Guerra Rusia-Ucrania. Los bebés de la guerra: en pleno asedio a Kiev, una maternidad se convierte en sala de parto-refugio
En la capital de Ucrania, donde se espera el asalto final de las tropas rusas, el sótano de la Maternidad de la Plaza Sevastopolska acoge a 28 mujeres a punto de dar a luz en medio del conflicto
KIEV.- Las mujeres de Kiev no lloran. Lo demuestra Anna, una de las 28 parturientas en la Maternidad de la Plaza Sevastopolska del centro de Kiev, donde, pese a la guerra, a las muerte y la destrucción, sigue habiendo vida.
De 25 años, pelo recogido y sonrisa forzada, Anna, de nueve meses de embarazo, está tirada en una litera de un pasillo del subsuelo de la maternidad. La guerra que estalló hace siete días descolocando a todo el mundo, convirtió a este pasillo improbable, oscuro, de techo bajo, grandes tubos de cañerías verdes a la vista, en la nueva sala de pre-parto de la maternidad, repleto de colchones de diversos colores, enfermeras y mujeres con grandes panzas expectantes y valientes a la vez. En la entrada de la sala de parto-refugio, salta a la vista la imagen de una Virgen. Unos metros más allá, en otra habitación oscura, pero muy limpia, está la sala de parto-bunker, donde nació hace pocas horas Beniamin (Benjamín, nombre apropiado para el momento), el primer hijo de Tatiana, corpulenta joven de 22 años que luce feliz ante los periodistas.
La maternidad es un edificio de tres pisos pintado de verde claro de un barrio que queda a 10 minutos al sur de la Plaza Maidan. En su entrada se destacan sobre el techo dos falsas cigüeñas que llevan en su pico el clásico paquete. Frente al edificio, al que solo dejan ingresar después de controlar acreditación y pasaporte, hay una estación de servicio cuyos surtidores han sido totalmente envueltos en rollos de film plásticos. Es otro reflejo de una ciudad en pocos días totalmente transformada en zona de guerra, repleta de checkpoints y barricadas, la mayoría formadas por grandes bolsas de arena, bloques de cemento y barras de metal puestas en cruz. Aunque también se ven barreras para defenderse del enemigo ruso -que todo el mundo espera, pero que tarda en llegar-, más precarias, formadas por neumáticos, troncos de árboles, muebles viejos, pedazos de columnas, lo que sea.
Confirmando que también hay en curso una guerra psicológica, amén de las vallas aparecieron grandes carteles electrónicos negros con una leyenda blanca en cirílico con un mensaje dirigido a las fuerzas invasoras al acecho: “¡Soldados rusos, deténganse! ¿Cómo pueden mirar a los ojos a sus hijos? ¡Sigan siendo humanos!”, dice unos segundos el primero, que luego cambia e indica: “No maten sus almas por los oligarcas de Putin. Váyanse sin sangre en sus manos”.
Lo más curioso es que, en una ciudad casi fantasma -en la que todo el mundo espera el asalto final y no paran de sonar las alarmas antiaéreas- aún hay orden. Las calles están limpias y, aunque el tránsito es mínimo y se temen ataques, los que manejan respetan a rajatabla las luces rojas de los semáforos.
El director de la maternidad, el obstetra Dmytro Govseiev, de bigote canoso y uniforme celeste, intenta transmitir tranquilidad. Ante periodistas, dice que está todo bajo control, que a la maternidad al momento no le falta nada. “Desde que comenzó la guerra lo único que pasó es que las salas de parto y pre-parto pasaron a ser en el subsuelo, en lugar del segundo piso y cambiamos los turnos de los médicos, que por seguridad vinieron a instalarse aquí, junto a sus familias”, dice.
“Los voluntarios nos traen todo lo que necesitamos y el único gran cambio es que hay menos nacimientos: antes teníamos unos 20 por día, ahora cinco, pero esto se debe a que muchas mujeres embarazadas de no demasiados meses escaparon hacia el oeste, en el éxodo que estamos viviendo”, agrega. “Todo está bajo control”, insiste, hablando en el hall del hospital que aparece muy cuidado y pulcro. En el suelo salta a la vista una caja de cartón que tiene en su interior banderas celestes y amarillas ucranianas. Serguei, el hijo de una de las parturientas de la planta baja, la tiene puesta como capa cuando llegan los periodistas.
Testimonio
Aunque están apenas paridas o a punto de parir en uno de los momentos más dramáticos de la historia de Ucrania y del mundo, las 28 mujeres que están en el subsuelo, salvo alguna excepción, se dejan entrevistar y filmar.
Anna cuenta a LA NACION, en perfecto inglés, que espera a un varón que va a llamar Mark y será su primer hijo. Aunque no se queja, no esconde que no era lo que soñaba encontrarse en este subsuelo para su nacimiento.
“Anoche pensé que nacía, tuve contracciones, pero al final no pasó nada y ahora pienso que en cualquier momento puede suceder”, dice, tocándose la panza con una mano, sonriendo, mientras con la otra controla su celular para mantenerse informada de lo que pasa afuera.
Empleada en el departamento de marketing de una cadena internacional de hoteles, Anna cuenta que su marido no puede estar con ella en este momento. Solo podrá venir cuando se de el parto, para llevarle el bolso ya preparado y demás cosas y después deberá volver a irse, “debido a la situación”. Es decir, por culpa de la guerra. “Deberían poder quedarse los maridos, pero así son las cosas ahora. Lo bueno es que acá hay internet, podemos llamar, chatear, así que tampoco es tan terrible”, concede.
¿Cómo se siente al estar a punto de dar a luz en este momento? “Estoy un poco shockeada. Cuando estás embarazada estás muy feliz, estás comprando las cosas, la ropa, armando el cuarto para el bebe, estás radiante, ilusionada. Preparás cada pequeña cosa. Pero un día todo cambia y de repente estás en el infierno”, dice, sin quebrarse.
“No tengo padres, pero tengo a un hermano en Estados Unidos que para el nacimiento había comprado pasajes para viajar junto a su mujer... Tendrían que haber llegado mañana”, cuenta.
¿Qué hará cuando Mark nazca? “Espero que la situación sea un poco mejor. No sé. Hablan de negociaciones, pero, hablando francamente, no creo en estas negociaciones. Si las cosas siguen tan difíciles, también podríamos irnos a las montañas de los Cárpatos, no sé”, dice, con los ojos húmedos.
Le cuento a Anna que tengo dos hijos ahora adolescentes, que el momento en que los tuve fue uno de los mejores de mi vida y que son lo mejor que tengo en la vida. Y para animarla le digo que seguramente ese bebé que lleva adentro desde hace nueve meses le traerá cosas muy buenas. Sonríe y me sale espontáneo tomarle la mano y decirle que todo saldrá bien.
“Lo más terrible es que hasta cuando uno está adentro de un edificio como este no se siente seguro, porque los rusos están atacando no solo objetivos militares, sino también civiles”, apunta, asustada.
“Pero acá, en el subsuelo, estamos muy seguros -agrega, inspirando-. Y mi bebé será muy fuerte”.