Guerra Rusia-Ucrania: “El objetivo ahora es salir, salvar a mi familia”, dice un argentino a punto de escapar con su mujer y su hija del Donbass
Claudio Sayago y su mujer, ucraniana, comenzarán mañana con su hija de 10 años una odisea de casi 1300 kilómetros para escapar del país; “Llevo unos anillos y una cadena de oro que puedo vender”, cuenta
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BUCAREST.- La voz en el teléfono de Claudio Sayago, rosarino de 45 años que se encuentra en el epicentro de la guerra lanzada por Vladimir Putin contra Ucrania, no refleja pánico. Es la voz de un sobreviviente que se ha caído y vuelto a levantar más de una vez en su vida, que está a punto de emprender una odisea para salir de la trampa en la que se encuentra. Un hombre dispuesto a todo para que su hija de diez años y su mujer salgan “ya” del infierno.
“No le tengo miedo a la guerra, no voy a estar llorando. No le tengo miedo a los misiles que nos obligaron a bajar al sótano en los últimos días. Lo que quiero es que mi hija crezca en un lugar donde haya paz y que pueda ser feliz, junto con mi mujer. Esto se va poner cada vez peor. Por eso quiero escapar y salir de acá, llegar a la frontera lo antes posible”, dice Sayago en diálogo telefónico con LA NACION.
Claudio se comunica desde la casa de su suegra de Pokrovsk, ciudad de unos 60.000 habitantes de Donbass, la tristemente célebre región del sureste de Ucrania que se encuentra en el centro de un irresuelto y sangriento conflicto desde 2014. Si bien queda a unos 60 kilómetros de Donetsk, capital de la autoproclamada República Popular de Donetsk, cuya independencia fue reconocida el lunes 21 de febrero por Vladimir Putin, decisión que precedió la invasión, Sayago cuenta que la ciudad aún está bajo control de fuerzas ucranianas. “La mayoría acá son rusófonos y algunos están de acuerdo con Putin, pero esto todavía es Ucrania y está el ejército de Ucrania”, asegura.
De la Argentina a Ucrania
La historia de cómo el rosarino llegó a vivir a esta parte del mundo ahora convulsionada y bajo la lupa de todos es de novela. Y está relacionada con su corazón, flechado años atrás por una ucraniana que se llama Larissa, de 48 años, su esposa. “Ella viajó en la década del 90 a la Argentina por un convenio que había hecho [el expresidente, Carlos] Menem con Ucrania. Vino sola con la hermana. Nos conocimos por las redes sociales en 2010, por Facebook, cuando yo de Rosario me mudé a Buenos Aires. Ahí trabajaba como comerciante de electrónicos al por mayor. Nos casamos y en 2012 tuvimos a la nena, Ludmila”, cuenta.
Un mes más tarde, decidieron comenzar una nueva vida en la tierra de ella, Ucrania. “Compramos una casita en Pokrovsk, empezamos a armarla y todo fue viento en popa hasta que estalló en 2014 el primer conflicto con Rusia”, relata. Entonces, desde la Cancillería argentina lo ayudaron a volver a la Argentina “con una mano atrás y otra adelante”. “Llegué a Ezeiza y no teníamos nada. Pero por suerte me ayudaron, me prestaron una casa, empezamos a trabajar -mi mujer en una fábrica de cereales, yo en otras changas- y pudimos salir adelante”, sigue.
Pero cinco años después, otra vez Sayago y su mujer optaron por volver con su hija a Ucrania: “En 2019, como la guerra en el Donbass estaba terminando, y yo había comprado mi casita allá y en Buenos Aires alquilaba, decidimos regresar a Ucrania”.
Entonces su mujer, Larissa, abrió un negocio de lencería, y él comenzó a trabajar con sus cuñados como contratistas de construcción. Ludmila empezó la escuela en Ucrania. “La nena, que cumple diez años el miércoles, se adaptó, tiene amigas, es bilingüe, habla ruso y ucraniano y, además, español... Empezamos a avanzar, con proyectos de hacer cosas con la empresa de construcción junto a mis cuñados, incluso hicimos casas en Bulgaria, veníamos trabajando bien, hasta que se vino la guerra que trastocó todo”, afirma, resumiendo rápidamente su agitada vida de los últimos años que, ahora, vuelve a fojas cero.
“El objetivo es salir”
“Ahora el objetivo es salir, cruzar la frontera y llegar a Polonia. Después, no sé que voy a hacer, empezaré de nuevo de cero. No sé cómo ni a dónde, lo decidiré con la cabeza en frío, una vez que logre salir, que no es nada fácil”, cuenta.
Son las cinco de la tarde y en la casa de su suegra empezó una despedida que es dura. “Están todos llorando, sobre todo las mujeres de mis cuñados que son ucranianos y que, por la ley marcial, no pueden no pueden escaparse, sino que tienen que quedarse acá a pelear... Les traje el gato, porque ellos también tienen gatos; el perro lo dejé en la casa, le tirarán comida cuando pasen por ahí”, dice.
