Guerra Rusia-Ucrania: la invasión deriva en un repudio global a Moscú, con ecos de la Guerra Fría
Desde el deporte hasta la ópera, el mundo lanzó un boicot en todos los frentes contra los íconos rusos, algo nunca visto desde los días del conflicto este-oeste que lideraron la Unión Soviética y Estados Unidos
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LONDRES.- El festival de música clásica de Lucerna, Suiza, canceló dos conciertos sinfónicos a cargo de un director ruso. En Australia, el equipo nacional de natación anunció su boicot al campeonato mundial de nado a realizarse en Rusia. En un centro de esquí de Magic Mountain en Vermont, Estados Unidos, un barman volcó en el desagüe el contenido de todas sus botellas de vodka de origen ruso.
Desde la cultura hasta el comercio, el deporte y los viajes, el mundo está dándole la espalda a Rusia en infinidad de maneras, como protesta por la invasión del presidente Vladimir Putin a Ucrania. Desde los gélidos días de la Guerra Fría que a Rusia y su pueblo no se les cerraban tantas puertas, una oleada de repudio mundial impulsada tanto por solidaridad con los asediados ucranianos como por la esperanza de forzar a Putin a retirar sus tropas de Ucrania.
Los boicots y las cancelaciones se van sumando a la par de las sanciones impuestas por Estados Unidos, Europa y otras potencias. Aunque esos gestos individuales hacen menos mella en la economía rusa que las amplias restricciones a las operaciones de los bancos rusos o la cancelación de un multimillonario gasoducto, igual son un golpe simbólico muy potente que deja aislados a millones de ciudadanos rusos en un mundo totalmente interconectado.
Uno de los blancos más visibles de ese oprobio es el director de orquesta Valery Gergiev, ícono cultural ruso e histórico partidario de Vladimir Putin. Además del Festival de Lucerna, el Carnegie Hall de Nueva York y La Scala de Milán también cancelaron las presentaciones de Gergiev, que también enfrenta un despido inminente de su cargo como director de la Filarmónica de Múnich, a menos que condene públicamente la invasión a Ucrania.
Rusia también fue excluida de la edición anual del Festival de la Canción de Eurovisión, que ganó por ultima vez en 2008 con la potente balada Believe, interpretada por Dima Bilan. El Gran Premio de Fórmula 1 de Rusia, programado para septiembre en Sochi, también fue desechado, y San Petersburgo se perdió de ser sede de la final de la Champions League de fútbol, que finalmente se realizará en París.
Y cualquier esperanza que tuviera Rusia sobre su participación en la Copa del Mundo FIFA quedaron totalmente descartadas el lunes, cuando una docena de países se sumaron a la iniciativa de Polonia para impedir que el seleccionado ruso compita en las eliminatorias del mundial de fútbol. Bajo intensas presiones, los dos máximos organismos del futbol, la FIFA y la UEFA, dictaminaron que Rusia no era elegible para participar de sus torneos. En Alemania, el club de fútbol Schalke dio de baja su acuerdo de patrocinio con la gigante energética rusa Gazprom. La Liga Nacional de Hockey de Alemania también suspendió todas sus negociaciones con Rusia.
La última vez que el gobierno de Rusia provocó una reacción global de este tipo fue en 1980, cuando Estados Unidos, Alemania Occidental, Japón y Canadá boicotearon los Juegos Olímpicos de Moscú como protesta por la invasión de la Unión Soviética a Afganistán. Los soviéticos respondieron salteándose los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984.
El boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 tuvo un fuerte impacto en el sentimiento popular de los rusos, porque el entonces líder soviético, Leonid Brezhnev, los había pensado como un despliegue simulado del poder y la influencia soviéticos, así como Putin intenta enmarcar la invasión a Ucrania en términos de “recuperación” de la grandeza rusa.
“El gobierno soviético de entonces tuvo que salir a explicarle a la gente por qué Estados Unidos y otros países no había ido”, dice Michael McFaul, exembajador estadounidense en Rusia. “Y eso empezó a alterar la forma en que los ciudadanos soviéticos se veían a sí mismos en el mundo”.
Tras el colapso del régimen comunista, esa imagen de país villano se fue desvaneciendo. Los rusos más jóvenes crecieron en una sociedad relativamente abierta, aunque convulsionada. Los que tenían dinero accedieron a educación en el extranjero y escapadas a Europa, donde los rusos que gastaban con holgura eran recibidos con los brazos abiertos.
Los límites del boicot
Los israelíes de habla rusa que viven en Jerusalén suelen concurrir masivamente al popular Putin Pub, cuyo nombre de pronto empezó a parecer una broma de mal gusto. El jueves, los dueños del bar, nacidos en Rusia, retiraron las letras doradas “P-U-T-I-N” del cartel de la fachada y anunciaron que el bar ya busca nuevo nombre.
“Fue iniciativa nuestra, porque estamos en contra de la guerra”, dice Yulia Kaplan, una de los tres propietarios, que llegó a Israel desde San Petersburgo en 1991.
A su manera, Israel es un buen ejemplo de los límites de este tipo de boicots. Hace años que los opositores a la ocupación de Israel en Cisjordania ejercen presión sobre el gobierno de Tel Aviv con la campaña llamada Boicot, Desinversión y Sanciones. Aunque han tenido cierto éxito, también han generado antagonismo de ambos lados de la división israelí-palestina, y la presión nunca fue suficiente para lograr cambiar la política hacia los palestinos de los sucesivos gobiernos de Israel.
“Putin no va a cambiar de decisión por ese tipo de boicots”, dice Martin Indyk, exembajador estadounidense en Israel. “Pero para mantener alta la moral de los ucranianos es importante que sepan que el mundo está de su lado. Además, creo que a los oligarcas los afecta en otros aspectos insospechados, que van más allá de las sanciones financieras.”
Algunas instituciones culturales han modificado sus planes para apartar a personas con reconocidos vínculos con Putin. La Ópera Metropolitana de Nueva York, por ejemplo, anunció que ya no trabajaría “con artistas o instituciones que apoyen a Putin o reciban su apoyo”, dijo Peter Gelb, gerente general del teatro, a través de un comunicado difundido video.
Para muchos, cualquier forma de apoyo a Rusia es intolerable. Pensilvania, Utah, Ohio, New Hampshire y otros estados norteamericanos, así como Canadá, han sacado de la venta las botellas de vodka de marcas rusas.
En algunos casos, el disparo no da en el blanco: el vodka de marca Stolichnaya, aunque históricamente ruso, se fabrica en Riga, Letonia. Y un bar de San Pablo, Brasil, decidió rebautizar el trago conocido como Moscow Mule (mula de Moscú), una bebida que lleva vodka pero que nació en Estados Unidos, como “Mula de la ONU”.
“No nos gusta nada lo que está haciendo Moscú”, dice el copropietario del bar, Maurício Meirelles, un conocido comediante y presentador de televisión de Brasil. “Así que pensamos cambiarle el nombre y le pusimos Mula de la ONU: el trago que no patea a nadie.”
Mark Landler
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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