Guerra Rusia-Ucrania. ¿Qué pasa dentro del Kremlin? Los errores militares pueden estar generando turbulencias internas para Putin
La mirada de los especialistas occidentales se dirige, sobre todo, hacia lo que podría estar sucediendo en el corazón del gobierno, tras las dificultades en la invasión a Ucrania
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PARÍS.– Los estrategas militares occidentales no salen de su asombro: sectores enteros de las fuerzas invasoras de la primera potencia nuclear del planeta quedaron paralizados en Ucrania por falta de combustible y comida para sus hombres, que al parecer se rinden en masa o sabotean sus propios vehículos para no pelear. Lejos del blitzkrieg ordenado por Vladimir Putin sobre Kiev, el ataque relámpago contra la capital quedó momentáneamente suspendido “para que Moscú reevalúe la estrategia”, según anunció este martes el Pentágono. De ahí a pensar que algo grave está pasando en el corazón del Kremlin, hay apenas un paso.
“Tienen cantidad de poderío bélico a disposición”, dijo a The New York Times una fuente del Pentágono. “Pero ya el 80% de los más de 150.000 hombres desplegados en torno a Ucrania se han incorporado a los combates”, añadió, al sugerir que, además de la resistencia de sus jóvenes reclutas a lanzarse en la batalla, los comandantes rusos no disponen de muchas más reservas.
Los analistas militares también están asombrados ante lo que califican de “comportamiento anti-riesgo” de semejante fuerza de invasión.
“Rusia lanzó un operativo anfibio para apoderarse de Mariupol, la estratégica ciudad del mar de Azov, pero desembarcó sus tropas a unos 65 kilómetros de la ciudad. La decisión les dio más tiempo y espacio para montar la invasión. Pero también le dio a los defensores de la ciudad tiempo para prepararse”, analizó la misma fuente.
Expertos militares europeos confirman la información de que la mayoría de los soldados enviados a Ucrania son jóvenes reclutas, poco entrenados y mal preparados para dar el asalto.
“Muchos de ellos ni siquiera sabían que iban a la guerra”, afirman sus familiares en Moscú. Aquellos que, detenidos por las fuerzas ucranianas pudieron hablar a sus hogares, confesaron que sus superiores les dijeron que iban a participar en maniobras militares y nunca supieron que se dirigían a Ucrania.
Si todo eso es cierto -y la parálisis del mayor convoy de tanques y camiones que se dirigía a Kiev lo es- solo basta un segundo para imaginar lo que debe pasar en estos momentos por la cabeza de Putin. Encerrado en su delirio paranoico de llegar en liberador a un país que “lo esperaba desde hacía casi diez años” y de una población ucraniana “inexistente, torturada y masacrada por un régimen nazi”, el autócrata del Kremlin probablemente haya comenzado a comprender que su castillo de naipes, montado obsesivamente desde hace años, podría haber comenzado a desmoronarse desde el interior.
Para evitar ese estallido, el Kremlin ha decidido dar una vuelta de tuerca más a sus recetas represivas tradicionales: los medios de comunicación controlados por el Estado tienen prohibido hablar de “guerra”, los cotidianos han suspendido sus avisos fúnebres (en guerras anteriores, gracias a ellos, los familiares de los soldados incorporados sabían cuándo habían muerto) y los pocos medios independientes fueron cerrados. Acusados de lanzar “llamados a cometer actos terroristas”, la radio Eco de Moscú y la cadena de televisión Dojd fueron bloqueados anteayer por el Kremlin, mientras el principal opositor a Putin, el encarcelado Alexei Navalny, fue condenado a otros 15 años de prisión en vísperas de la invasión.
El régimen también prohibió las manifestaciones populares que denuncian la guerra en Ucrania en las ciudades más importantes del país. Miles de personas fueron detenidas en menos de una semana, todos pasibles de 15 días de prisión. Sin contar con todas aquellas personalidades que han perdido en forma fulminante su puesto, solo por declarar su oposición a la invasión rusa.