Claudio ya sabe que el viaje de escape que emprende mañana será una odisea. Es consciente de que ya hay más de un millón de personas que huyeron, que el éxodo, de dimensiones bíblicas, continúa y que están colapsadas las estaciones, los trenes y que hay colas kilométricas en las fronteras. “Mañana salgo y sé que va ser duro: tengo que hacer desde acá 1290 kilómetros, que haré en tren. Ninguna zona es segura, en tren es más seguro y en auto no voy no solo porque no hay combustible, sino por los retenes... Sé de una familia que la pararon y la mandaron de vuelta”, dice.
"Mañana salgo y sé que va ser duro: tengo que hacer desde acá 1290 kilómetros, que haré en tren"
El plan de evacuación es primero ir desde su ciudad hasta la de Dnipro, que son tres horas de viaje y cuya estación es un hormiguero de gente que busca huir. Y, de allí, tomar otro tren -el de la salvación- hasta la ciudad de Lviv, que queda cerca de la frontera con Polonia. “Calculo que serán 48-72 horas de viaje”, estima.
Allí, la embajadora argentina en Ucrania, Elena Mikusinski -que debió evacuar la legación de Kiev y ahora trabaja desde la frontera con Rumania-, le aseguró que le enviará un vehículo y apoyo.
“No la conozco personalmente a Elena, la embajadora, pero es muy buena persona, se preocupa. Hablamos seguido por teléfono, me viene conteniendo, enviando la información de qué conviene hacer, qué es más seguro y qué no... También estuve en contacto con el cónsul, Yusef Saber, y están tratando de hacer lo que pueden, están a full. La embajadora incluso me ofreció refugiarme en su residencia de Kiev la semana pasada”, cuenta. “En uno de los llamados me contó que no quería irse de Kiev, pero que le llegó la orden de cancillería... Y me confesó que está muy conmovida con todo esto porque lo siente en carne propia: sus padres, polacos, vivieron lo mismo, el destierro, el desarraigo, el tener que escapar, hace poco más de ochenta años. Y dice que evidentemente la humanidad no aprendió nada”, agrega.
"Llevo unos anillos y una cadena de oro que puedo vender"
¿Qué se está llevando? “Nada. Un bolso con los documentos, los pasaportes, la libreta de casamiento, y una mochila con una muda de ropa abrigada porque acá sigue nevando, un par de zapatos y nada más”. ¿Tiene plata? “Algo tenemos juntado, pero la verdad es que los últimos tiempos por el tema del coronavirus tampoco fueron buenos... Así que llevo unos anillos y una cadena de oro que puedo vender”, contesta.
El futuro
Sobre su futuro prefiere no pensar. “No sé, el objetivo ahora es salir, salvar a mi familia. Después, veremos. Primero cruzo, después veo, tendré que empezar de cero, de nuevo. Podría tratar de quedarme en Europa, o volver a la Argentina, donde tengo un hijo de mi primer matrimonio de 21 años y muchos amigos en Buenos Aires y en Rosario que están muy preocupados. Mis padres murieron y tengo una hermana en Estados Unidos, que podría ser otra opción... No lo sé. Todos mis parientes ucranianos se van a desparramar, algunos tratarán de ir a Alemania, otros a Suiza, va a ser muy difícil para todos”, reflexiona.
De hecho, Sayago, rosarino con tonada porteña, no oculta su escepticismo por lo que vendrá. “Para mí esto se va a poner cada vez peor. Putin está ahogando a Ucrania, está atacando a las ciudades más importantes, creando desabastecimiento... Es un ahorcamiento para que Zelensky diga «hasta acá llegué» y no pueda hacer más nada. Por eso Putin no está tomando Kiev, algo que podría hacer en cinco minutos”, analiza. “Está jugando con Ucrania y la que está sufriendo es la gente”, acusa.
“Ahora el gran peligro es que, si bombardea este reactor nuclear de Zaporiyia, que es diez veces más que Chernobyl, vuele toda Europa o una gran parte... Esto va para rato y aunque en algún momento digan que hay tregua, va a seguir. Cuando firmaron los acuerdos de Minsk en 2014-15, nunca hubo un alto el fuego. Y esto se va a transformar en una guerra civil, que va a ser peor que una guerra común. Va a haber guerrilla interna porque hay muchos nacionalistas y ultraderechistas”, avizora.
La voz se quiebra cuando se le pregunta cómo vive esta situación Ludmila, su hija. “¿La nena? No sé. Estoy como en la película «La vida es bella», en la que el padre trata de hacer como si todo esto fuera un juego... Ella no es tan chica, pero trato de no mostrarle la tele, evitarle que vea eso, aunque ya sufrió por bajar siempre al sótano durante los bombardeos. Por eso quiero sacarla de acá lo más rápido posible y que no sufra todo esto”, dice, con voz entrecortada. “El día de mañana, cuando sea más grande, ella decidirá si volver a Ucrania. Yo, en cambio, no vuelvo más. Si no cayó una bomba, solo vengo a vender mi casa”.
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