Guerra Rusia-Ucrania: ¿Es posible un golpe contra Vladimir Putin? La historia de Rusia ofrece algunas pistas
Con un 83% de popularidad, el presidente ruso está lejos de ser víctima de una revuelta social, pero la amenaza podría venir del interior de su propio régimen
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WASHINGTON.- Vladimir Putin nunca enfrentó un verdadero desafío a su poder, pero su desastrosa guerra en Ucrania podría cambiarlo todo.
Las chances de un levantamiento popular contra el Kremlin siguen siendo bajas. Según el sondeo de marzo del Centro Levada, una encuestadora rusa independiente, el 83% de los rusos aprueban la gestión de Putin, en comparación con el 71% del mes anterior.
La amenaza más probable al régimen de Putin proviene del interior de su propio régimen. Y la historia de Rusia ofrece algunas pistas al respecto.
Desde que los bolcheviques tomaron el poder en 1917 hubo dos golpes de Estado que tuvieron éxito: la destitución de Lavrenti Beria, el temible jefe de la policía secreta de Stalin, en junio de 1953, y la destitución de Nikita Kruschev, secretario del Partido Comunista, en 1964. Salvo la ejecución de Beria y seis de sus aliados, ambos golpes fueron incruentos y con poco derramamiento de sangre. En ambos casos, el apoyo de los servicios de seguridad y de los militares soviéticos fue crucial para su éxito.
Tras la muerte de Stalin, en marzo de 1953, los otros miembros del Presidium de Beria, liderados por Kruschev, se alarmaron por el creciente poder y sus políticas antiestalinistas. Pero deshacerse de Beria era un desafío porque comandaba el poderoso Ministerio de Asuntos Internos (MVD), que contaba con fuerzas policiales y servicios de seguridad al mismo tiempo. Los complotados consiguieron el apoyo de los líderes militares, incluido el ministro de Defensa, Mikolai Bulganin, y el mariscal Georgy Zhukov, que tenían una profunda animosidad contra Beria y el MVD, y lo arrestaron de manera expeditiva y sin preaviso durante una reunión de gobierno.
Aunque la jugada tuvo éxito –Beria tuvo un juicio sumario y fue fusilado en diciembre–, fue de alto riesgo, y durante los días siguientes a su arresto, el grupo de Kruschev enfrentó serios peligros hasta sofocar los intentos de represalia del bando de Beria. Pero con promesas de ascensos lograron persuadir a dos aparentes subalternos leales de Beria, Sergei Kruglov y Ivan Serov, para que traicionaran a su exjefe y mantuvieran a raya al resto de los oficiales del MVD.
El derrocamiento de Kruschev, 11 años después, fue una operación igualmente peligrosa de Leonid Brezhnev y sus colegas del Politburó, que habían decidido que Kruschev estaba excediendo los límites de su liderazgo colectivo. Al parecer, Brezhnev tenía tanto miedo de que le saliera el tiro por la culata que hacía que el comandante de su guardia personal pasara la noche en la puerta de su dormitorio. Y hubo vacilaciones: antes de darle su apoyo a Brezhnev, dos miembros claves del Politburó, Aleksei Kosygin y Mikhail Suslov, exigieron garantías de que el complot contaba con la anuencia tanto de los militares como del KGB.
Papel clave
El jefe del KGB, Vladimir Semichastny, desempeñó un papel fundamental. Fue a buscar a Kruschev al aeropuerto a su regreso de unas vacaciones en el mar Negro y le informó que se había quedado sin trabajo. Flanqueado por guardias del KGB, Semichastny le advirtió que no se resistiera. Kruschev, que había designado a Semichastny para su puesto y lo consideraba un aliado, se sintió profundamente traicionado, pero aceptó su destino y el traspaso del poder se realizó sin problemas.
Los esfuerzos para deponer a Putin requerirían el apoyo activo o pasivo de tres organizaciones claves: el Ejército, el FSB (sucesor del KGB) y la Guardia Nacional (Rosgvardiya), y Putin tiene firmes y leales aliados en todas ellas. El jefe del FSB, Aleksandr Bortnikov, pertenece al clan “Leningrado-San Petersburgo” de exoficiales del KGB y es un protegido directo de Putin y del jefe del Consejo de Seguridad Nacional, Nikolai Patrushev, a quien Bortnikov reemplazó como jefe del FSB en 2008. El FSB tiene sus propias tropas especiales y una vasta red de oficiales de contrainteligencia para vigilar a los militares.
Aunque no es de San Petersburgo ni es un veterano del KGB, el ministro de Defensa, Sergei Shoigu, trabaja cerca de Putin desde hace años, primero como ministro de Situaciones de Emergencia y desde 2012 en el cargo de Defensa. Putin y Shoigu, que maneja un Ejército de alrededor de 900.000 efectivos activos, han mostrado públicamente su amistad.
Pero la persona en quien Putin más confía probablemente sea Viktor Zolotov, jefe de la Guardia Nacional. Zolotov conoció a Putin a principios de la década de 1990 mientras trabajaba como guardaespaldas de Anatoly Sobchak, el alcalde de San Petersburgo y jefe de Putin en ese momento. De 2000 a 2013 estuvo al frente del Servicio de Seguridad Presidencial, organismo encargado de la protección personal del mandatario. En 2016, cuando Putin creó la Guardia Nacional, la puso al mando de Zolotov. Los agentes del MVD fueron transferidos a esta nueva agencia, junto con otras fuerzas especiales, una dotación total de fuerzas de 340.000 tropas.
Aunque Putin parece tener bien cubiertas sus bases, la suerte que corrieron Beria y Kruschev demuestra que cuando el Kremlin está en crisis, las lealtades pueden cambiar. Bortnikov posiblemente podría convertirse en otro Semichastny y pasarse de bando para salvar su pellejo. Incluso Shoigu y Zolotov, enfrentados a la coalición de opositores de Putin, podrían considerar abandonar el barco, tal como lo hicieron los subalternos de Beria. Pero una cosa parece segura: cualquier intento de golpe contra Putin sería probablemente la operación más peligrosa y de alto riesgo en la historia del Kremlin.
Por Amy Night
The Washington Post
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