Guerra Rusia-Ucrania: el conflicto une a los países de Europa de Este en una sola voz de alarma
Desde los gobiernos más cercanos a Occidente hasta las que eran aliados del Kremlin, comienzan a mirar ahora con temor el avance de las tropas de Rusia sobre Ucrania
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PODBORSKO, Polonia.- Desparramados por los bosques de Polonia como ruinas arqueológicas modernas, están los ruinosos búnkeres de hormigón que durante décadas almacenaron las ojivas nucleares soviéticas.
“Nadie de acá confiaba en los rusos entonces, y ciertamente nadie confía en ellos ahora”, dice Mieczyslaw Zuk, exsoldado polaco encargado de vigilar esos sitios nucleares antes ultrasecretos. Los búnkeres fueron abandonados por los militares soviéticos en 1990, cuando se desintegró la hegemonía de Moscú sobre Europa Central y Oriental, “la mayor catástrofe geopolítica del siglo”, en palabras de Putin.
Y ahora que Putin intenta volver el tiempo atrás y reclamar la esfera de influencia que Rusia perdió, los países de Europa Oriental ven a los rusos acercarse peligrosamente a sus fronteras y sienten la inminencia de su propia catástrofe. De hecho, hasta los líderes de la región que siempre apoyaron a Putin han dado la voz de alarma.
Las advertencias sobre las intenciones de Moscú, que hasta la invasión del 24 de febrero Ucrania eran descartadas como fruto de la “rusofobia” por parte de quienes no tenían la experiencia de vivir cerca de Rusia, resultaron proféticas. Y aunque hay un debate abierto que se pregunta si los esfuerzos para expandir la OTAN al antiguo bloque soviético no fueron una provocación para Rusia, el asalto de Putin a Ucrania terminó de convencer a los países que se unieron a la alianza militar atlántica de haber tomado la decisión correcta.
Un ataque ruso contra Polonia u otros exmiembros del difunto Pacto de Varsovia que ahora son parte de la OTAN sigue siendo muy poco probable, pero Putin “ha hecho posible lo impensable”, advierte Gabrielus Landsbergis, ministro de Relaciones Exteriores de Lituania, vecina de Polonia hacia el norte.
“Vivimos en una nueva realidad. Si nadie lo detiene, Putin seguirá avanzando”, dice Landsbergis. Su país, que limita con Rusia y su aliada Bielorrusia, se ha declarado en estado de emergencia.
El primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, hizo su propia advertencia y dijo que lo peor tal vez está por venir. “No nos hagamos ilusiones: esto puede ser solo el comienzo”, escribió en el Financial Times. “En la fila pueden seguir Letonia, Lituania y Estonia, y también Polonia.”
La inquietante idea de que Putin es capaz cualquier cosa, hasta de usar armas nucleares, “es puro sentido común”, dice Toomas Ilves, expresidente de Estonia.
Ilves dijo esta semana por Twitter que estaba “esperando los pedidos de disculpa” por todas las “pavadas condescendientes de los europeos occidentales que nos tildaban a los estonios de paranoicos frente a los rusos”.
“Todavía nadie llamó para disculparse”, dice ahora Ilves, entrevistado telefónicamente, “pero me gratifica saber la que le espera a los cómplices e idiotas funcionales a Putin”.
Sombría visión
Los europeos occidentales que se burlaban de su sombría visión sobre Rusia, dice Ilves, “de la noche a la mañana se han convertido en europeos del este, con nuestros mismos temores.”
“La semana pasada fue el punto final de un error de 30 años: pensar que podíamos tomarnos todos de la mano y cantar villancicos”, dispara Ilves.
Los recuerdos de la hegemonía soviética sobre lo que ahora es el flanco oriental de la OTAN —hegemonía impuesta por el Ejército Rojo cuando desnazificó la región, tras la Segunda Guerra Mundial—, varían de un país a otro según la historia, la geografía y las complicadas luchas políticas internas.
Para Polonia, una nación que a lo largo de los siglos ha sido reiteradamente invadida por Rusia, esos recuerdos son de humillación y opresión. En los Estados bálticos, extinguidos como naciones independientes por Stalin en 1940 y forzados a integrarse a la Unión Soviética a punta de pistola, el sentimiento es el mismo.
Otros tienen recuerdos más amables, particularmente Bulgaria, donde el sentimiento pro-ruso está muy arraigado, o al menos lo estaba hasta la semana pasada, y Serbia, que durante siglos ha considerado a Rusia como su protector.
Sin embargo, la guerra de Putin para someter a Ucrania ha unido a la región en un estado de alarma, y hasta Serbia ha expresado su consternación. El lunes, el primer ministro de Bulgaria echó a su ministro de Defensa, que había causado indignación al sugerir que el conflicto en Ucrania no debía ser llamado guerra sino “operación militar especial”, el eufemismo que usa el Kremlin para su invasión.
Solamente Milorad Dodik, el belicoso líder pro-Kremlin de la República Srpska, el enclave étnico serbio de Bosnia-Herzegovina, ha mostrado cierta simpatía por la guerra de Putin, al afirmar que las razones de Rusia para su invasión “eran comprensibles”.
La indignación por la agresión rusa, incluso en países históricamente simpatizantes de Moscú, arruinó por completo los años de trabajo de diplomáticos y agentes de inteligencia rusos para cultivar aliados como la Unión Nacional Ataque, un partido político ultranacionalista de Bulgaria tan cercano a Rusia que una vez lanzó su campaña electoral en Moscú.
Hasta el primer ministro húngaro, Viktor Orban, al que le encanta desafiar a sus colegas europeos y el mes pasado estuvo con Putin en el Kremlin, ahora respalda las sanciones del bloque europeo a Rusia. Orban sigue sin permitir el paso de armas a Ucrania a través de la frontera húngara, pero su entusiasmo por Putin ya no es el mismo.
Lo mismo parece pasarle a Milos Zeman, presidente de la República Checa, antes muy amigo del Kremlin. “Admito que me equivoqué”, dijo Zeman esta semana.
En Polonia, uno de los países históricamente más antirrusos de la región, el partido populista gobernante, Ley y Justicia, pasó de la noche a la mañana de alinearse con Moscú en su oposición a los derechos LGBTQ y su defensa de los valores tradicionales, a convertirse en uno de los críticos más duros de Putin, y hasta ofreció el territorio polaco para el envío de armas a Ucrania y para acoger a más de 450.000 ucranianos que han huido de la guerra.
El viernes, Polonia fue sede de una reunión cumbre con nueve líderes regionales que manifestaron su oposición a la invasión de Rusia y discutieron formas de ayudar a Ucrania. “Es una realidad completamente nueva”, dijo el presidente polaco, Andrzej Duda, en la reunión, y lamentó que haya sido necesaria una invasión rusa “para despertar de su sueño a los europeos ricos.”
Polonia, una nación eslava como Ucrania, es vista desde hace tiempo como la oveja negra de la familia por los nacionalistas rusos más mesiánicos, cuya visión canalizó Putin la semana pasada al justificar la guerra. El ministro de Relaciones Exteriores de Rusia se burló recientemente de Polonia y de otros nuevos miembros de la OTAN calificándolos de “territorios huérfanos” por el colapso del Pacto de Varsovia y la Unión Soviética.
Nadie cree que Rusia pretenda integrar de vuelta a los polacos a una “familia eslava” dominada por la fuerza desde Moscú, como ahora está tratando de hacer con los ucranianos.
“Si lo intenta, significa que Putin se ha vuelto totalmente loco”, dice Tomasz Smura, director de investigación de la Fundación Casimir Pulaski, Varsovia.
Andrew Higgins
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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