Guerra Rusia-Ucrania. Es oficial: la post Guerra Fría llegó a su fin
Estados Unidos descubre la cruda realidad de la “política de poder”: un conflicto armado que no pudo impedir y el riesgo muy concreto de una escalada militar
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NUEVA YORK.- El mundo fue testigo de varios “momentos bisagra” que parecían indicar que el periodo conocido como Posguerra Fría había llegado a su fin: la crisis financiera global de 2008, la “primavera árabe” de 2010-2012, y hasta la pandemia de Covid-19. Pero ahora que el antagonismo de dos superpotencias desató una guerra en territorio europeo, podemos decir que la post Guerra Fría efectivamente terminó.
Occidente está muy lejos de aquella promesa color de rosa que era en la década de 1990, cuando Estados Unidos era capaz de armar una coalición global para librar una breve y triunfal campaña militar en el Golfo Pérsico, y cuando parecía que el poderío y la influencia norteamericanas harían florecer la democracia liberal en todo el mundo. Estados Unidos descubre la cruda realidad de la “política de poder”: un conflicto armado que no pudo impedir y el riesgo muy concreto de una escalada militar.
Las tropas rusas han desatado un ataque total sobre Ucrania desde múltiples frentes. Hace años que los estrategas norteamericanos se preguntaban cómo evitar este momento, pero ahora deberán responder una pregunta diferente: ¿Cómo debería adaptarse Estados Unidos a esta nueva realidad?
El desafío actual es inmediato —frenar una espiral que convierta la guerra en Ucrania en un conflicto armado en toda Europa—, y también a largo plazo: aprender a responder en este nuevo marco de seguridad internacional.
El ataque a Ucrania fue tan repentino como esperado. Tras semanas de tensar la cuerda, Vladimir Putin anunció el lanzamiento de una “operación militar especial” tendiente a “desmilitarizar” Ucrania. Las explosiones que se escuchan en Kiev y el avance de las tropas rusas sobre las ciudades de Ucrania confirman que no estaba fanfarroneando en vano.
Lo que viene a continuación está bastante cantado: ataques aéreos a repetición sobre la infraestructura militar ucraniana, una invasión por tierra, y posibles golpes tácticos para decapitar al gobierno de Ucrania. Lo más probable es que la batalla termine mal para Ucrania: la superan en armamento y número de tropas.
La respuesta de Occidente también es predecible. La amenaza de aplastantes sanciones económicas —contra los principales bancos y el comercio internacional de Rusia y contra los propios amigotes de Putin—, no logró desactivar el ataque. Ahora Occidente las ha puesto en vigor, pero no hay que hacerse demasiadas ilusiones y creer que vayan a alterar los cálculos del presidente ruso.
Pero hay que ser justos y reconocer que no hay mejores opciones que esas. La vía diplomática se agotó, y el gobierno de Joe Biden sabiamente ha descartado el envío de tropas norteamericanas a Ucrania. De todos modos, es mucho lo que está en juego, y la situación exige una respuesta coordinada, coherente y contundente de parte de Estados Unidos.
Primero, el gobierno de Biden tiene que mitigar el efecto derrame del conflicto desde Ucrania hacia sus vecinos. Es inevitable que se produzca un fuerte flujo de refugiados hacia Europa Occidental: los servicios de inteligencia estiman que hasta cinco millones de ucranianos podrían huir de su país en los próximos meses. Washington debería ofrecer ayuda humanitaria, apoyo financiero a los países europeos receptores de refugiados, y un estatus de protección temporal a los ucranianos que quieran viajar a Estados Unidos. Aunque el tema de la inmigración es uno de los más conflictivos entre los países de la Unión Europea, no actuar ya mismo podría dejar atrapados a millones de refugiados ucranianos en un limbo legal, pero también profundizar las divisiones entre los países europeos justo cuando más unidos tienen que estar.
También existe el grave riesgo de un contagio económico. Rusia es uno de los grandes proveedores mundiales de materias primas: los observadores del mercado prevén mayor inflación y menor crecimiento de la economía global, con perturbaciones potencialmente graves para Europa.
