Guerra Rusia-Ucrania. Pandemia vs. guerra: ¿cuál afectará más a la Argentina y la región?
El alcance de este nuevo drama, aunque de efecto menos letal que el virus a nivel global, podría extenderse por varios años, incluso más allá del conflicto bélico
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Es un déjà vu. Un drama inesperado irrumpe en un rincón del mundo y, desde allí, irradia sus efectos al resto del planeta hasta que no queda lugar indemne. La reacción global también comparte un patrón: la sorpresa inicial deja lugar a la conmoción; luego sobreviene el miedo y, finalmente, se instala una incertidumbre profunda y persistente.
¿Cuánto nos afectará este mal? ¿Cuánto nos transformará? ¿Será tan oscuro el futuro como aparenta? Las preguntas se suceden y las respuestas cambian a medida que el drama adopta nuevas caras.
Hace dos años y dos días, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia de coronavirus. El mundo se adentraba en un capítulo que ya había vivido hacía un siglo pero que, aun así, se insinuaba desconocido y de impacto extendido ante la interconexión del planeta. El virus que irrumpió a fines de diciembre de 2019 en China, ya estaba en marzo en casi todos los países. Y el mundo se paralizó, las naciones se cerraron, las calles se vaciaron y los hospitales se llenaron.
Los números fueron y son escalofriantes: 453 millones de contagios, 6,4 millones de muertes contabilizadas, una recesión que se comió el 3,1% del PBI global en 2019, millones de desempleados y de negocios cerrados, millones de nuevos pobres, cientos de millones de niños con déficit educativo, decenas de millones de adolescentes y adultos con problemas de salud mental, millones de adultos mayores a los que la vejez se les aceleró.
En apenas dos años, el mundo se nos oscureció tanto que, por momentos, pareció apagado. ¿Será esta nueva tragedia, esta guerra en Ucrania que promete reordenar el planeta y hacerlo más inestable y peligroso, igual de dañina?
Por lo pronto, la muerte, en este caso, no tiene alcance global; hoy la guerra está circunscripta a las fronteras de Ucrania, pese a que, diariamente, amenaza con cruzar esos límites. Sin embargo, el alcance de este nuevo drama, aunque de efecto menos letal, podría extenderse por varios años, incluso más allá del fin del conflicto bélico.
Para la Argentina y el resto de América del Sur, el impacto llega con una noticia apetecible para cualquier región exportadora de materias primas: otro incipiente boom de precios de commodities. Pero, tal vez, ese fenómeno no represente ya el mismo impulso vital que hizo a la región ilusionarse con menos pobreza y más bienestar y más democracia en la primera década de este siglo. Esta es otra América del Sur, más conflictiva, menos vigorosa, más desunida y con Estados agotados, y hasta diezmados, por la pandemia.
1) La otra cara de la interdependencia
Si la gran parálisis de la peor pandemia de la globalización comenzó en China, el reordenamiento mundial tuvo su punto de largada en Rusia. La invasión comenzó y, a las pocas horas, la economía global ya se sabía estremecida y transformada. América del Sur también se preparó para sufrir por la guerra de Vladimir Putin.
“El impacto de esta guerra no viene tanto por el poder duro de Rusia, que no es tan grande, sino por el nivel de integración que tiene con el mundo”, dice a LA NACION Vladimir Rouvinski, profesor de relaciones internacionales en la Universidad Icesi, de Colombia.
El primer latigazo al mundo llegó por la disparada de los precios del petróleo, del gas y de los cereales. Tercer generadora y exportadora mundial de esos hidrocarburos y gran productora de trigo, maíz y fertilizantes, Rusia y su guerra provocaron una estampida de precios que inmediatamente alimentaron de otro pico de inflación global y de recorte de proyecciones de crecimiento.
La nación que más sufrirá esos recortes será, claro, la propia Rusia. Las sanciones y la guerra prometen ser impiadosas con su economía al punto de que se contraería entre 4 y 10%. Los organismos internacionales ya piensan en reducir las proyecciones para la economía global en por lo menos un punto, un número significativo para un indicador que intenta dejar atrás la pesadilla de la recesión de 2020. Todas esas estimaciones son para 2022, pero el impacto de la guerra llegará más allá, mucho más allá, sin importar si es de corta duración. Los precios de los commodities, los problemas heredados de la pandemia, la inflación global alargarán la sombra del conflicto sobre el mundo.
2) De la geopolítica a la geoeconomía y viceversa
Sobre todo, esa sombra estará alimentada por la geopolítica de un mundo más hostil, de casi nula confianza entre las potencias nucleares y de fuertes alianzas entre autócratas.
“Supongamos que esto aterriza bien y las partes llegan a un acuerdo y el conflicto queda estacionado. De cualquier manera, el mundo tendrá que rehacer las relaciones políticas internacionales, eso lleva tiempo. Es un compás de espera que genera más costos, más trabas al comercio, más problemas de logística, que ya se habían agudizado con la pandemia… Estos cinco o seis años serán duros”, estima, en diálogo con LA NACION, Marcela Cristini, economista senior de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL).
A Cristini le asusta más el efecto de la guerra que el de la pandemia, porque la última “es una situación lamentable, pero la sociedad se puede sobreponer gracias al alto nivel de tecnología”.
