Guerra Rusia-Ucrania. La semana en la que los ucranianos despabilaron al mundo
Lanzados a defender su patria contra el invasor sin reparar en los riesgos, nos recordaron la vigencia de valores como la democracia, el orden liberal y el honor nacional
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NUEVA YORK.- “Todo se desmorona, el centro no se sostiene”, dice un poema muy citado del irlandés W.B. Yeats, y luego agrega: “A los mejores les falta convicción / mas los peores están llenos de apasionada intensidad”. Y si tanto se lo cita, será porque es muy cierto.
Pero la semana pasada no fue tan cierto. Los acontecimientos que se desarrollan en Ucrania son la atrocidad moral y una tragedia política, pero para los pueblos del mundo han sido una revelación cultural. Esos hechos no han modificado nuestras convicciones, pero nos recordaron cuáles son y las fortalecieron. Fue la semana del convencimiento.
Quienes nos instruyeron e inspiraron durante esta semana fueron los ucranianos, esos hombres y mujeres comunes que vemos haciendo fila para recibir un arma y defender su patria. O esa señora que le dice al invasor ruso que ponga semillas de girasol en su bolsillo. O esos miles de ucranianos que viven cómodamente en el extranjero y volvieron corriendo al país arriesgando sus vidas para defender al pueblo de Ucrania y su forma de vida.
Nuestra deuda con ellos es enorme. No solo nos recordaron lo que realmente significa creer en la democracia, el orden liberal y el honor nacional, sino también a actuar con valentía en nombre de todo eso.
Nos recordaron que uno puede creer en las cosas con mayor o menor intensidad, de palabra y vagamente o a fondo y con fervor, con una convicción que llega hasta los huesos. Nos recordaron hasta qué punto los hechos de los últimos años han conspirado para erosionar nuestra confianza en nosotros mismos. Nos recordaron a los norteamericanos que los reveses y las humillaciones —Donald Trump, Afganistán, la injusticia racial y la disfuncionalidad política— nos han llevado a dudar del evangelio de la democracia. Pero a pesar de todas nuestras flaquezas, la verdad de ese evangelio sigue siendo a todas luces evidente.
Esta ha sido una semana de fe renovada. ¿Renovada en qué, exactamente? Bueno, en primer lugar, en el liderazgo. En los últimos tiempos hemos vivido infinidad de fracasos de liderazgo, pero la semana pasada. Volodimir Zelenski emergió como un líder común, un hombre de remera, un comediante judío, el tipo que no huyo, sino que dijo: “Necesito armas, no un aventón”.
Y no solo Zelenski. También Joe Biden pergeñó y organizó discretamente la coalición global, y el canciller alemán Olaf Scholz entendió la gravedad del momento, al igual que el francés Emmanuel Macron y el japonés Fumio Kishida. Esta semana, tuvimos buen liderazgo en los gobiernos, en las empresas y en la cultura.
También se recuperó la fe en el verdadero patriotismo. En los últimos años, vimos mucho etnonacionalismo amargo de ultraderecha, un patriotismo no henchido de orgullo, sino de odio y xenofobia. Y desde la izquierda vimos el desprecio por el patriotismo, de personas que apoyan vagamente los abstractos ideales nacionales, pero demuestran muy poco agradecimiento hacia nuestra propia herencia, gente que se enfoca, con derecho, en los crímenes que ha cometido Estados Unidos, pero sin la menor mención a los logros nacionales. Algunas élites, mientras tanto, han derivado hacia una especie de globalismo desalmado, en un intento por elevarse por sobre las fronteras nacionales para alcanzar una etérea estratósfera multilateral.
Pero los ucranianos nos han mostrado que el patriotismo bien entendido nos ennoblece, que da sentido a la vida y es razón para arriesgarla. Nos han mostrado que el amor por un lugar en particular, su propia tierra y su propio pueblo, con sus defectos y todo, puede ser parte de un amor por ideales universales como la democracia, el liberalismo y la libertad.
Se ha reparado nuestra confianza en Occidente, en el liberalismo, en nuestra comunidad de naciones. Hay mucha división entre las naciones últimamente, pero ahora me levanto a la mañana, miro las noticias y me alegra saber que Suecia está suministrado ayuda militar a Ucrania y me sorprendo con las muestras de apoyo del pueblo de Alemania. El hecho es que muchos países democráticos reaccionaron ante esta atrocidad con la misma determinación.
Lo mismo ocurre en Estados Unidos. Por supuesto que hay militantes amargados que aprovechan el momento para acusar a la izquierda de debilidad o a la derecha de estar a favor de Putin. Siempre habrá personas felices de torcer los hechos con tal de generar divisiones. Pero en este punto, casi todos los miembros del Congreso están unidos detrás de una misma causa general.
Y eso es porque hemos aprendido a rechazar lo que durante siglos se dio por sentado: que los países grandes se engullen a los países más chicos, que el que tiene poder hace lo que quiere, y que los débiles sufren lo que les toca sufrir. Esta semana tal vez hayamos revalorizado nuestra ética liberal moderna.
Una especie de pesimismo democrático se apoderó de nuestro ánimo a medida que el autoritarismo se expandía sin vergüenza por el mundo. El liberalismo ha sido atacado por derecha y por izquierda por intelectuales de todos los colores. Pero esta semana tenemos una imagen mucho más precisa de la alternativa: tiene la cara de Vladimir Putin.
Así que el credo del liberalismo tiene nuevas ínfulas. Hay una escuela del realismo académico que considera que las relaciones internacionales responden a un frío interés nacional y que son dirigidas por maestros estrategas de ajedrez. Pero esta semana vimos que las relaciones internacionales, como la vida, son un asunto moral, y que la rectitud moral es una fuente de poder social y de inspiración para la lucha.
Es probable que las cosas empeoren brutalmente para los ucranianos. Pero la llama moral que alimentaron esta semana seguirá ardiendo con fuerza.
David Brooks
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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