Guerra Rusia-Ucrania: nació en Buenos Aires y hoy es el único argentino que vive en el país europeo señalado como el próximo objetivo de Putin
Samuel Bueno llegó a Moldavia hace nueve años por amor y habla de ese país como “un paraíso pequeño”; dice que por la guerra “hay preocupación, pero la vida sigue siendo normal”
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CHISINAU.- “Es una vida hermosa, Moldavia es hermosa y la gente es divina. Para mí Moldavia es un paraíso pequeño, que no es perfecto porque no existe un lugar perfecto, ya que el único lugar perfecto queda dos metros bajo tierra...”.
Dotado de típico humor porteño, Samuel Bueno, el único argentino que vive en Moldavia, no oculta que está totalmente “enamorado” de esta exrepública soviética que está ahora bajo los reflectores por el temor de que la guerra en la vecina Ucrania pueda llegar hasta aquí.
“Es una desgracia lo que está pasando, no hay forma de razonar por qué pasó y qué podemos hacer para que esto se detenga, y no mirando quién tiene razón y quién no, sino ese montón de vidas destruidas, sobre todo de niños”, comenta a LA NACION Samuel, sentado en un bar de la avenida principal de esta capital, tomándose un licuado de chocolate.
Nacido en el corazón de Buenos Aires, en Paso y Lavalle, Bueno, que vivió su infancia en Uruguay, su juventud en la Argentina y Brasil y luego emigró a Estados Unidos, aterrizó en Moldavia hace nueve años.
Padre de tres hijos -dos varones y una mujer, ya mayores de treinta años- y divorciado, Samuel llegó a Moldavia por amor, después de haber vivido 37 años en Nueva York, donde empezó “muy de abajo”, estudió y luego trabajó varios años muy duro como médico de emergencias.
“Después conocí a una señora moldava encantadora -Svetlana, que tiene 60 años, otros dos hijos y nietos-, algo que fue amor a primera vista, en Nueva York”, evoca. “Hace 9 años vinimos a visitar a sus parientes a Moldavia y a mí me encantó porque me hizo recordar el Uruguay de mi infancia y me enamoré del país: la vida es muy tranquila, la gente muy amable y si tenés respaldo económico, la vida es mucho más fácil. Así que le dije ‘¿por qué no nos mudamos?”, cuenta.
Si bien está retirado y vive de su jubilación estadounidense, Samuel sigue más que activo. Trabaja como voluntario en el hospital central de Chisinau, donde es consultor de logística y de emergencia, además es masajista y “life-coach”. “La gente no entiende que los hombres no tenemos fronteras, somos nosotros que nos ponemos fronteras”, explica, y agrega que todo lo que hace ahora es ad honorem. “La vida me dio mucho y es una forma de hacer algo y de hacer algo bueno, porque este país me trató muy bien y me parece que hay que devolver”, dice. Siendo médico, no solo trabajó a todo ritmo durante la pandemia de coronavirus -que golpeó muy fuerte a Moldavia-, sino también para ayudar a muchos de los 400.000 refugiados ucranianos que pasaron por este pequeño país.
Samuel se enoja cuando ve que hablan mal de Moldavia en las redes sociales. “En todos los países grandes, como Estados Unidos, por ejemplo, nada es tuyo, todo es a crédito. En este país, el 90% de las casas son de ellos, así que no son tan pobres. Tienen dónde apoyar su cabeza cuando se van a dormir, tienen su pedazo de tierra, su granjita, cultivan sus pollos, sus verduras. Nosotros vivimos en un departamento en Chisinau, que es una ciudad hermosa, tranquila, pero también tenemos una casa en el campo... Aprendí a hacer compota, salsa de tomate, pepinos picantes, repollos”, cuenta, entusiasmado. “Además, acá nunca tuve una confrontación, si te para la policía es porque estás yendo rápido o no respetaste una regla... Como en todo el mundo también hay gente mala, pero la mayoría de la gente son un pan de Dios”, agrega.
La guerra y la grieta
Más allá de su enamoramiento de Moldavia, donde cree realmente que es el único argentino, porque si había algunos otros, se han ido, Samuel admite que ahora existe preocupación en la gente ante la posibilidad los rusos anexen realmente el enclave separatista de Transnistria, que podría convertirse en un nuevo Donbass.
“Hay preocupación, es verdad, pero la vida sigue siendo normal y tranquila. Nosotros vamos constantemente a Transnistria, de hecho, se ven muchos autos acá con chapa de ahí, incluso tengo colegas en el hospital cuyos padres viven ahí, siempre hubo una convivencia pacífica, solemos ir con mi señora a un spa que hay ahí, y nunca tuvimos una confrontación con ellos”, asegura.
“Nos llevamos muy bien y los cohetes que hubo la semana pasada son provocaciones que fueron amplificadas por los medios, que finalmente hablan todo el tiempo de un conflicto que no es tal”, sostiene. “Y la gente escucha noticias que no están verificadas. Nadie se está peleando acá, todo el mundo habla ruso y moldavo, la gente se lleva muy bien, nadie va a decir nada si el otro habla ruso, o inglés, y el resto es todo propaganda”, minimiza. “El otro día leí que Moldavia había sido atacada: ¡que paren con las fake news!”, protesta.
Admite, no obstante, que existe en Moldavia una suerte de grieta entre una parte de la sociedad que es filo-occidental y otra filo-oriental. “Acá los viejos tienen aún una mentalidad nostálgica soviética, mientras que los jóvenes ya tienen otra... Pero los moldavos son muy orgullosos de su bandera y de su lugar y son muy amables y respetuosos”, afirma. Y prefiere no meterse en temas políticos u opinar sobre la presidenta proestadounidense, Maia Sandu: “Algo que aprendí con la edad es que no hay que discutir ni de política, ni de religión”, advierte, riendo.
Aunque sigue siendo totalmente porteño de alma, hace años que Samuel, que es de origen judío, no va a la Argentina. Sus tres hijos viven en Estados Unidos, así que suele viajar para allá. Último de siete hermanos, cinco de ellos viven en Israel, por lo que tampoco es necesario volver a la madre patria en ese sentido. La última vez que fue a la Argentina fue en 2006, cuando había cacerolazos: para él, “un despelote hermoso”.
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