Guerra Rusia-Ucrania. Kaliningrado, el enclave ruso en medio de la UE que con sus misiles amenaza a la OTAN
La región que se inserta entre Polonia y Lituania es una de las zonas más militarizadas de Europa, sede de la Flota del Báltico rusa y base de los inalcanzables misiles Iskander
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Rusia se ganó la reprobación, como mínimo, del resto del mundo por su invasión a Ucrania. Y los gobiernos europeos están en alerta roja para auxiliar a los ucranianos y evitar, al mismo tiempo, un derrame de sangre sobre otros países. Pero Moscú tiene un caballo de Troya en pleno territorio enemigo: Kaliningrado.
Kaliningrado emerge de las brumas del Mar Báltico, al norte de Europa, en cada nueva crisis entre Rusia y Occidente. Es decir que surge seguido. Enclavada entre Lituania y Polonia, dos países de la OTAN, y a 450 kilómetros de la frontera rusa, la región está saturada de misiles, tropas, barcos y aviones: un polvorín a un chispazo del infierno.
Kaliningrado es la cuna del ámbar, y de sus canteras se extrae el 90% de esta piedra preciosa de origen vegetal que circula en el mundo. Pero también es la base de la Flota del Báltico de la Armada rusa, y la plataforma de lanzamiento del misil Iskander, otra joya de la zona, pero ahora desde la mirada de la tecnología militar.
“El misil Iskander localizado en Kaliningrado tiene un rango que casi cubre toda Europa Occidental y en esta región no hay defensas”, sentenció el comandante Eberhard Zorn, la máxima autoridad militar de Alemania, en una entrevista con la prensa de su país. Zorn sugirió la necesidad de adquirir sistemas defensivos de Israel y Estados Unidos, dos países que sí cuentan con esos dispositivos.
Por esas cosas de las guerras, esta región con mucha historia al borde del Báltico cambió de manos en 1945, tras la derrota total de los nazis. Entonces era de otro país, Alemania. Y su capital tenía otro nombre, Königsberg. Tras la debacle de las tropas del Führer, el avance soviético y el reparto de zonas de influencia entre los vencedores, la región quedó del otro lado de la Cortina de Hierro.
La región se sovietizó de manera trashumante: el 80% de la población alemana fue expulsada, y en su reemplazo llegaron migrantes traídos de distintos puntos de la inmensa URSS. Gobernar es poblar, pensó sin duda Joseph Stalin, el líder soviético que orquestó la anexión del enclave. Poblar de rusos, claro, y de los pueblos sometidos a Moscú. En esa transformación a la hoz y el martillo, Rusia ganó acceso a un puerto perfecto para sus buques de guerra en el norte de Europa, porque sus aguas permiten la navegación todo el año. Fue un factor crucial en la decisión de Stalin de incorporar la región a su órbita.
Con la región atiborrada de armas, y los misiles Iskander montados en plataformas móviles que las hacen difíciles de detectar y destruir, la guerra de Ucrania volvió a poner en el radar este enclave, cuyo hijo más famoso fue el pensador de la Ilustración Immanuel Kant, el hombre del “imperativo categórico”, de la moral indeclinable, europeísta y defensor de valores éticos universales.
Este pequeño territorio se fue deslizando de Kant a Putin, una penosa degradación que le quita el sueño no solo al comandante alemán Zorn, sino a los mandos militares y civiles de los alrededores. Comenzando por las autoridades de Polonia y Lituania, sus dos incómodos vecinos, con los que comparte una frontera extensa y caliente.
“Hasta ahora solo hay una cosa clara: no tenemos el tiempo ni el dinero para desarrollar esos sistemas (de defensa) por nuestra cuenta y porque se sabe que la amenaza de misiles ya está ahí”, dijo Zorn sobre la indefensión de los alemanes ante los potentes Iskander y otros misiles, que completan el catálogo de peligro inminente.
En tiempos de paz se da un promedio de seis millones de cruces al año entre las fronteras de Kaliningrado con Polonia y Lituania, entre turistas y comerciantes. “Kaliningrado es especial, es distinto a otros lugares en Rusia, mayormente por la cercanía de Europa. Así que todos los turistas europeos que vienen acá traen sus fuertes influencias culturales que los locales observan y absorben en su vida diaria”, decía en un video de turismo el principal organista de la catedral.
Eso fue antes del conflicto de Ucrania. Con la caída del rublo y otras limitaciones debidas a la guerra, el libre fluir de bienes y personas se ralentizó. Y se puede comparar el entusiasmo del organista de la catedral con la visión más actual del presidente lituano, Gitanas Nauseda, expresada solo unos días atrás. “En Kaliningrado (Rusia tiene) una de las áreas más militarizadas de Europa”, dijo Nauseda. “Lituania se siente encerrada entre esta área fuertemente militarizada y Bielorrusia”, el estrecho aliado de Rusia.
El antecedente más directo de la crisis actual fue la anexión de Crimea por los rusos en 2014. La OTAN y Moscú apilaron montones de armas en la zona del Báltico, en una escalada de extrema desconfianza. Si Putin tomó Crimea, ¿por qué no puede tomar cualquier otro territorio de los alrededores?, se decía en Occidente. Dos años después hicieron su entrada los misiles Iskander.
En 2018 se dio un pequeño incidente, anecdótico, que marcaba el humor del momento en los mandos militares rusos. Según el relato de Yulia Paramonova y Robert Coalson, de Radio Free Europe, el gobierno de Kaliningrado organizó una encuesta on line para votar una figura histórica que diera nuevo nombre a los aeropuertos de la región. Los primeros resultados del aeropuerto de la capital le daban ventaja a Immanuel Kant, señal de que, incluso con la rusificación de la vida, la impronta alemana se mantenía latente.
Pero la victoria del filósofo de las luces se oscureció de pronto con una campaña en su contra. El comandante de la Flota del Báltico se interesó en la encuesta, y dijo en un video que el pensador alemán era un “traidor” y un autor de “libros que nadie leía”. El sondeo tomó un giro de última hora y ganó Isabel Petrovna, la hija de Pedro el Grande. El genial pero rutinario Kant, que según dice la leyenda nunca viajó fuera de la ciudad, se quedó también sin aeropuerto.
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