Guerra Rusia-Ucrania. La raza y el imperio: las razones de fondo de Vladimir Putin en Ucrania
El presidente ha afirmado repetidas veces que los ucranianos no son un pueblo como tal, sino que son rusos, parte integral del corazón eslavo junto con Bielorrusia
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BRUSELAS.- El presidente Joe Biden asumió convencido de que la pelea del siglo era entre las democracias y las autocracias del mundo. Pero en su guerra en Ucrania, a Vladimir Putin lo impulsa una noción diferente: el etnonacionalismo, una idea de patria e identidad basadas en el lenguaje, la cultura y la sangre, una ideología colectivista con raíces insondables en la historia y el pensamiento rusos.
Pero Putin ha afirmado repetidas veces que Ucrania no es un Estado como tal, y que los ucranianos tampoco son un pueblo como tal, sino que son rusos, parte integral del corazón eslavo junto con Bielorrusia.
“Putin quiere dejar establecidas las fronteras civilizacionales de Rusia, según sus propias palabras, y en este caso lo hace invadiendo un país soberano de Europa”, dice Ivan Vejvoda, del Instituto de Ciencias Humanas de Viena.
En ese sentido, el director del Centro de Estrategias Liberales de Sofía, el búlgaro Ivan Krastev, dice que esta es una guerra de “recolonización”, con la recaptura de tierras que fueron gobernadas por el Imperio Ruso y la Unión Soviética. “Si Ucrania fuese una autocracia, Putin tampoco la toleraría, porque él quiere reinstalar el nacionalismo imperial”.
Para los opositores a Putin en Ucrania y Occidente, las naciones se construyen sobre la responsabilidad cívica, el imperio de la ley y los derechos individuales y de las minorías, incluidas la libertad de expresión y de voto.
“El ataque de Rusia no es solo contra un país inocente, sino contra la idea misma de una Europa en paz, respetuosa de sus fronteras, de las soberanías nacionales y de las instituciones multilaterales”, dice Timothy Snyder, profesor de la Universidad de Yale, que ha escrito profusamente sobre Rusia y Ucrania.
“El gobierno ruso está desarticulando deliberadamente la estructura lingüística y moral que extrajimos de la Segunda Guerra Mundial”, señala Snyder.
Choque de sistemas políticos
Lo que subyace a este conflicto es un choque de sistemas políticos, “una guerra contra la democracia liberal y el derecho de Ucrania a la autodeterminación”, dice Nathalie Tocci, directora del Instituto de Relaciones Internacionales, Italia. Pero aclara que es solo parte de un conflicto más amplio, ya que Putin intenta modificar la idea de soberanía en sí misma.
“Está volviendo a una peligrosa visión irredentista y etnonacionalista de la soberanía y la autodeterminación”, advierte Tocci.
La idea de Rusia como civilización separada de Occidente, con quien compite, se remonta muchos siglos atrás y hunde sus raíces en el cristianismo ortodoxo y del estatus religioso de Moscú como la “Tercera Roma”, después de la propia Roma y de Constantinopla.
Vejvoda, que es oriundo de Serbia, señala que el concepto de etnonacionalismo también fue esgrimido y manipulado por el exlíder serbio Slobodan Milosevic para reprimir la identidad y ambiciones serbias en la antigua Yugoslavia. Pero mientras que Milosevic hacía un uso cínico de esos argumentos, Putin parece un fervoroso creyente.
Hay terreno fértil para ese tipo de ideas en Rusia, un país dividido desde hace siglos entre los “occidentalizantes” y aquellos que ven a Occidente como un cáncer: un cuerpo extraño, decadente, nocivo y amenazante.
Los países de Europa Occidental lidiaron con la caída de sus propios imperios de otra manera, combinando sus debilitados Estados-naciones dentro de la Unión Europea, en parte para encorsetar las tendencias nacionalistas más agresivas. “La Unión Europea fue la transformación de imperios que fracasaron y de la búsqueda desesperada de algo que los reemplace”, dice Pierre Vimont, exembajador de Francia en Estados Unidos y actual miembro del Fondo Carnegie para la Paz Internacional.
El concepto de nación que tiene Putin es étnico y autocrático, en contraste con la idea occidental de un Estado multicultural basado en la responsabilidad cívica, el Estado de Derecho y los derechos individuales.
De hecho, algunos aseguran que para ser estadounidense alcanza con jurar lealtad a la bandera, obedecer la ley y pagar los impuestos. Los intentos por definir más apretadamente lo que significa ser un “verdadero norteamericano” fogonearon el populismo de ultraderecha, y los elogios del expresidente Donald Trump hacia Putin dejan traslucir elementos de identificación con un líder fuerte que defiende una noción “tradicional” y restringida de la pertenencia nacional.
Pero en cuanto a la ultraderecha en países europeos como Alemania, Italia y Francia, cualquier asociación actual con Putin, durante su guerra de agresión en Ucrania, es un incómodo recordatorio de las consecuencias extremas que pueden tener esas ideas.
China, la otra gran autocracia según el marco de Biden, se basa en el mismo ideario de nacionalismo étnico: que todos los chinos son parte de una misma nación, que las minorías, como los uigures, son inferiores o peligrosas, y que la separación de Taiwán es ilusoria, un crimen histórico a ser reparado.
Incluso la India –la mayor democracia del mundo en número de habitantes–, ha sido empujada al nacionalismo étnico por el primer ministro Narendra Modi, con su ascendencia hindú. Y en Turquía, el presidente Erdogan suele reflotar relatos del Imperio Otomano y da muestras de solidaridad con los pueblos turcohablantes de Azerbaiyán, la región transcaucásica de Nagorno-Karabaj y Asia Central.
Contradicciones
Pero a Putin no le está yendo particularmente bien con su guerra etnonacionalista, que lejos de regalarle una victoria relámpago se ha convertido en un sangriento esfuerzo bélico.
Además, presentar el conflicto como una guerra de civilizaciones entraña todo tipo de problemas y contradicciones para los invasores rusos: al fin y al cabo, si rusos y ucranianos son un solo pueblo, como insiste Putin, los rusos les están disparando a sus hermanos y hermanas.
“No es fácil para esos chicos rusos salir a matar a ucranianos, con quienes comparten idioma y que se parecen tanto a ellos”, dice Krastev. “Con los chechenos era más fácil”, dice en referencia al pueblo no eslavo del Cáucaso con el que Rusia está en lucha desde tiempos de Catalina la Grande.
La gran decepción de Putin, apunta Krastev, fue enterarse de que los rusohablantes de Ucrania iban a luchar contra sus fuerzas. De hecho, hasta los oligarcas ucranianos favoritos de Putin, como Rinat Akhmetov y Dmytro Firtash, “han descubierto repentinamente su ucranianidad”.
Putin también se ha esforzado por fomentar el militarismo de la sociedad, en base al orgullo de Rusia por haber derrotado a la Alemania nazi en la La Gran Guerra Patriótica, nombre que dan los rusos a la Segunda Guerra Mundial.
Pero ahora Ucrania, que también luchó y sufrió bajo los nazis, está usando esos mismos giros lingüísticos contra los invasores rusos: para Ucrania, dice Krastev, “esta es su Gran Guerra Patriótica”.
Paradójicamente, dice Krastev, Putin ha contribuido más a la construcción de la nacionalidad ucraniana de lo que nadie en Occidente podría haber hecho.
“Vladimior Putin quería ser el padre de una nueva nación rusa”, dice Krastev. “Para su desconcierto, se ha convertido en el padre de la Nueva Ucrania”.
Steven Erlanger
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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