrientos acontecimientos después de las elecciones de 2020 y las próximas modificaciones de su constitución reflejan la creciente dependencia de Lukashenko, después de años de haber resistido a la influencia de Putin. Diabólico estratega, obsesivo en la persecución de sus objetivos, el autócrata del Kremlin aprovechó la ocasión para devolver al espacio ruso ese país, independiente desde 1991.
La oposición bielorrusa, cuyos principales miembros se encuentran exiliados o en la cárcel, confirman esa amistad desequilibrada entre Misnk y Moscú. Svetlana Tikhanovskaïa, líder en exilio de la oposición después que su esposo fue uno de los primeros encarcelados tras las elecciones, estima que Lukashenko está dispuesto a sacrificar la soberanía de su país pues está “agradecido” por el apoyo del Kremlin durante aquellas manifestaciones.
“El pueblo bielorruso quiere ser amigo de nuestros vecinos. Pero nos negamos a ser el apéndice de otro país”, declaró esta semana durante un viaje relámpago a París.
Bielorrusia es “un Estado fagocitado por el Kremlin”, dirigido por un presidente “controlado con una correa extremadamente corta”, analiza Cyrille Bret.
Si bien la anexión de Bielorrusia a Rusia, proyecto acariciado desde hace años por el jefe del Kremlin, no parece estar en este momento en la agenda del Kremlin, la complicidad de Minsk en la guerra contra Ucrania marca una nueva etapa de su sumisión.
Pero Lukashenko ya es víctima de su propia traición: la presencia de soldados rusos en su territorio no solo profundizará aun más el descontento de su población, sino que, a partir de ahora, su propia vida depende exclusivamente de la voluntad de Vladimir Putin.
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