Sin embargo son numerosos los fieles del Kremlin que han manifestado públicamente su condena. El domingo, el cofundador del Alfa Bank, Mijail Fridman, calificó la invasión de “tragedia” y afirmó que “el derramamiento de sangre” debía cesar. El mismo día, el oligarca del metal Oleg Deripaska escribió en Telegram: “La paz es muy importante. Las negociaciones deben comenzar cuanto antes”. Ninguno de ellos asistió a la reunión que Putin organizó el viernes con los empresarios más allegados, donde les aseguró que no tenía otra opción más que la invasión.
“No a la guerra”
El jueves, cuando comenzó la guerra, Tatiana Yumashev, hija de Boris Yieltsin, el predecesor de Putin, figura fundamental de apoyo al actual presidente en los círculos culturales, escribió en su cuenta Facebook: “No to war” (”No a la guerra”). Se sumaron la hija del oligarca Roman Abramovitch -yerno del ministro de Defensa, Serguei Shoigu- y Sergei Chemezov -hijo del presidente de RosTech, amigo de Putin desde hace décadas-. También condenaron la invasión la exmujer y la hija del vocero del Kremlin, Dimitri Peskov, mientras más de 150 científicos publicaron una carta abierta calificando de “injusta y sinsentido” la intervención rusa en Ucrania. Yelena Kovalskaya, directora del importante Centro Cultural Meyerhold, anunció su renuncia, considerando “imposible trabajar para un asesino y recibir de él un salario”.
Pero la mirada de los especialistas occidentales se dirige, sobre todo, hacia lo que podría estar sucediendo en el corazón del Kremlin, después que, en los últimos días, antes y después de la invasión, Putin humilló públicamente a sus colaboradores más estrechos. Todos, miembros de su Consejo de Seguridad.
“Putin ha cometido errores inimaginables dentro mismo del corazón del aparato que lo mantiene en el poder. Y eso podría ser trágico para su futuro”, analiza el especialista en estrategia Alain Bauer.
“El día que reconoció la independencia de las dos repúblicas autoproclamadas del Donbass, humilló ante las cámaras de televisión a Alexander Bortnikov, director general del temible FSB (exKGB), los servicios secretos rusos. Una vez lanzada la invasión, ordenó inesperadamente -y también ante la televisión- a su ministro de Defensa, Serguei Shoigu, y a su jefe de Estado Mayor de las fuerzas armadas, el general Valeri Gerasimov, poner el estado de alerta sus fuerzas de disuasión… Nadie que entienda un poco de estas cosas podría ignorar el significado del gesto de este último al oírlo, cuando bajó la mirada como un niño de escuela primaria. Él, el hombre que inventó la estrategia militar moderna de Rusia, la famosa guerra híbrida”, señala.
“Algo grave sucede en el Kremlin. Y mucho más ahora, que la operación planificada por su gran amigo Shoigu y por Gerasimov no da los resultados esperados. Señalemos que éste último no aparece en público desde aquel día”, analiza el coronel Patrick Goya.
En todo caso, aunque esté fuera de sus cabales, Putin ya debe ser consciente de que se podría haber equivocado en toda la línea.
“Se equivocó en su estrategia militar, creyendo que entraría en Kiev en 24 horas. Se equivocó en su diagnóstico sobre la no-existencia de una auténtica nación ucraniana. Se equivocó al creer que, sumida en la división y la debilidad, la Unión Europea sería incapaz de reaccionar. En realidad, consiguió todo lo contrario de lo que pretendía: unió a los ucranianos, unió a los europeos, fortaleció la OTAN, contrarió los intereses de los oligarcas que lo apoyaron hasta ahora y se hizo enemigos extremadamente peligrosos en el corazón del poder”, analiza Fréderic Encel, doctor en geopolítica, autor del libro “Las voces de la potencia”.
Conscientes del peligro que representa ese hombre, que dispone de 6000 ojivas nucleares, suficientes para destruir varias veces el planeta, si se viera realmente acorralado, los líderes políticos insisten en que es necesario mantener abierta “una posible vía de salida”.
A juicio del general el general Vincent Desportes, exdirector de la Escuela de Guerra en Francia, “sin pensar en el peligro nuclear, el primero de esos riesgos es que, viendo que las operaciones no avanzan lo suficiente, decida lanzar contra Ucrania todas las fuerzas a su disposición, sometiendo a Kiev a un diluvio de bombas, como hizo en Grozny, la capital chechena en 2000, donde mató a 200.000 de sus dos millones de habitantes, el 10% de la población”.
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