Guerra Rusia-Ucrania. ¿El fin del Imperio ruso? Vladimir Putin y quienes lo rodean, en una lucha por la supervivencia de su mundo
Lo que se juega Moscú en la guerra con Ucrania es mucho más grande que la carrera política de Putin: la identidad como potencia históricamente superior a cualquier alternativa occidental
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NUEVA YORK.- Mientras Rusia y Ucrania afilan los cuchillos para la mayor guerra de tanques que se libra en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, el futuro de Vladimir Putin sigue siendo impredecible. Las batallas a gran escala de artillería y tanques en las planicies descampadas del este de Ucrania pueden favorecer a Moscú, y la maquinaria bélica rusa puede garantizarle conquistas territoriales simplemente por su peso específico, pero hay otros desenlaces posibles. El coraje, la brillantez táctica y el acceso a armamento y equipos occidentales también podrían infligirle otra seguidilla de humillantes reveses a Rusia.
El peor escenario posible para Putin sería que la guerra termine en una completa derrota militar, con el colapso de los enclaves rusos del Donbass y Moldavia, y con la integración definitiva de Ucrania a Occidente. Sería más que una humillación personal, y un posible tiro de gracia para su carrera. También tendría un tremendo impacto psicológico y estratégico en el estatus y la autoimagen de Rusia: la historia rusa cambiaría de rumbo.
Rusia no sería el primer imperio que en determinado momento tiene que enfrentar la hora de la verdad. La derrota de España en la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898 fue un momento bisagra en la historia española. Ese imperio global que definía a España desde los viajes de Colón se hizo humo repentinamente, y los españoles empezaron a cuestionarlo todo, desde la monarquía hasta el rol de la Iglesia.
Para Gran Bretaña y para Francia, el ignominioso fracaso militar en la crisis de Suez de 1956 implicó aceptar que ya no eran potencias globales independientes. Las glorias imperiales eran cosas del pasado, y las dos exsuperpotencias empezaron a adaptarse, con dolor y a regañadientes, a sus nuevas circunstancias.
Un fracaso estrepitoso de Rusia en Ucrania sería como un “momento Suez” para Rusia. Si no logran conquistar el centro de Ucrania —la región occidental es menos importante para la mitología histórica de Rusia—, los rusos no podrían soslayar la conclusión de que el imperio de los zares, trabajosamente edificado durante siglos y restaurado por Lenin y Stalin tras los desastres de la Gran Guerra, ha caído irremediablemente. Eso sumirá a Rusia en el proceso de introspección profundo que atravesaron otros imperios cuando dejaron de serlo. Y las consecuencias de ese proceso serán de largo alcance.
Gloria histórica
Bajo la tutela de los Romanov, de los comunistas o de Putin, el pensamiento político ruso fue tomando forma en base a tres convicciones: que Rusia es diferente, que esa diferencia es de importancia trascendental, y que le confiere a Rusia un rol único en la historia del mundo. Una derrota en Ucrania dinamitaría los cimientos de ese ideario y empujaría a Rusia a una crisis de identidad de consecuencias políticas impredecibles.
Los zaristas, los comisarios políticos bolcheviques y los putinistas por igual siempre han considerado que Rusia es el único bastión comprometido en la lucha contra Occidente. Para los zares, Moscú era la “Tercera Roma” que rescataría la antorcha del cristianismo y de la civilización luego de que la primera Roma cayera ante los invasores bárbaros y la segunda Roma, Constantinopla, cayera en manos de los turcos. Para los soviéticos, Moscú era la ciudadela de la revolución proletaria mundial, destinada a aniquilar la putrefacta cultura burguesa de Occidente. Y Putin y sus acólitos ven el mundo en términos similares, con Rusia comprometida en una guerra existencial contra la decadencia occidental, su falta de alma y su codicia desenfrenada.
El argumento de los sucesivos gobernantes rusos era que para resistir en esa competencia desigual con un Occidente más desarrollado y dotar a Rusia de un gobierno adecuado a su destino manifiesto, era necesario concentrar el poder en la cima del Estado. Solo alguien tan fuerte como Catalina la Grande, Stalin, o incluso Putin, según sus admiradores, puede hacer que Rusia prevalezca en su enfrentamiento con Occidente.
Y Ucrania está en el meollo de ese asunto. Con Ucrania bajo su control, Moscú se ve a sí misma como la mayor potencia de Europa. Sin Ucrania, el sueño ruso de recuperar el estatus de superpotencia que tenía la Unión Soviética tendrá un final amargo.
Desde el punto de vista de los teóricos “euroasiáticos” y de los nacionalistas rusos radicalizados que brindan un barniz de legitimidad al régimen de Putin, una victoria de la Ucrania ortodoxa, eslava y democrática sobre la Rusia despótica sería un desastre todavía peor, ya que no solo desafiaría la legitimidad personal Putin, sino también la idea misma de la “excepcionalidad” rusa, y sería un golpe fatal para quienes opinan que el despotismo es la forma de gobierno que mejor se ajusta al alma rusa.
Ahora que la guerra ha dejado expuesta la oscuridad inherente al régimen de Putin, con sus atrocidades en Ucrania y su represión interna en Rusia, es imposible no desear la derrota rusa. Pero se impone la cautela. El señor Putin y quienes lo rodean saben que en Ucrania se juega mucho más que un ajuste de fronteras: están luchando por la supervivencia de su mundo, y para ellos tal vez sea psicológicamente imposible aceptar la derrota hasta que no haber recurrido a todos los métodos, por despiadados que sean, y todas las armas, por atroces que sean.
Para Putin y quienes lo rodean, lo que está en juego en Ucrania es casi inconmensurable.
Walter Russell Mead
The Wall Street Journal
Traducción de Jaime Arrambide
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