“Pero acá, en la guerra, dependemos de autócratas hiperpresidencialistas, sin contrapesos y con armas nucleares”, dice. La economista advierte que el paso de este quiebre de la geoeconomía a una nueva geopolítica no será fácil ni para la Argentina ni para el resto de la región. “El nuevo escenario crea rispideces para que la región pueda jugar entre las potencias porque ellas van a pedir más alineamiento y eso va a requerir más habilidad más unidad en América Latina”, añade.
3) El dilema de cómo “amortiguar” el impacto
En la primera década de este siglo, la locomotora del crecimiento de China empujó los precios de los commodities y, con ellos, a América Latina. El PBI de la región se duplicó, la pobreza se redujo a mayor ritmo que nunca en otro momento de la historia local y la confianza en la democracia creció. En la década pasada, todos esos fenómenos empezaron a revertirse al punto de que la región apenas creció un promedio anual de 0,3% entre 2011 y 2019, según la Cepal. De la mano de ese avance anémico, la insatisfacción con la democracia subió, de acuerdo con Latinobarómetro.
La pandemia se topó con una América debilitada, fragmentada y polarizada a la vez, de baja capacidad estatal, alta desigualdad y pobreza, poca inversión y menor crecimiento y la lastimó con una recesión histórica, la mayor registrada por cualquier región del planeta en 2020.
Ahora la región espera aprovechar este incipiente boom de precios de energía, minerales y cereales. Pero este mundo es más hostil e inestable que el de la primera década del siglo XXI y la probabilidad de transformar el auge de precios en un nuevo momento de crecimiento es esquiva y está llena de desafíos.
La disparada de los costos internacionales de la energía y los cereales “tensionará los precios y eso es un problema que necesitamos amortiguar para cuidar la mesa de los argentinos”, dice un alto funcionario del Gobierno, en diálogo con LA NACION.
A contramano de lo que esperan dirigentes sociales, el funcionario cree que esa tensión en los precios locales no derivará en más conflictividad social porque “los argentinos ya convivimos con una inflación alta”. Pero no descarta que eso sí suceda en algunos países de la región.
Sin contar los índices de Venezuela y la Argentina, la inflación regional alcanzó el 7% anual en 2021 y la guerra hace ahora que el indicador amenace con ser bastante mayor en 2022.
En Chile, especialistas y funcionarios del Banco Central prevén un posible escenario de estanflación, aun cuando el cobre, principal fuente de divisas, haya llegado a máximos históricos. Es una pésima noticia para el recién asumido Gabriel Boric y su idea de un gobierno con mayor gasto público y más impuestos; ahora cumplir con las expectativas de cambio social que generó será más difícil.
En Brasil, el precio de los combustibles apenas aguantó dos semanas, luego de empezada la invasión. Anteayer, la nafta subió 18,7%; la garrafa de gas, 16%, y el diésel, 24%. Jair Bolsonaro se indignó con Petrobras tanto como los camioneros o los empresarios o los consumidores comunes; sabe que el precio del combustible afectará los ingresos de todos los brasileños y puede determinar su suerte en las elecciones presidenciales de este año. Debilitado, solo le queda seguir polarizando con Luiz Inacio Lula da Silva para alcanzar, al menos, el ballottage.
4) ¿Será que, al final, sí hay una buena noticia?
Chile y Brasil son solo un ejemplo de cómo una guerra en Europa es capaz de alterar las economías locales, ya sacudidas por la pandemia, y de agudizar los males políticos que convirtieron a la región en un foco de descontento social en los últimos años. Fragmentación, polarización, expectativas sociales rotas, insatisfacción con la democracia son todos ingredientes de una de las mayores recetas para eternizar la desigualdad y la ausencia de crecimiento que marcan a América del Sur: la falta de gobernabilidad.
En el nuevo mundo de la guerra anida tal vez el germen de una buena noticia para la región.
Venezuela no solo es una crisis humanitaria, una dictadura o un foco de narcotráfico, es también uno de los ejes que más enemistan a los países de la región y dividen sus escenarios políticos internos. Venezuela ayuda a fragmentar aún más a América. Pero en la nueva geopolítica del petróleo tal vez haya nacido una esperanza para Venezuela.
“La visita de Juan González [asesor del Consejo de Seguridad Nacional de Joe Biden] a Nicolás Maduro, el fin de semana pasado, tiene un objetivo a corto plazo y otro a mediano y otro a largo plazo. El primer reto a corto plazo es impedir la presencia rusa en la región y el segundo es contener el precio del petróleo. Es realpolitik pura”, explica Rouvinski.
A largo plazo es, probablemente, comenzar una transición que devuelva el país a la democracia y el bienestar para los venezolanos. Una transición que, con el petróleo entre 110 y 120 dólares el barril, será más fácil de financiar.
“Muchos sectores del gobierno de Venezuela están cansados. Ya no quieren ser rehenes de Putin”, agrega Rouvinski.
La guerra parece querer eternizar los dramas que agobian a la Argentina y a América del Sur. Peor irónicamente, tal vez, a la larga, se reserve una buena noticia para una región que tanto la necesita.
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