Guerra Rusia-Ucrania. El regreso de Angela Merkel: lejos del poder, la guerra en Ucrania y su vínculo con Putin opacan su legado
Sus críticos le cuestionan haber desarrollado una política energética que dejó a Alemania en una posición de absoluta dependencia del suministro ruso de hidrocarburos y haber fortalecido al mismo tiempo al gobierno de Vladimir Putin, que nunca abandonó sus caprichos expansionistas
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PARÍS.– Angela Merkel regresó. Tres meses después de haber abandonado el poder, la excanciller se encuentra al centro del debate público en Alemania debido a la guerra de Ucrania, que conduce a un nuevo y severo examen de su política con Rusia, incluso dentro de su familia política, la democracia cristiana (CDU).
Cuando dejó el poder en diciembre pasado, la entonces canciller había prometido abstenerse de todo comentario o consejo para su sucesor, Olaf Scholz. Y así lo hizo. Con excepción de una breve mención en los diarios del robo de su billetera en un supermercado y un comunicado lapidario condenando la invasión rusa a Ucrania, bien podría decirse que la otrora mujer más poderosa del mundo ha dejado de existir. Tras cuatro mandatos al frente del gobierno federal alemán, Merkel se eclipsó de la vida política de su país y de Europa, a la cual participó sin descanso desde la caída del muro de Berlín en 1989.
Pero la guerra lanzada por Vladimir Putin volvió a catapultarla al centro del debate público. ¿Cuál es su responsabilidad en esa tragedia? ¿Cómo esa mujer, que creció en Alemania del Este, habla ruso y se educó en un régimen comunista no supo ver lo que estaba por suceder? ¿Cómo ella, decana de los dirigentes europeos, pudo ser tan complaciente con el presidente ruso, con quien pasó tanto tiempo en tête-à-tête y al teléfono? ¿Por qué siguió teniendo confianza, “cortejando” —dicen algunos— a ese exagente del KGB que trabajó en Dresde durante la Guerra Fría y del cual conocía los rasgos oscuros de su carácter? Y, sobre todo, ¿cómo pudo cometer el error fatal de crear semejante dependencia de su país del gas ruso?
Cerca de Rusia
Rusia siempre estuvo cerca del universo mental de Angela Merkel. Ella creció en Templin, pequeña ciudad-plaza fuerte del Ejército rojo a unos 60 kilómetros de Berlín. Adolescente, ganó un viaje a Moscú por haber triunfado en un concurso en ruso en su secundario. Adora leer Tolstoi y Dostoievski. Incluso en su despacho de la Cancillería tenía un gran retrato de la zarina Catalina la Grande. ¿Acaso esa afinidad explica su eventual ceguera?
Muchos le reprochan hoy su “inocencia” frente a Vladimir Putin. Su propio partido la acusa. Friedrich Merz, el nuevo presidente de la CDU, actualmente en la oposición, vilipendió ante el Bundestag “el campo de ruinas dejado por la política extranjera y de seguridad alemanas de estos últimos años”. A su juicio, Europa no se encontraría en esta terrible situación si Ucrania hubiera sido autorizada a adherir a la OTAN, opción a la cual tanto Merkel como el entonces presidente conservador Nicolas Sarkozy se opusieron en la cumbre de Bucarest de 2008.
En medio de las violentas críticas, la excanciller salió por única vez de su silencio en forma lacónica. A través de su portavoz, declaró “mantener su posición” sobre la cumbre de la OTAN de 2008 y “apoyar los esfuerzos del gobierno federal y la comunidad internacional para ayudar a Ucrania a poner fin a la barbarie y a la guerra de Rusia”.
Tensión con Putin
En todo caso, contrariamente a su predecesor, el socialdemócrata Gerhard Schroder, la canciller jamás se privó de denunciar las violaciones a la libertad y la represión a lo opositores en Rusia. En 2020, cuando visitó al disidente Alexei Navalny, hospitalizado en Berlín después de ser envenenado, denunció públicamente a Putin. Este último —dicho sea de paso— nunca se privó de provocarla y ponerla a prueba. En 2007, consciente de su fobia por los perros, hizo entrar a su labrador durante un encuentro bilateral en el Kremlin. En la foto, se ve a una Merkel encogida en su sillón y a un Putin con una sonrisa de oreja a oreja.