Para hacer frente a estos desafíos, Estados Unidos necesita que Europa esté unida. De lo contrario, será mucho más difícil mantener en pie las sanciones y lograr una respuesta coordinada de la OTAN contra nuevas agresiones rusas.
Más importante aún desde el punto de vista de la seguridad es evitar que los combates se extiendan más allá de las fronteras de Ucrania. Un desborde territorial del conflicto podría activar el Artículo 5 del compromiso de Estados Unidos con la OTAN —”el ataque a uno es un ataque a todos”— y probablemente resulte en un conflicto largo y sangriento como no se ha visto desde la Segunda Guerra Mundial. Y esa peligrosa escalada puede desatarse por cualquier cosa, desde un ping-pong de ciberataques hasta un choque accidental entre fuerzas rusas y fuerzas de la OTAN.
Un escenario de recrudecimiento de los ciberataques exigiría moderación y prudencia en la respuesta económica de Estados Unidos, que debería aplicar sanciones punitivas sin hacer colapsar accidentalmente toda la economía rusa. La alternativa —un potencial y prolongado círculo vicioso de guerra económica—, provocaría la caída en picada de la economía global.
Y evitar una catástrofe producto de una escaramuza accidental demandará la estrecha coordinación de Estados Unidos y los aliados de Europa sobre los pasos a seguir en Ucrania. Los aliados de Estados Unidos en el Báltico y Europa del Este se han mostrado interesados en cooperar en materia de defensa y suministrando armas a Ucrania. Esos países podrían inclinarse por armar o entrenar a una fuerza guerrillera ucraniana para que resista la ocupación rusa, y eso extendería los combates más allá de sus límites actuales y arrastraría a la OTAN. El gobierno de Biden tiene que objetar enérgicamente cualquier movimiento en ese sentido y dejar en claro que en esos casos las disposiciones del Artículo 5 de la OTAN no necesariamente se aplican.
En segundo lugar, Biden debe considerar las amplias implicaciones del conflicto para la seguridad europea. Es probable que esta guerra termine con una nueva línea militarizada que divida Europa y separe a Rusia y sus Estados vasallos de las naciones de la OTAN. Sería un recordatorio visible de la amenaza siempre presente de un conflicto militar o nuclear, acrecentando la probabilidad de enfrentamientos o escaramuzas que desaten una guerra total.
De hecho, ahora que Rusia tiene el control efectivo de Belarús y es probable que también termine controlando una parte de Ucrania, la OTAN debe reforzar sus defensas militares permanentes en Europa del Este. Gran parte de esos refuerzos deberán aportarlo los propios Estados europeos, ya que la posición estratégica de Estados Unidos y su foco puesto en China limitan el alcance de lo que Washington puede y debe prometer. Llegó el momento de que los líderes europeos como Emmanuel Macron, que hablan desde hace tiempo de la capacidad de Europa para ser estratégicamente autónoma, demuestren que hablaban en serio.
Y dados los riesgos de escalada bélica y de jugar al límite con la amenaza nuclear, también es crucial el gobierno de Biden mantenga lazos diplomáticos con Moscú mientras busca formas de desactivar esos graves escenarios, por ejemplo, con medidas de control de armas.
En más de un sentido, el ataque de Putin a Ucrania expone el fracaso de la estrategia de seguridad europea de los últimos 30 años, que priorizó la expansión de la OTAN y la promoción de la democracia por encima de las consideraciones de defensa colectiva. Ahora, Estados Unidos y sus socios europeos deben pilotear la OTAN en medio de esta nueva realidad, sin caer por accidente en una guerra total con Rusia.
Tal vez nadie haya resumido mejor aquel momento embriagador de finales de la Guerra Fría que la entonces secretaria de Estado norteamericana, Madeleine Albright, quien describió a Estados Unidos como la “nación indispensable”. Esa es la abreviatura de la política exterior expansionista y reformista de Estados Unidos, que se había propuesto resolver todos los problemas del mundo.
La guerra que se libra en este momento en plena Europa marca el final de esa era, y les muestra a los norteamericanos y al mundo entero que el poder de Estados Unidos no es absoluto.
Emma Ashford
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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