En 2014, el presidente ruso mintió abiertamente a Merkel por primera vez, asegurándole que no tenía ninguna intención de anexar Crimea. Acción que cometió de inmediato, atacando al mismo tiempo en Donbass. El resultado fue un instantáneo enfriamiento de las relaciones entre Moscú y Berlín, que llevaron a Merkel a organizar una serie de sanciones europeas contra Rusia.
“Merkel nunca se engañó sobre Putin. Pero siempre esperó que los intereses comerciales comunes y el mantenimiento del diálogo permitirían desbloquear la situación. Con el entonces presidente socialista francés, François Hollande, instalaron el llamado ‘formato Normandía’, que reunió a Alemania, Francia, Rusia y Ucrania, gracias al cual se firmaron los Acuerdos de Minsk en 2015. Un cese del fuego que jamás consiguió ser respetado”, recuerda Marion Van Renterghem, una de sus biógrafos.
Fue durante ese mismo año 2015 que Merkel dio su autorización para la construcción de un segundo gasoducto, NordStream 2, uniendo Rusia a Alemania por el mar Báltico. Una decisión “puramente comercial”, repetía la canciller a aquellos que señalaban las graves implicaciones geoestratégicas del proyecto. NordStream 2 consagró, en efecto, la fragilidad del aprovisionamiento energético de Alemania, que depende del gas ruso en más de 50%.
¿Acaso Merkel tenía otra opción? En 2011, bajo la presión de la opinión pública aterrorizada por el accidente de Fukushima, la canciller decidió de un día para el otro la salida de Alemania de la energía nuclear. Las dos últimas centrales aún en funciones deben cerrar, en efecto, el año próximo. Al mismo tiempo, el gobierno alemán firmó el abandono del carbón. En esas condiciones, el gas ruso se convirtió en la única solución para garantizar el aprovisionamiento energético de Alemania a mediano plazo. Indiferente a las advertencias de los Verdes —el único partido alemán opuesto a NordStream 2— y sobre todo sorda a las protestas de Ucrania, los países Bálticos y Estados Unidos, la coalición dirigida por Merkel persistió. Fue necesaria la guerra en Ucrania, el 24 de febrero, para que Berlín se decidiera a congelar el proyecto y se lanzara a buscar nuevos proveedores de gas. Qatar, por ejemplo.
“Responsabilidad compartida”
Pero Merkel no es la única responsable de la situación actual. En su propio partido, los líderes conservadores de los Lander del este y la CDU bávara le reprochaban su “intransigencia” ante Putin después de Crimea. En las filas de la socialdemocracia (SPD), que compartió dos de los tres mandatos de Merkel en el seno de la llamada “Grande Coalition” —y que ratificó todas las decisiones importantes sobre la energía— también hoy llegó la hora del examen de consciencia.
Ultimo socialdemócrata en hacer su mea culpa, el actual presidente de la República Frank-Walter Steinmeier, ministro de Relaciones Exteriores entre 2013 y 2017: “Mi adhesión a NordStream 2 fue claramente un error”, dijo recientemente. “Nos hemos aferrado a puentes en los cuales Rusia no creía y contra los cuales nuestros socios nos habían advertido”, reconoció.
Más allá del papel clave desempeñado por Schroder, amigo personal de Putin y arquitecto del proyecto NordStream heredado por Merkel, es toda la célebre “Ostpolitik” lanzada por el canciller Willy Brandt en 1969 para iniciar la distención con el bloque del Este, la que hoy es objeto de debate. Para Brandt, la multiplicación de lazos económicos y comerciales con Moscú debía permitir la evolución de Rusia hacia la coexistencia y el apaciguamiento de los conflictos. Hasta el 24 de febrero pasado, esa doctrina nunca había sido realmente puesta en tela de juicio en Alemania.
En esas condiciones, es fácil imaginar la amplitud de la revolución estratégica que agita en este momento a Alemania. A juicio de Christian Molling, del Instituto alemán de Política Extranjera (DGAP), la “responsabilidad” de la situación actual es “compartida entre los diferentes gobiernos” en un sistema parlamentario y federal donde el canciller debe buscar consensos a todos los niveles”. Por su parte, la prensa germana es feroz: “Si Alemania enfrenta un sismo, es exclusivamente culpa suya”, escribió entre otros el periódico Die Zeit.
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